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La Paciencia: La fotografía y la lírica de Esteban Fonseca

Una breve reseña sobre la experiencia de este joven artista venezolano

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Por JOSÉ ANTONIO PARRA

El trabajo de Esteban Fonseca (Caracas, 1993) va encuadrado en dos vertientes: la fotografía y la poesía. No obstante, hay aproximaciones estilísticas distintas para el caso de su lírica y de su fotografía, aun cuando hay que decir que la última es realizada desde la perspectiva de un poeta. Por ello es un trabajo donde lo conceptual y la impronta poética son obvios.

En lo referido a su poesía, observamos una elaboración con una marca híbrida. Esteban Fonseca escribe desde un registro muy desenvuelto. Sus trabajos poseen gran depuración y finos acabados. Con él estamos en presencia de una voz genuina. No deja de haber en él un tono místico al igual que existencial. Sin lugar a dudas, su experiencia lírica es novedosa y muy potente. Aspectos propios de la cruda realidad que vive su generación en torno a Venezuela son representados en su propuesta.

Estos elementos los observamos, por ejemplo, en el siguiente poema:

“Viktor, cuando salía de cavar

en la zanja su propia tumba

–o la tumba de otro hombre–

como pago: le daban cupones

Cada uno representaba una ración

de cigarrillos o de comida

Y cuando veía a un compañero

fumar tranquilamente un cigarrillo

solemne y conforme en la bruma:

sabía que ese hombre se detuvo

en su búsqueda de un sentido para vivir

que es igual a disfrutar del humo:

escribir, drogado, tus últimos días.

Hoy, es lunes, Viktor

En algún lugar alguien ha muerto

contra su propia voluntad

Nunca planificó su funeral

No pudo pedir una excusa

por su vida

No es asesinado

porque es judío

por sus raíces

por su sangre

por sus ojos

Sino por los zapatos

por sus brillantes y relucientes                            zapatos

La manera en la que se tomaba un café

con leche. La forma en que miraba al cielo.

Viktor, te escribo hoy una carta

que nunca llegará

Te escribo sin el amor de tu esposa

ni el amor de nadie

Te escribo:

          la muerte es un Maestro Alemán, Viktor

          la muerte es un niño en Caracas

          la muerte es un híbrido sin razón

          la muerte es todo y es nada

Viktor, hoy es lunes y me fumé

mi último cigarrillo

Me he puesto mi mejor camisa

Mis zapatos nuevos

Me he rendido”

Un punto que hay que tomar en cuenta en este poema de Fonseca es la referencia que hace al poema de Paul Celan, “Fuga de la muerte”, en el verso: “la muerte es un Maestro Alemán”. Aquí el venezolano articula en la dimensión lírica la vivencia del Holocausto contrapuesta con la realidad de la violencia en Venezuela, una nación sumida en la tragedia infinita.

Por otro lado, la fotografía de Esteban Fonseca está mayormente encuadrada en una suerte de experiencia que apunta al canon neoclásico. En ella, los acabados poseen una excelsa depuración formal. La sobriedad es impronta en este trabajo. Hay ciertos tonos que recuerdan a la fotografía de Helmut Newton. En efecto, no deja de haber un fuerte componente erótico en su propuesta. Por ejemplo, en su serie, Metamorfosis de un idilio (2014-2017), se observa un tratamiento muy elegante del desnudo femenino. Y es que esa aproximación al desnudo con la rítmica implícita a la que apela Fonseca pone en evidencia una gran fuerza telúrica.

Asimismo, su serie Familia (2016-2017) denota una aproximación muy intimista a la experiencia estética y a la creación. En ella el poeta pone en primer plano sus afectos más cercanos.

La formación de este artista ha tomado lugar en lugares del mayor prestigio, como Roberto Mata Taller de Fotografía y la ONG (Organización Nelson Garrido). Además, Esteban Fonseca participó en el taller de poesía de la poeta Eleonora Requena, “Poesía silenciosa, pintura que habla”.

Con el trabajo fotográfico y literario de este autor venezolano asistimos a la experiencia de un artista joven venezolano de la diáspora. Sin lugar a dudas su obra es intensa y desenvuelta, un trabajo en plena irrupción. Bien vale la pena cerrar esta nota con un poema suyo:

Hermano, yo, jamás llegaré a comprenderte

con ese rostro que mira la canción del pasado

(Desvaída nota en Re),

tan fatal, elegantemente callado.

Cae sobre mis sillares, enmudecido, tu hastío.

Puro; tan límpido como un espejo negro.

Y no es cielo, no, no es silencio; no es noche;

no hay luciérnagas que bailen en los cadáveres.

¡Y yo que tanto amaba tus arrugas paralelas al tiempo!

Ahora, no hay tiempo después del tiempo;

solo un graznido

en loop, en tu emisora plutoniana.

Ya no quedan lámparas de cristal,

qué digo, campanas.

Todos son ventanas”.

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