ENTRETENIMIENTO

Responde Atanasio Alegre

por El Nacional El Nacional

Cuando le fue otorgado el premio Rómulo Gallegos a Javier Marías, la corresponsal de France Press en Caracas me llamó para ver si tenía algún ejemplar de Mañana en la batalla piensa en mí. Me lo devolvió con una dedicatoria del autor. El título de la obra de Marías está tomado del Ricardo III de Shakespeare y junto con las obras de Shakespeare, editadas por Aguilar, traducidas por Luis Astrana Marín en 1951, ha sido uno de los libros que me acompañaron a mi salida como emigrante y en mi retorno como emigrado. Shakespeare fue, de esta manera, un autor de ida y vuelta. De Javier María presiento que algún día ganará el Nobel y de ahí la razón de que me hubiera acompañado de venida esta obra.

De ida y vuelta fueron también las Obras completas castellanas de Fray Luis de León, por una sencilla razón, por haber ganado mi primera máquina de escribir –una lettera 21– al prestar mi ayuda con las fichas a quien estuvo a cargo de la edición. De Azorín, siempre han estado conmigo: Una hora de EspañaLas confesiones de un pequeño filosofo y Españoles en París. De Camilo José Cela: La familia de Pascual DuarteMadera de boj y Mazurca para dos muertos que he leído y releído junto con los ensayos de los Vasos comunicantes, que el autor me dedicó. Las Crónicas del sochantre de Álvaro Cunqueiro ha formado parte, por épocas, de mis libros de cabecera.

Otro de los libros de los que no me he separado es de las Obras completas de Paul Celan, edición bilingüe en traducción de José Luis Reina, con un extraordinario prólogo de Carlos Ortega. Fueron muchos los comentarios que sobre Celan compartí, en su momento, con el extraordinario poeta venezolano Eugenio Montejo de quien, también tengo a mano los 54 poemas de Terredad, junto con el libro de cuentos de Salvador Garmendia, La media espada de Amadís y algunas de las magistrales entregas de Elisa Lerner que hace de su prosa una suerte de metafísica del lenguaje, como es el caso de Carrión para la fiesta.

De Maurice Merleau Ponty conservo Les Oeuvres, editadas en Gallimard por Claude Lefort, con quien coincidí en uno de los cursos de Merleau Ponty, en París, en la década de los cincuenta.

Conmigo ha estado y sigue La divina comedia de Dante Alighieri, en una edición de la Askanische Verlag de Berlín en 1921, ilustrada por Doré. Más que un libro de lectura, es una joya editorial de un gran valor histórico. Del que tampoco me he separado es de un ejemplar de La cartuja de Parma de Stendhal, editado en París en 1839. Tolstoi dijo entonces que este había sido su primer maestro. Es una joya desde el punto de vista bibliográfico. La obra Sein und Subjektivität bei Kant de Alberto Rosales, dedicada, junto con El problema del final de la filosofía, también dedicada, pero ad intra, vinieron conmigo desde Venezuela. De Reich Ranicki traje Mein Leben, obra que traduje, pero que la dificultad de los tiempos no ha permitido publicar todavía. De la que tampoco me he desprendido es de las obras selectas de Quevedo, cuyos Grandes anales de quince días, contienen la mejor prosa escrita hasta ahora en castellano (a mi entender, claro). De Alfred Döblin tengo y leo la magistral novela Berlín Alexander Platz junto con la traducción, también magistral, de Miguel Sáenz.

Ya en Europa he leído casi toda la obra de Emmanuel Carrère, cuyo Limonov me dio tanto que pensar (desde su factura literaria, en todo caso), sobre el que algún día caerá el Nobel de literatura.

De Jordi Gracia he leído con mucho interés la biografía de Ortega y Gasset.

En mi última estancia en Alemania leí tres obras claves: El mundo de Bach, historia de la familia de un genio, que traduje y está en vías de publicarse, Hauptstad (La capital) de Mennsse y Tyl de Daniel Kehlmann.

Haber tenido que prescindir de la que fue mi biblioteca con cerca de 1500 ejemplares es un ay del que no me he repuesto como emigrado. Comenzar de nuevo, aunque difícil, no parece imposible. Pero ya la literatura como entretenimiento es ahora algo más activo que pasivo en el afán de conseguir editor para las dos novelas inéditas que reposan en los estantes donde deberían estar los libros que tuve que dejar, constituidos en cuartel y retaguardia, a la vez, como militante del humanismo.