ENTRETENIMIENTO

Minificción de los jueves: Paloma Gómez Crespo

por Avatar

Alicia

La lluvia inunda el bache en el asfalto. Con una rama, la mujer remueve el líquido turbio. Hace días que espera ante el agujero la vuelta de su hija.

Cien veces ha recorrido la calle en su busca sin hallar nada. Pero una tarde encuentra las borlas azules junto al hoyo. Son como las que cuelgan de los calcetines de la niña. Otra tarde recoge un zapato de charol rojo y ya no se mueve de allí.

Agita despacio el agua sucia hasta que el palo se frena. Entonces tira de él y un lazo blanco, mancillado de negro, alcanza la superficie.

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Condicional

Si me reconocieras cuando me acerco, si me entendieses cuando te hablo, si me apreciaras cuando me perfumo, si te estremecieras cuando te toco, si me paladearas cuando te beso, creería que de verdad existo.

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Futuro

Se acercará; dejará que roce su brazo; se estremecerá; suspirará al sentir su cuerpo pegado al suyo; sonreirá; se abandonará a la caricia de los labios en su cuello; temblará; buscará su boca a ciegas; la encontrará; levantará la frontera de sus dientes; lo deseará; aspirará el aliento escapando tras su lengua; vomitará.

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Oí mi primer llanto transformado en el llanto materno; oí el susurro de unas capas esa última Noche de Reyes; oí mil veces los cantos de los gallos encerrados; oí las llamadas esperanzadoras, las llamadas tristes, las llamadas definitivas de todos los teléfonos; oí la risa franca, melancólica, estruendosa, seca, muerta de tu boca; oí el desconsuelo del viento, la inmensidad del trueno, el tintineo de las gotas al chocar, el arrullo inaprensible del agua corriendo entre las piedras; oí las sirenas, los pésames, los consejos, las opiniones, los halagos, los reproches. Lo oí todo, uno y distinto, confuso y claro a la vez.

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Caperucita

Del montón de hojas secas brota un escarabajo. Su brillo negro se tiñe de oro, también la mano por la que camina. La dueña de la mano sabe que el insecto está allí porque lo ve brillar, pero no nota el cosquilleo sobre la piel. En la espalda, siente las espinas de los cardos; vuelve a mirar sus dedos por donde camina el bicho, el reflejo ahora es púrpura.

Con el cielo candente del ocaso la sangre se desborda por sus labios. Ya no siente la espalda. Los oídos se abren a una risa susurrada, el olfato a un aliento turbio. Intenta apretar los párpados, pero se niegan a cerrarse. Sus pupilas enfocan copas de pinos y enebros, troncos desolados, ramas desnudas, una maraña de árboles vencidos por la tormenta.

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La oreja de la fila seis

Cine, cine, cine,

Omás cine por favor,

que toda la vida es cine

y los sueños,

cine son

(Cine, cine. Luis Eduardo Aute)

Lo primero que me llamó la atención fue un punto que titilaba en la fila seis. Era un brillante en el lóbulo de una oreja pequeña y armoniosa. Los destellos se hicieron más visibles mientras alternaban verde, rojo y amarillo, al mismo tiempo que el tren de la película atravesaba campos y colinas. Hasta que un túnel apagó el faro del brillante.

Cuando pienso que la he perdido, la irrupción de unas nubes dibuja en la oreja un signo de interrogación. ¿Qué habrá detrás de ese pequeño hueco auricular? ¿Un agujero negro que devora la música que acompaña al tren en su marcha? Mis ojos se quedan atrapados en el remolino que forman las notas.

De pronto, silencio y oscuridad. Temo no volver a encontrarla, pero enseguida el sol, que se cuela por las ventanillas de la película, dora la oreja. También la que ahora llena la pantalla. La punta de una lengua la rodea, sube por la curva exterior y recorre las ondulaciones interiores. Esta imagen conmueve a la oreja de la fila seis. Percibo su anhelo por la caricia de otra lengua, quizás la mía. Entonces la oreja se esconde. Un minuto más tarde, me muestra de nuevo el lóbulo. Sabe que me ha seducido y juega a ocultarse. Mientras los títulos de crédito avanzan en la pantalla, ruego para que no enciendan las luces.