ENTRETENIMIENTO

Responde Ibsen Martínez

por El Nacional El Nacional

1. Juan de Mairena, de Antonio Machado.

Notable entre los heterónimos machadianos, este profesor “de instituto”, como en España llaman al bachillerato, escribe ocasionalmente en un provincial matutino ficticio: “El faro de Chipiona”. Pero sus mejores triunfos ocurren en el aula donde imparte campanudas perplejidades que resultan, al cabo, en certidumbres filosóficas.

Ejemplo perfecto de los que Alfonso Reyes llamó “libros de pedacería”, sus genuinas prosas apátridas, escritas en un castellano imperecedero, nos llegan primorosamente engastadas en un texto siempre digresivo, siempre jovial.

Allí leí una vez: “bajo lo que se piensa está lo que se cree”, fórmula de Machado –buen discípulo andaluz de Bergson–, que resume para mí el espíritu liberal: creer sin dejar de creer, rezarle a la duda y saber batirse por ella.

2. La novela de una novela, de Thomas Mann.

Minuciosa bitácora de la composición de Doktor Faustus, novela capital del siglo XX europeo. Fundada en la relectura del libro y del diario que el mago de Lübeck llevó durante el lustro que le tomó su redacción. Mann la llamó “novela”, algo aún inexplicable para los críticos. Lo cierto es que se deja leer como un relato de esos que hoy llaman “autorreferencial”, aunque sea, al mismo tiempo, una cartilla moral para escritores. Junto con las Confesiones del estafador Félix Krull y Carlota en Weimar, este librito compone mi summa manniana.

3. Estas ruinas que ves y El honor perdido de Katharina Blum, de Jorge Ibargüengoitia y Heinrich Böll, respectivamente. Dos joyas.

La una, porque la dulzura de una inteligencia atrapada en un amor sin futuro en una provincia sin futuro logra infundir en mí, a cada relectura, momentos de hilaridad al hacerme recordar mis miserias. La otra, por ser el eficaz artefacto narrativo con que Böll denuncia la barbarie a la que nos pueden llevar el abuso de ideas convencionalmente tenidas por “nobles”. Como esa de la libertad de expresión.

4. El astillero, de Juan Carlos Onetti.

No siendo el uruguayo autor amigo del “comentario social”, esta novela, viga maestra de una obra totalizadora, ambientada en la faulkneriana geografía rioplatense que imaginó Onetti, es también, y claramente sin proponérselo, una ejemplar fábula acerca de la ruina moral del populismo y de la imposibilidad de América Latina.

El sistemático fracaso que es Larsen, proxeneta contumaz, es uno de los personajes de mayor espesor humano que me haya deparado la literatura universal.

5. Luces de bohemia, de Ramón del Valle-Inclán.

Por encima de El rey LearEl jardín de los cerezosHedda Gabler y Muerte de un viajante, esta es para mí la pieza suprema de la literatura dramática moderna. Los muchos extraordinarios montajes que la han traído hasta nosotros desde 1970, fecha de su primera representación, de un modo en que don Ramón, muerto en 1936, nunca llegó a verla, me confirman que el mejor teatro solo llega a ser una turbadora “alucinación dirigida” si, además de discurrir como un poema en prosa, sabe juntar en dos horas de relojería dramatúrgica todo el hechizo y el desengaño del mundo.

6. La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson.

Se ha dicho muchas veces y de mil otras maneras: no es una novela de aventuras para adolescentes. Su duende novelista cultiva, más bien, la filosofía moral, algo en verdad nada extraño, tratándose de un autor escocés.

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Ibsen Martínez es dramaturgo, novelista, guionista y articulista. Sus artículos se publican en diarios de varios países.