ENTRETENIMIENTO

La pirámide del Louvre, de la controversia al aplauso

por Avatar EL NACIONAL WEB

Hasta su inauguración en 1989, la pirámide del Louvre levantó ampollas entre quienes veían en esta escultura de cristal que sirve de entrada al museo parisino una profanación cultural.

Pero, 30 años después, la obra de Ieoh Ming Pei es celebrada de forma unánime. La polémica, atizada por grandes nombres en los medios de comunicación, duró muchos años, reflejo del eterno conflicto entre amantes de lo antiguo y lo moderno, como ya había sido el caso de tantas otras obras, como el Centro Pompidou de París.

Todo empezó el 31 de julio de 1981, cuando Jack Lang, nuevo ministro de Cultura, escribió al presidente François Mitterrand: “Hay una idea potente: recrear el Gran Louvre destinando todo el edificio al museo”. Pero el ministerio de Finanzas ocupaba una parte del museo. “Es una buena idea, pero difícil de concretar como todas las buenas ideas”, dictaminó Mitterrand sobre la misma carta. “Entonces creíamos que el poderoso ministerio no se dejaría trasladar”, comenta a AFP Jack Lang.

Pero “el patio Napoleón era un estacionamiento horrible. El museo adolecía de la falta de una entrada central”, agrega. “Con Mitterrand, teníamos en mente contactar con Pei. El presidente admiraba sus obras en Estados Unidos”, asegura.

Michel Laclotte revive la escena del descubrimiento del proyecto de Pei. “Había una gran maqueta sobre la mesa. Luego, colocaron la pirámide, todo el mundo quedó seducido”. Pero cuando el diario France Soir publicó la maqueta, en 1984, hubo una explosión de críticas que denunciaban, por ejemplo, que el Louvre se convertiría en la casa de los muertos, en términos de un periodista de Le Monde.

Llamamientos a la insurrección, bromas sobre las intenciones de Mitterrand de convertirse en el primer faraón de Francia, hasta se publicó incluso un libro contra la pirámide, París mistificado. La gran ilusión del Gran Louvre, firmado por tres historiadores.

La crítica no afectaba tanto la ampliación del museo como la estética de una arquitectura contemporánea en un decorado de Napoleón III. “Hubo una reunión en el Elíseo en 1984: Mitterrand era muy prudente, pero estaba de acuerdo con que debíamos seguir adelante”, dice el arquitecto Michel Macary, uno de los principales protagonistas del proyecto. “En mi taller, en secreto, mostré la maqueta. Acudieron unas 50 personalidades, entre ellas Catherine Deneuve, Pierre Bergé, Gérard Depardieu, Pierre Soulages, Ariane Mnouchkine, Patrice Chéreau, Serge Gainsbourg, Nathalie Sarraute…”, relata.

Mientras duraron las obras colosales Mitterrand se implicó. Fue varias veces a visitarlas, según Lang. Emile Biasini, presidente del establecimiento público del Louvre de 1982 a 1988, había “reunido a los conservadores del museo, y llegaron a una especie de compromiso de Yalta: preservaremos sus departamentos, pero nos tienen que apoyar”, añade el ex ministro socialista.

Jacques Chirac, entonces alcalde de París, estaba furioso porque se enteró del proyecto por una filtración a la prensa. “Chirac se alzó en cólera, pero nunca criticó el proyecto. ‘No me choca para nada’, decía”, cuenta Macary. El futuro presidente puso, sin embargo, una condición, que era darle la oportunidad a la gente de imaginarse cómo sería la obra ya construida. “Se tendieron tres cables. Vinieron decenas de miles de parisinos, en mayo de 1985. Imaginaban que íbamos a instalar la pirámide de Keops”, recuerda con una sonrisa Jack Lang.

Algunos no bajaron la guardia hasta el final, como el suplemento del diario conservador Le Figaro, que con el tiempo acabó pidiendo celebrar el aniversario del rotativo en la pirámide, afirma el ex ministro. Para el actual presidente del Louvre, Jean-Luc Martínez, se trata del único museo del mundo cuya entrada es una obra de arte y la pirámide se convirtió en símbolo de un establecimiento que mira decididamente al futuro.