La puerta está abierta. Siempre la encuentran así. Cada vez que alguno de los tres amigos del atormentado profesor de matemáticas (interpretado por Héctor Manrique) va a casa del docente, encuentra la puerta abierta. Hay pocos objetos en el apartamento que parece de otra época. Objetos viejos que ya pasaron de moda. Una vez dentro lo primero que hace el trío de amigos es preguntar si hay café o brandy. Allí comparten lo que los une: apostar.
Los cuatro, a pesar de sus diversos oficios, son jugadores. Al principio pareciera que no hay nada en común entre un barbero (interpretado por Armando Cabrera), un actor (Antonio Delli), un docente (Manrique) y un enterrador (DjamilJassir). Sin embargo, en la pieza escrita por el dramaturgo español Pau Miró y dirigida por Angélica Arteaga queda en evidencia que a este grupo lo une algo profundo: no tienen nada que perder porque ya lo perdieron todo en el casino.
La miseria es parte de sus vidas. Cada uno tiene una realidad diferente a la que enfrentarse en la obra que desde el 5 de mayo hasta el 4 de junio se presentará en el Trasnocho Cultural. Conocidos por sus oficios, el público no sabe el nombre de ninguno, nunca se mencionan. Sus profesiones los definen y en escena se sabe a qué se dedican por la expresión corporal de los actores que hacen sentir al espectador como un invitado más a la partida del día.
El barbero, que toda su vida ha cortado cabello y no sabe hacer otra cosa, se siente un empleado más en su propia barbería. Tuvo que vender parte de su propiedad para salir de las deudas adquiridas por apostar. En el escenario reconoce que hay épocas buenas y malas, aunque a él desde hace un tiempo solo le va mal. “Los clientes o se quedan calvos o se mueren”, dice. También se enfrenta, constantemente, al temor de que su esposa lo abandone.
En el caso del actor, a pesar de su porte de galán, no hay un solo proyecto en el que quede seleccionado después de presentarse a varios castings. Suele llegar tarde a los sitios. Una vez tuvieron que devolver el dinero de la taquilla por su culpa. Que nadie lo llame para actuar parece no importarle, su ego se mantiene bien alto. “No es que dude de mi talento, mis fans no dejan de decirme lo bueno que soy”, se regodea. Sin embargo, la falta de trabajo lo pone en aprietos tras las deudas adquiridas por apostar.
El enterrador parece el más sensato aunque en alguna oportunidad le robó el traje a un difunto. Lo primero que dice al entrar en escena es que en invierno hay menos asesinatos y, por ende, menos trabajo. Tiene una relación (o por lo menos cree tenerla) con una prostituta rusa. No le da celos que la joven cumpla con su trabajo, pero no tolera que hable sobre él con otros clientes. Su empleo le da al menos para vivir después de su paso por el casino.
El grupo lo completa el profesor. Quiere dar una imagen ordenada y elegante. Compulsivo, obsesionado con los números y sobre todo con una operación que no pudo resolver, cayó en desgracia por golpear a un estudiante. Ahora, debe enfrentar un proceso judicial en su contra sin recursos económicos. Solo cuenta con el apoyo del resto del grupo. Juntos los cuatro jugadores enfrentarán la difícil tarea de apostarlo todo por vivir otro día más cuando ya no tienen más nada que perder.
Reírse de la miseria ajena
El texto de Jugadores llegó a la actriz, locutora y directora Angélica Arteaga por una recomendación del actor peruano Alberto Ísola, quien fue su profesor de actuación durante su proceso de formación en Perú. Para ella, las recomendaciones de su maestro son “imperdibles”. La primera vez que leyó el texto, cuenta, le resultó una historia increíble. La decadencia, el humor negro y el tema universal sobre cómo las personas se van quedando atrás a medida que envejecen la atrapó desde el inicio.
Hay generaciones, explica Arteaga, que actualmente no están al tanto de la tecnología y van perdiendo poco a poco su posición en la vida. Eso, comenta, se ve en estos personajes que tienen profesiones normales, pero no les va bien. “Para mí es increíble que ellos se encuentren sin otra razón más allá del juego. Me dije: ‘Qué increíble esta historia que habla de la amistad en el fondo, una profunda amistad que podría ser desesperanzadora, pero que al final no es así’”.
En Jugadores el público va notando cómo mientras las vidas de estos personajes se van quebrando hay una cosa que siempre permanece intacta: su amistad. Eso es lo único que les queda. Se tienen los unos a los otros a pesar de sus vidas miserables. Para Arteaga eso es lo que importa. “Comparten ese momento de alegría, de felicidad, de unión… veo a mis papás, a los amigos de mis padres que tienen a sus hijos afuera, gente que ya no tiene familia aquí, veo a estos personajes que están tan solos… Es el reflejo de nuestra sociedad ahora y creo que eso fue lo que me llamó la atención de esta obra”.
Al terminar de leer el texto la actriz supo que tenía que llevar esa historia a las tablas. El tema pocas veces se aborda a través del humor. “La soledad, qué le pasa a los seres humanos cuando envejecen y se empiezan a dar cuenta de que sus vidas no se parecen a lo que esperaban que fuera. Estos cuatro señores no son familia, solo se tienen unos a otros y los une esa pasión por el juego”, comenta.
La pieza se presentará los viernes a las 8:00 pm, y sábado y domingo a las 7:00 pm por cinco semanas. Jugadores se llevó a escena con éxito en Barcelona, Madrid, México y Perú, y estrena temporada en Caracas bajo el auspicio de la Embajada de España.
Mostrar la sensibilidad necesaria
“Echo de menos las partidas del casino. Cuando pase todo esto nos volveremos a ver”, comenta el profesor en escena abrumado por el proceso judicial que está enfrentando. Su vida cambió tras la muerte de su papá, tiene sueños extraños y siempre se despierta en su habitación a pesar de cerrar la puerta con llave. A sus amigos no les va muy bien tampoco: el barbero perdió el empleo en su antigua barbería, el enterrador descubrió que la prostituta que le gusta tiene un novio abusivo y el actor es adicto a la adrenalina que siente cuando lo atrapan robando en los supermercados.
Para poder mostrar la sensibilidad necesaria que requieren estos personajes en Jugadores, Arteaga considera que sí influyó su visión como directora mujer. Cree que el mundo masculino a veces se percibe como “muy cavernoso. Siendo mujer pude sacarles esa sensibilidad que necesitaba que tuvieran los personajes. Además, todos me tienen confianza y cariño”.
Formada en el Grupo Actoral 80, dirigido por Héctor Manrique, para ella no fue difícil pedirle a los cuatro actores que se mostraran vulnerables en el escenario. “A Armando le pedía que hablara con la misma dulzura y cariño con la que me habla a mí, por ejemplo. Logró ese personaje tierno que se ve en el barbero que hace al público empatizar y decir: ‘Ay no, pobrecito este señor’. Esas vulnerabilidades no son tan fáciles de sacar con los hombres pero ellos son tremendos actores. Se dejaron llevar por el lado que se necesitaba para lograrlo”, afirma.
Desde el principio Arteaga tenía en mente a qué intérpretes quería para los personajes de Jugadores. El único que no estuvo confirmado sino hasta el final fue el del profesor: Manrique tenía muchos compromisos y no estaba seguro de poder participar. Afortunadamente, cuenta la directora, el estreno se pospuso unas semanas y él pudo formar parte del proyecto.
“Para mí es un honor poder dirigir a Héctor, mi maestro, mi papá en el teatro; para mí es un honor que él interprete ese personaje tan complejo que es el profesor. No es solo la comedia que él la lleva muy bien, es también la tragedia que maneja el personaje. Héctor controla bien esos matices. Para mí es el casting perfecto, no podría pedir un elenco mejor”.
No es un chiste fácil
Tras intentar ayudar al profesor a enfrentar su juicio, los jugadores se quedan sin dinero y sin ideas para seguir sus vidas. Es entonces cuando deciden apostarlo todo a una descabellada idea que puede llevarlos incluso a la muerte. Al principio no todos se muestran convencidos, pero después uno a uno se expresa seguro de que es su mejor opción. Todos permanecen unidos ante el plan, solo así podrán ejecutarlo con éxito. “Creo que la obra habla fundamentalmente de la amistad y la soledad que viven muchas personas. De esa amistad que tienes con alguien y con la que puedes salir adelante así sea con la idea más loca del mundo. Si tienes alguien a tu lado puedes lograrlo”, comenta Arteaga.
El elenco y el resto del equipo comenzaron a trabajar en la pieza en noviembre. Esos primeros meses hicieron trabajo de mesa y luego estudiaron mucho los vínculos entre los personajes. “Como dice mi maestro Héctor: un personaje no es otra cosa que su relación con los otros personajes. Esa integración entre ellos, qué le pasa en escena cuando está con el otro es lo que alimenta el personaje, fue muy rico levantar la obra muy rápido”, explica la directora.
Concentrada en lograr una relación íntima entre sus cuatro actores, se concentró primero en armar rápidamente la planta de movimientos. Así ellos podrían vincularse en el espacio escénico desde el inicio. Eso les permitió familiarizarse con los objetos en la escena y enfocarse en los vínculos que debían expresar.
“Eso es algo que hacemos mucho en el Grupo Actoral 80, trabajamos con los objetos en escena, el espacio que se utiliza. Levantamos la obra, eso fue lo primero, y luego solo ensayamos, una y otra y otra y otra vez hasta que agarrara el ritmo que quería”, señala Arteaga.
Si no hubieran ensayado tan seguido ni trabajado tan duro, la obra pudiera convertirse en una tragedia lentísima. Desde el inicio el equipo se concentró en lograr una comedia rápida y entretenida. La meta era lograr que el público se riera de la tragedia de los personajes y así fue. La directora explica: “No es la comedia fácil, del chiste fácil, es la tragedia en sus realidades que se convierte al final en algo divertido. De pronto porque el público se identifica con algo de eso, de repente es una risa nerviosa o incómoda, o una risa porque de verdad es que la situación es graciosa, les pasan son cosas locas, pero te las terminas creyendo. Ves al enterrador y te crees lo que está diciendo”.
Seguir formando
Jugadores es la segunda obra que Angélica Arteaga dirige en su carrera. La primera fue La granada en 2017. Ese tiempo lejos de la dirección, reconoce, le ha supuesto un poco dificultad al momento de volver a dirigir. Como director, señala, siempre se debe enfrentar a muchos retos, entre ellos tener solo dos días de ensayo en la sala. “Para mí eso es algo difícil siendo una directora novel. Pero la verdad es que teniendo actores y un equipo como el que tengo no se me hizo tan difícil, trabajar con Trasnocho también fue fácil. Son muy colaboradores, trabajamos muy bien, así es muy fácil, ellos resuelven cualquier cosa y los actores también. No hubo un reto imposible de superar, fue un disfrute todo el proceso”, asegura.
Eso sí: fue un trabajo largo pero admite que valió la pena. Añade: “Uno como director novel tiene que ensayar mucho, en el trabajo está la clave. Hay que esforzarse por lograrlo”.
A la par de la temporada como directora de Jugadores, Arteaga es parte del elenco de la pieza Acto Cultural. Para ella el verdadero reto será estar en cartelera con dos obras diferentes que se deben presentar tres días a la semana una después de la otra. Le tocará correr de una función a otra pero asume el reto con una sonrisa en los labios y la emoción en la voz.
Por los momentos, está leyendo para ver qué próxima obra va a dirigir porque piensa que como directora y actriz no puede parar. También está trabajando con el taller de formación del Grupo Actoral 80 en el que se presentarán 12 alumnos. En cuanto a los talleres, Arteaga está interesada en formar nuevas generaciones en el taller del Grupo Skena y el del Colegio Champagnat. “Siento que la gente cada vez más desconoce lo que es el teatro y a mí me interesa que se formen nuevas generaciones. Hay niños que nunca han ido al teatro; allí está la meta, hacer más cosas de calidad que interesen a la gente para que vuelva al teatro”.
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