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Mis recuerdos menudos con Perán

“Por estos encuentros significativos y habituales es que uno realiza el peso de las ausencias. Me hará falta Perán”

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Perán y yo somos casi vecinos. Vivimos en la misma urbanización. Sin embargo, nunca hubo la oportunidad de visitarnos. En muchas ocasiones, cuando “le di la colita” a su casa, quedaba la promesa de esa visita y un café. Ahora lo tomaré con Marisa, y, sin duda, allí estará Perán. Nos veíamos, sin embargo, con mucha frecuencia en distintos lugares: en la Universidad Metropolitana cuando, años atrás, ambos dictábamos clases en los diplomados de arte y nos encontrábamos en “la salida”; en las exposiciones de arte; en las tertulias con los artistas; en las reuniones de AICA (la Asociación Internacional de Críticos de Arte); e incluso una vez, coincidimos en la cola para votar. Perán no faltaba casi nunca a los eventos culturales. Mientras pudiera, iba a todos. No importaba la geografía ni la hora. Y si en alguna ocasión iba sin Marisa, por supuesto, tenía conmigo “la colita” para regresar a su casa.

Por estos encuentros significativos y habituales es que uno realiza el peso de las ausencias. Me hará falta Perán. En esos cortos recorridos hacia su casa, conversábamos de muchas cosas: sobre las exposiciones que vimos, sobre lo que hubiera sido bueno agregar en una tertulia, algún episodio de nuestra historia política o cultural reciente, cosas así. En una ocasión, me confesó estar asustado ante la idea de la muerte. Sin embargo, venció el miedo y murió de pie. No podía ser de otra manera. Porque así era Perán: inquieto y presto ya a salir. Cuando lo hacía, iba preparado, libretita en mano para anotar ideas indispensables –y refutar muchas otras, porque en las tertulias gustaba darle la vuelta a las cosas para enfocarlas de otro modo, por lo que más de un conferencista o interlocutor se ha visto en ocasiones en aprietos–. Así era él, imprevisible en sus debates, pero siempre interesado y respetuoso. Como dije antes, él iba a todo, consecuente en su labor como crítico y con la voluntad de “no perderse ni una”. Estaba al día, pendiente del trabajo de los demás. Como amigo, solidario. A veces una llamada suya, me recordaba justamente el valor del afecto y de la solidaridad. Sin duda, hace falta Perán.

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