ENTRETENIMIENTO

«Perdidos en Frog»: la reducción de la experiencia cotidiana

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Hay autores que a simple vista parecen operar con un bajo perfil; suelen hacer un trabajo de hormiguita sin que por ello, no pocos, se percaten de la labor escritural que van formando a punta de esfuerzo y talento. Es este el caso del joven autor caraqueño Jesús Miguel Soto, quien ha demostrado tener un pulso narrativo coherente y sostenido. Sus múltiples premios en concursos nacionales e internacionales han sido testimonio de esto, pero también la mesura y el cuidadoso discurso de su creación literaria en estos relatos con los que inicia su conjunto de publicaciones.

A Soto la escritura parece dársele como un asunto espontáneo, sin planificaciones exhaustivas; así lo confirman los quince relatos que configuran su ópera prima Perdidos en Frog (Lugar Común, 2013). Estar, sin más, es lo que Soto indica a sus lectores. Estar sin poses altruistas, sin lenguajes muy elaborados, sin ripios y con un alto sentido de la construcción lingüística muy bien planteada y enmarcada en el contexto propicio.

Perdidos en Frog abre y cierra con un aire de cierta tensión narrativa y fina ironía; “Uno de muchos posibles atajos”, el primer título del libro nos inicia, con la excusa de la nostalgia, en una atmósfera trágica que, junto a otros elementos como la complicidad y admiración entre los niños, guían la historia a un final que se nos va revelando de a poco. Las hazañas van construyendo al personaje, y lo que es capaz de hacer alrededor de ellas; asimismo, muestra la osadía de los seres infantiles, la heroicidad del personaje principal, Julio, es solo una marca que nos acerca como lectores espías que miran desde una ventana: la de llegar al desenlace del relato, sin sospechar que, paralelamente, hay otra historia a la zaga, otra que también se cuenta y que incorpora al lector en el ejercicio de percibir más de una historia.   

Ahora bien, el último relato del libro, “El arte de vestir bien”, reúne breves y variados textos que giran en torno a un tronco común: la fábrica de abrigos MinK II, cuya existencia es solo una excusa para darle marco a estos minitextos que pueden ser vistos con un aire de denuncia solapada en una narración cargada de sátira y cierto carácter fantástico:         

“Un Señor mató a Otro cien veces y después se fueron juntos a beber cerveza y a buscar mujeres. Otro se dio cuenta de que la cerveza que bebía se le salía por la centena de agujeros que Señor le había abierto con un punzón. Ni curándose con vendajes MinK II Otro pudo detener la hemorragia etílica. Señor, afligido y sin saber dónde meter los ojos, le palmeó la espalda a Otro y le dijo bonachonamente: ‘Yo pago esta ronda’”.           

Las ideas en Soto parecen siempre nacer de una imagen particular, una escena; pero no la que pareciera recrear la historia que cuenta, sino aquella que se esconde detrás de un simple detalle de todo el relato. Lo vemos en “La caja”. Dos personajes sienten el hastío en su vida de pareja, y pudiéramos pensar que es allí donde radica el núcleo de la narración. No obstante, Gabriela y Antón, se redescubren sin tanteos edulcorados; lo hacen desde una extraña anécdota: la aparición de un objeto, una caja que surge de manera imprevista:

“Estaba en el pasillo de afuera, equidistante a los cuatro apartamentos que conformaban el piso. Era una caja negra, de cartón, sellada con cinta de embalar…”.  

En estos cuentos de Soto, se marcan territorios comunes o cómplices entre sí: apartamentos, azoteas, edificios:

“Han pasado quince años y aún sigo viviendo en el mismo apartamento, rodeado más o menos del mismo mobiliario, de los mismos olores y texturas que perduran a pesar de las capas de pintura, polvo y grasa que se van superponiendo en las paredes, de la misma forma en que se acumulan las muchas o pocas historias que vamos siendo y que vamos dejando atrás”.

“Estos últimos tres meses encerrados en el apartamento habían sido como una luna de miel que se prefiguraba eterna (…)”.

Espacios geográficos de extraña conformación (como Frog y Fennelly):

“Inventamos la República de Fennelly un martes por la tarde en el apartamento de Alberto mientras los viejos caobos caraqueños eran deshojados sin piedad por una lluvia feroz que sacudía los cristales”.

“En Frog, vale acotar, se estima que hay un perro por cada diez habitantes. Sin embargo, se cree que ninguna familia los tiene como mascotas; simplemente vagan y devoran lo que encuentran”.

Campus universitarios, como el que se muestra en el siguiente fragmento:

“Mientras deambulaba por los pasillos de la biblioteca de la facultad, a Charly se le ocurrió la idea de llamar a los organizadores del concurso para ver si ellos le podían revelar la identidad del tal Jones”.

Soto, con soltura y maestría, dibuja escenarios que se originan de temas que posiblemente encontremos en otras instancias narrativas, pero hace suya la temática y la convierte en el insumo de un relato que en nada se parece a los lugares comunes presentes a veces en algunas óperas primas. Así, hallamos un relato como “El loco”, que se regodea en la intolerancia extrema, circunstancia muy propia de nuestro tiempo, pero que el joven autor maneja con absoluta certeza y con la más cuidadosa templanza para dejar al lector fuera de los alcances de un final anunciado.

En el relato que da nombre al libro, “Perdidos en Frog”, hay un destino, una aldea incierta, que pone en duda si el relato todo no es una metáfora para decir que Frog podría ser cualquier destino real; aun sin perros tan raros como los de la historia, ni habitantes con tan enigmáticas costumbres. Es esta certeza la que precisamente le otorga verosimilitud a este relato. Ese extravío presente es, quizás, el extravío que hallamos en los personajes y las acciones del resto de los cuentos, razón que justifica con sobrados motivos este título y no otro.

Estamos ante un libro de alta factura, pero más aún, ante un joven autor que sin mayores aspavientos expone una narrativa aguda, honda, con personajes que se dejan entrever en las posibilidades de la realidad cotidiana. No es gratuito entonces, que el 2017 Jesús Miguel Soto sea el único venezolano que figure entre el notable grupo de escritores jóvenes latinoamericanos que convergen en Bogotá 39. Una lista que, como cualquier otra, según lo señaló el propio autor, puede generar polémica por dejar a algunos fuera de ella. Sin embargo, y ya esta es mi opinión muy personal, el autor tiene los méritos y reconocimientos para integrarla.

Finalmente, Perdidos en Frog se configura bajo una arquitectura plural y múltiple; que no teme situar al lector en una aparente vorágine de hechos y anécdotas, cuyo caos es lo que, en resumidas cuentas, hace de este libro su mejor y más sensata carta de presentación.