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«No dejaré el teatro, posiblemente la vida me abandone primero»

Profesora, directora, actriz y dramaturga, Virginia Aponte estuvo al frente del Teatro UCAB por más de tres décadas. Su trabajo no solo se enfoca en la universidad, sino en las comunidades. Este año recibió el Premio Fernando Gómez por su labor en la docencia teatral

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Virginia Aponte es docente desde hace tres décadas en la Universidad Católica Andrés Bello. Su vida ha transcurrido por los pasillos de los distintos módulos que integran el edificio principal de esta casa de estudios, especialmente en el número 4, donde se encuentra la sala de teatro que hoy lleva su nombre.

Nació en Cuba, pero tuvo que migrar a Venezuela después de la revolución. Recién el año pasado regresó a la isla, luego de 55 años de estar fuera: “Ansiaba volver a casa, a sabiendas de que ya no encontraría un hogar”, comenta.

Venezuela es su país. Aquí se casó, tuvo cuatro hijos y se enamoró del teatro. Sobre las tablas ha construido una labor que no solo abarca a la población universitaria, sino a las comunidades en general. Estuvo al frente de la compañía Teatro UCAB por 35 años y aún dirige la Fundación Medatia y Agoteatro. Aponte ha formado a reconocidas figuras del teatro como Antonio Delli, Javier Vidal, Alba Roversi, Carlota Sosa, Julie Restifo y Ana Leonor Freites.

—¿Cómo se creó la compañía de Teatro UCAB?

—Estuve al frente del Teatro UCAB desde 1975, cuando estudiaba en la Escuela de Comunicación Social. El profesor Marcos Reyes Andrade quiso hacer un montaje de la pieza de Diego Fabbri El proceso a Jesús y, a partir de esa experiencia, en la que fui su asistente, se creó el teatro de la Facultad de Humanidades. Desde ese momento las tablas me atraparon. Nunca las voy a dejar, posiblemente la vida me abandone primero.

—¿Cómo fue la receptividad de la comunidad universitaria cuando se constituyó el grupo?

—Al comienzo nadie tomaba en serio al teatro. La mayoría de los profesores no permitía que sus alumnos faltaran a clases para asistir a los ensayos. Hacer de esta actividad un instrumento de educación ha sido el mayor obstáculo, pero al mismo tiempo la más grande recompensa. Ya caminamos hacia los 44 años de trabajo y esa permanencia es nuestro piso.

—¿Recuerda algunas anécdotas en especial de esas tres décadas?

—Anécdotas hay muchas, desde tener que dormir con mis 30 estudiantes en un colegio de religiosas, en Guacara, porque el autobús se accidentó en la autopista, hasta saltar las barricadas del Ejército en Mérida, durante las protestas estudiantiles de la década de los ochenta. También tuvimos la oportunidad de viajar hasta Liverpool, un pueblito perdido en Canadá, y a Nueva York, específicamente en Harlem, donde hicimos teatro con niños latinos y afroamericanos. Tanto en Venezuela como afuera, hemos sido acogidos con gran respeto por nuestra manera tan peculiar de hacer del teatro un encuentro comunitario.

—La sala de Teatro de la UCAB, ubicada en el sótano del módulo 4, lleva su nombre; sus alumnos hicieron una campaña en Twitter con el hashtag #GraciasVirgi para reconocer su gestión. Y este año ganó el Premio Fernando Gómez. ¿Cómo ha recibido esos honores?

—El Teatro UCAB quiso hacerme este honor cuando se cumplieron 40 años de la fundación de nuestra sala. Se ha hecho un trabajo grupal que tengo la suerte de haber podido encabezar por esas casualidades de la vida. Mi mayor aporte es haber podido reunir a todos en una idea común.

—¿Cómo complementa el teatro a las otras carreras universitarias?

—Brindándole al estudiante una formación integral y, además, le permite conocer su país desde la visión de quien se encuentra con su gente, me refiero a sus compañeros de trabajo y a todos aquellos niños, adolescentes o ancianos con los cuales comparte su labor.

—Con el fin de llevar su trabajo a las comunidades, crea la Fundación Medatia. ¿Cómo cambia la dinámica cuando se está frente a un público diferente a los estudiantes universitarios?

—El público siempre es la razón de quien hace teatro. Lo único que se necesita es el actor y el público, por lo tanto, todo aquel que se sienta a compartir una obra hace el milagro de lo teatral como experiencia viva. Trabajar en las comunidades y romper la formalidad del lugar para representar un rol abre esta práctica a posibilidades mayores. Al final, lo único que importa es compartir.

—Los facilitadores de la fundación son integrantes de Teatro UCAB. ¿Cuál es el interés de la compañía en la formación pedagógica de sus integrantes?

—Sencillamente ampliar la mirada a los demás y saber que todos somos compañeros de viaje y que lo más valioso que tendremos siempre es al otro.

—Uno de los grandes logros de la fundación es el teatro construido en San Rafael de Mucuchíes, en Mérida. ¿Cómo llegó a ese pueblo y por qué decidió crear un teatro allí?

—Con las giras al interior del país nos dimos cuenta de que una de las grandes fallas era la educación, por lo que usamos el teatro como un instrumento de formación. En 1995 conocimos a Juan Félix Sánchez, el constructor y escultor del páramo, y con él se consolidó el proyecto. Donó un terreno frente a su capilla de piedra en San Rafael de Mucuchíes para que se edificara allí lo que él llamó su escuelita.

—¿Cuándo supo que era hora de pasar el testigo de la dirección de Teatro UCAB?

—Pasar la dirección a José Rafael Briceño fue una manera de darle un justo reconocimiento a quien durante 20 años se volcó absolutamente a lograr que el grupo fuera lo que hoy es. Un trabajo tiene significado cuando uno es prescindible. Al saber que eso es así debemos dejar que los proyectos crezcan con nuevas visiones que les dan mayor riqueza.

—Sin embargo, no se alejó por completo porque decidió crear la compañía Agoteatro para los egresados de la UCAB. ¿Cómo surgió esa iniciativa?

—Agoteatro se funda al mismo tiempo que Medatia, 25 años atrás. Ambos nacen de la necesidad y la consecuencia lógica de pensar que no queríamos abandonar una forma de comprometernos con el país.

—Sus años de investigación han quedado plasmados en dos publicaciones: A partir de la docencia en el Teatro UCAB y Un espacio para el porvenir. ¿Cuál es la relación entre el teatro y la academia? ¿Es importante que se establezca ese vínculo?

—El vínculo es fundamental porque hemos crecido dentro de una universidad que nos ha permitido valorar, día a día, lo que significa educarse. Para nosotros, la formación intelectual no es una tarea, sino una posibilidad.

—El teatro sigue vivo en Venezuela y las compañías hacen un gran esfuerzo para montar cada una de sus producciones. ¿Son las tablas un espacio de resistencia?

—El teatro es y será siempre un espacio de resistencia. Si algo me han dejado estos 43 años sobre las tablas es que esa búsqueda incansable de libertad, que me mueve desde siempre, está alimentada por el teatro.

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