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Las ficciones de Mariano Picón Salas

“Mariano Picón Salas utiliza a ratos la piel de la narrativa para sostener cuerpos históricos. Aceita la prosa con enseres imaginarios para evitar la pesadez de ciertos contenidos políticos o para evadir el tedioso recuento cronológico. Ateniéndonos a las nociones genológicas contemporáneas, escribió apenas una novela y un cuento”

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Siempre ha sido problemático ubicar las llamadas piezas narrativas de Mariano Picón Salas en los campos genológicos tradicionales. Visto con la amplitud del caso, la suya es una prosa que se mueve por varios registros según le diera “la gana de escribir un estudio histórico, un cuento o una novela o sencillamente un artículo polémico”, como dejó sentado en 1954 a propósito de una comparecencia sobre los géneros literarios en la Universidad Santa María. En aquella ocasión se quejaba de que a él “le pusieron el título de ‘ensayista’, lo que para muchas gentes que tengan la paciencia de leerme –adujo– o la mayor paciencia de comprenderme significaría que cada mañana que me siente junto a la máquina de escribir debo secretar un ensayo para no desmerecer de tan honrosa clasificación”. Por ello aspiraba, dicho con modestia, “a la simple denominación de escritor”, pues eso resulta más a tono con el dominio profesional de la escritura. Y es que, concluye, “escribir es un oficio que solo difiere de otros oficios en complejidad y en el repertorio de ideas e información que maneja cada escritor”(1).

Pese a la defensa, en Venezuela el nombre de don Mariano se vincula más con la ensayística que con otro tipo de manifestación literaria. Cierto que publicó libros en los cuales sobresale el discurso narrativo y que en las entradas de los diccionarios sus merecimientos indican varias desenvolturas prosísticas; no obstante, si atendemos a los caprichos de la preceptiva solo dos obras encajan en el ámbito de la ficción: el relato “Los batracios” (1953) y el trabajo novelesco Los tratos de la noche (1955). Porque sus otros productos adscritos con frecuencia al terreno fictivo: “Agentes viajeros” (1922), Mundo imaginario (1927), Odisea de tierra firme (1931), Registro de huéspedes (1934), Viaje al amanecer (1943), encarnan orientaciones diferentes a las que caracterizan, de suyo, los universos ficcionales. Quiere decir, tratándose del legado de Picón Salas, lo que buena parte de la historia de las letras y la crítica del país suele encauzar en los géneros novela o cuento se corresponde en realidad con formatos donde la narración adquiere cierta relevancia, pero no constituye el sentido básico, digamos, del texto.

Piénsese, por ejemplo, en la manera como los antólogos han recogido lo que consideran muestras de su cuentística: en 1955 Guillermo Meneses incorpora “Los batracios” en su Antología del cuento venezolano; en adelante, ese relato será reproducido por al menos tres compendios nacionales entre 1958 y 1994 (y en varios extranjeros). Sin embargo, acaso para atenuar la repetición, en uno de ellos, el de Rafael Ramón Castellanos, se incluye también “Peste en la nave” (Cuentos venezolanos, 1978), lo cual no hace más que incidir en un equívoco: la breve pieza es uno de los capítulos de la biografía Pedro Claver, el santo de los esclavos (1950). El yerro se origina en 1949 cuando los jurados del concurso de cuentos del diario El Nacional le conceden mención y lo publican en el volumen correspondiente con los ganadores y finalistas del certamen (dos ediciones: 1953 y 1973). Lo mismo ocurre en Relatos venezolanos del siglo XX (1989), de Gabriel Jiménez Emán, donde se edita el fragmento “Historia de una nochebuena triste” de Viaje al amanecer, una composición alejada de las tipicidades de lo ficcional.

Solo “Los batracios”, debe repetirse, califica como cuento; de allí la recurrencia con la que aparece en variadas antologías, de modo que la inclusión de extractos de otros títulos del conjunto de su obra deviene una curiosidad, si no es que una flagrante imprecisión.

Historias

Antes he usado el sustantivo “capricho” para nombrar la preceptiva; esto porque aunque hoy es obvio que una novela (más que un cuento) cristalice discursos o pequeñas estructuras que identifican otras modalidades literarias, no puede desconocerse que existe un anhelo genológico en el lector al momento de enfrentarse con cualquier texto creativo. Es probable que pase igual en el otro lado del proceso: el autor, por cuanto los géneros aún mantienen vigencia, con todo y la mala publicidad que acumulan desde el romanticismo. El mismo Picón Salas, puesto en el trance de comentar las Obras completas (1954) del argentino Eduardo Mallea, escribió: “El hombre del siglo XX ya no parece contentarse con aquel (esquema) de narración que llegó a su cúspide con el arte de Flaubert, y junto con el relato intercala un creciente material teórico, polémico o discursivo”. Así, remata: “Entre la novela y el ensayo en el límite más alto, y el reportaje en el límite más bajo, hay una frontera mucho más fluida que en los tiempos de Madame Bovary” (2). Tal vez el aserto pudiera servir para explicar parte de su propia producción catalogada como novelística; recuérdese, sin embargo, que ese mismo año 54 se queja de que se le afilie de manera exclusiva con el ensayo reconociendo, al paso, la persistencia de los géneros. Sí, la novela puede contener, y esto es ya un lugar común, varias discursividades; con todo, al leer las llamadas ficciones de Picón Salas por mucho que se tense el arco es difícil no hacerse preguntas sobre el estatuto imaginativo de esos trabajos.

Gregory Zambrano, quien ha dedicado un minucioso estudio a la cuestión (3), reconoce que don Mariano practicaba una forma narrativa muy cercana al costumbrismo y, sin duda, a la autobiografía y las memorias. Demuestra en su análisis que muchas de las incursiones del ensayista, consideradas todavía novelas o cuentos, no son más que cuadros aplicados a la interpretación de sucesos políticos mediante el uso de personajes y anécdotas que funcionan como dispositivos para recrear acontecimientos de la historia de Venezuela. El cuadro, conviene recordarlo, era la estructura de los costumbristas del siglo XIX, quienes manejando un lenguaje donde priman las acciones y los pasajes descriptivos sobre el carácter de algunos sujetos estereotípicos retrataban el modo de ser de la sociedad que les tocó vivir. El entuerto acaso se genera por el empleo –en los cuadros de costumbres– de mecanismos inherentes a los géneros de la narración (personajes, hechos, detalles ambientales), pero con la tajante diferencia de que el lector de costumbrismo sabía que lo leído en ese tipo de materiales se hallaba limpio de trazas fictivas; esto es, los consumidores de estos cuadros siempre identificaron los modelos naturales de las figuras representadas (personas de la comunidad nacional un tanto encubiertas por la lupa del humor y la sátira) y se miraban en el espejo de las desternillantes peripecias acaecidas (vividas, por supuesto, de manera menos hiperbólicas) como parte de la trama de sus cotidianidades. Picón Salas disminuye el espíritu chispeante de la estrategia en favor de un tono nostálgico y de rescate de recuerdos íntimos y comunitarios, y así se mantiene dentro del esquema expositivo. Pruebas: Mundo imaginarioRegistro de huéspedes y extensos apartados de Viaje al amanecer.

En relación con las autobiografías y las memorias pasa otro tanto: el interés de don Mariano es fijar episodios de la historia del país vistos a través de la menuda experiencia de supuestos personajes novelescos que, en esencia, resultan máscaras de una voz –su voz– que desea contar hechos reales, lo cual permite (y quizá exige) acudir al expediente del discurso narrativo, la misma tesitura, sea oportuno decirlo, que alienta la materialidad de la profesión historiografía.

Traslapos

Llego, entonces, al fondo del asunto: Mariano Picón Salas utiliza a ratos la piel de la narrativa para sostener cuerpos históricos. Aceita la prosa con enseres imaginarios para evitar la pesadez de ciertos contenidos políticos o para evadir el tedioso recuento cronológico. Ateniéndonos a las nociones genológicas contemporáneas (vigentes incluso en su período vital), escribió apenas una novela y un cuento. Cuando el tema lo exigía se dejaba llevar por el ímpetu de la inventiva, pero sin abandonar el marco y la reflexión sobre el pasado en los textos que acarrean confusiones respecto de su naturaleza: ¿ensayo, ficción, historia?: Mundo imaginarioOdisea de tierra firmeRegistro de huéspedes. ¿Memorias o autobiografías?: Viaje al amanecer.

Como quiera que sea, se trata de un problema crítico que interesa poco al lector que anda tras la búsqueda de un estilo terso y eficaz, amable y cercano, que al mismo tiempo le brinde rutas de conocimiento. Sin embargo, hay que prevenirlo.

Esta conclusión no demerita la calidad rememorativa de esas piezas ni rebaja el disfrute del recorrido, tan solo las coloca en el lugar que les corresponde y aclara el panorama.

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Referencias

(1) Mariano Picón Salas. “Y va de ensayo”. En: Viejos y nuevos mundos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1983, pp. 501-502.

(2) Mariano Picón Salas. En: Simón Alberto Consalvi. Profecía de la palabra. Vida y obra de Mariano Picón-Salas. Caracas: Tierra de Gracia Editores, 1996, p. 382.

(3) Gregory Zambrano. Mariano Picón-Salas y el arte de narrar. Mérida: Ediciones del Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes, 2003.

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