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«La otra locura»

El libro más reciente de Armando Rojas Guardia, La otra locura, es una agrupación de sus prosas publicadas en medios diversos, no recogidas antes en libro. Editado por Bid&co, fue compilado y prologado por Alejandro Sebastiani Verlezza. Aquí, las palabras de Rafael Castillo Zapata durante su presentación en El Buscón, el pasado 9 de mayo

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Son muchas las cosas que podrían decirse de La otra locura. Concebido como síntesis constelada de la larga trayectoria de ensayista de Armando Rojas Guardia, el libro es un prisma de temas y abordajes que, probablemente, como lo intuyó Alejandro Sebastiani Verlezza al organizar el conjunto en varias regiones temáticas más o menos diferenciadas, responde, no obstante, a unas mismas líneas de fuerza que determinan el homogéneo campo gnoseológico por el que se desplaza la escritura del autor. Entre esas líneas de fuerza destaca, sin duda, la vertiente religiosa, específica y militante o fervorosamente cristiana: una línea de fuerza vertebral que atraviesa todas las regiones del libro. Seguir esta línea puede permitir un viaje abarcador que integre textos aparentemente muy distantes y distintos entre sí, comenzando por los dedicados a pensar la literatura venezolana abordada y asediada desde la perspectiva de una suerte de close reading a veces incluso intimista, aunque siempre objetiva, de las obras analizadas, hasta los textos más abiertamente confesionales o testimoniales que se inscriben en la órbita de las llamadas literaturas del yo, pasando por los textos más decididamente conceptuales, de carácter filosófico o teológico, o los que establecen una conexión crítica y polémica con la historia y la política nacionales. Ciertamente, las cinco zonas delimitadas, de manera tentativa, por supuesto, por el buen discípulo de Montaigne que es Sebastiani, se rebasan continuamente y desdibujan sus probables o hipotéticas fronteras solapándose y contaminándose. De modo que la cartografía del libro es, en realidad, una cartografía potencialmente movediza e inestable, lo que permite que, por su misma flexibilidad, cada lector organice su propio mapa y reorganice su propio esquema de regiones y de conexiones de los textos reunidos.

Desprovistos de la marca cronológica que los anclaría de manera más firme en una estructura secuencial y circunstancial al mismo tiempo, los textos parecen flotar, y en su disposición vagabunda, por así decirlo, invitan a una lectura sobresaltada, discontinua, del conjunto. Es decir, a pesar de que se ha configurado como un cuerpo más o menos orgánico de partes, el libro es más bien un montaje ondulante y diverso que puede remodelarse constantemente.

Como cualquier mapa, por otra parte, el libro puede leerse, entonces, desde cualquier esquina de su despliegue; como en un mapa, en él todas las zonas pueden ser centro y periferia al mismo tiempo. De modo que uno puede comenzar a leerlo siempre in media res, sobre todo porque Rojas Guardia es fiel, en cada texto, a una misma perspectiva moral, a una misma forma de enfocar sus objetos, de abordarlos y de exponerlos, y uno siente que entra, en cada caso, en una derivación adicional de la misma corriente que fluye con sus diversos meandros acuciosos, serenos, a veces incluso ceremoniosos, pedagógicos a veces, devotos siempre y, no menos importante, implacables e impecables en sus juicios concluyentes.

Como quiera que sea, en esta presentación del libro, he preferido partir del texto que le da nombre; es decir, el texto que se llama, precisamente, “La otra locura” y que, sintomáticamente, se sitúa en lo que podría ser el corazón del libro. En efecto, el ensayo se encuentra situado entre las páginas 133 y 142 de un volumen que tiene, en total, 277 páginas de apretada tipografía. He aquí, pues, lo que pudiera ser un texto pivotal; pero, por la misma razón, no constituye un centro estable sino un punto de basculación a partir del cual uno puede considerar todo el territorio del libro de manera dinámica y plural.

El tema de este ensayo es la locura buena, por así decirlo. La otra locura de la que trata es la locura que, siguiendo a Platón, el autor concibe como locura iluminadora, aquella que conduce al sujeto, y cito, “a vislumbrar niveles de realidad ubicados más allá de la vida ordinaria, a los cuales ella es el vehículo privilegiado”. Se trata de una locura inspirada, una locura que, y vuelvo a citar, “propulsa y libera zonas del propio ser que en la cotidianidad anestesiante se encuentran soterradamente descuidadas”. Esta es la locura que está más cerca de la manía, es decir de la posesión sagrada sobre la cual se define, para Rojas Guardia, la “auténtica experiencia religiosa”. De modo que la otra locura viene a ser en realidad la manía provocada por una fuerza misteriosa que conduce a un estado de lucidez espiritual definitiva, base de toda religación con lo trascendente: “Hablar de la experiencia religiosa como de una especie de manía –dice el autor– significa afirmar que ella es una forma de locura, movilizada por una energía sagrada que nos lleva a morir a un tipo de conciencia vinculada a la vida ordinaria, (…) para situarnos en otro, más entrañable y denso, donde tocamos las profundidades de la belleza visible, el fondo último de lo que existe”. Así, puede decir a continuación, “locura, manía e inspiración se hacen equivalentes semánticos de la palabra entusiasmo, que significa etimológicamente ‘ser poseídos por el dios’”.

Poseídos por el dios son todos aquellos que, como el propio autor, experimentan, en diversos grados y matices de intensidad y complejidad, esa “locura benéfica […] que –según el propio Rojas Guardia– contacta con lo sagrado al impregnar al hombre de una vitalidad psicológica en medio de la cual otea inéditas regiones del ser y formas superiores de realización humana”. Uno podría decir, en este sentido, que La otra locura, el libro entero, bascula ciertamente apoyándose en las reflexiones que animan este ensayo que, como una suerte de plexo solar en el corazón de su cuerpo, se abre en innumerables bifurcaciones y ramificaciones rizomáticas a lo largo de todas sus páginas; cada una de las cuales resuena y reverbera, como en el interior de una enorme y secreta cámara de ecos, con las otras, en las otras. Desde este ensayo, pues, uno puede otear todo el territorio del libro y a partir de él establecer las conexiones que mejor le convengan en cada vuelta y revuelta de su incesante, infinita promesa de lectura.

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