Confiesa que en ningún sitio se sintió más exiliado que en Venezuela cuando llegó en 1964 de la mano de su madre, a la edad de 8 años. Se trataba de un país extraño, dice Javier Conde, muy distinto a la aldea gallega de su nacimiento. Aquel desarraigo de la primera patria, sin embargo, resultaría una gran paradoja. Con el tiempo fue en este nuevo país, entonces desconocido pero pujante y auténticamente democrático, donde creció como ciudadano, formó familia y se forjó como profesional del periodismo por encima del promedio —si a términos beisboleros vamos—, profesión que le dio las herramientas indispensables para hacer posible Vidas exiliadas.
Este, su tercer libro, es una minuciosa recopilación de textos sobre exilios y exiliados escritos por él desde 2014, cuando abandonó físicamente una Venezuela inmersa en uno de sus peores momentos para iniciar un periplo que lo ha llevado a Colombia, Uruguay y a su Galicia natal. Vidas exiliadas, que será presentado el próximo 3 de enero durante un evento vía Zoom desde territorio gallego, da para todo. Son 21 trabajos ricos en rigor, investigación, fuentes veraces y datos inéditos sobre hechos de la historia contemporánea o el pasado reciente de Venezuela y otras partes.
—¿Hubo una motivación económica en tu decisión de irte de Venezuela 50 años después de haber llegado?
—La decisión de irme de Venezuela tuvo una motivación de tipo personal. Fue una relación amorosa que me motivó a iniciar esa aventura y que como la evalúo ahora me ha sido provechosa. Me preocupaba era cómo ganarme la vida en sociedades como la bogotana, la uruguaya y ahora en España, haciendo periodismo cuando nadie me conocía. Estaba saliendo de mi zona de confort en Venezuela, entre comillas porque no había ningún confort. Había desarrollado toda mi carrera periodística y docente en Venezuela y tenía muchas relaciones, por lo que me era más fácil conseguir un trabajo en Caracas. Colaboré con periódicos importantes: El Espectador en Colombia, con El Observador de Montevideo y en España he logrado también escribir con El Progreso de Lugo en Galicia. Ese reto de seguir ganándome la vida como periodista me lo planteaba como un dilema y estoy satisfecho de lo logrado.
—¿Al decidir irte de Venezuela en 2014 te imaginaste que ibas a iniciar un exilio de tipo político prolongado?
—Nunca me puse un horizonte de tiempo para volver a Venezuela, ni lo tengo ahora. Quizás si ocurriera un cambio positivo me atraería volver, lo único es que mis tres hijos están fuera de Venezuela y estar cerca de ellos es muy importante para mí, sobre todo con la más pequeña que vive en otra parte de España.
—¿En cuál de los países donde has estado viviendo te has sentido más un ciudadano exiliado: Colombia, Uruguay, España?
—En verdad no me he sentido un exiliado. He tenido la capacidad de poder relacionarme y encontrar amistades en los tres países en los que he vivido, algunas muy buenas y duraderas. Lo único fue algo que está relatado en el libro, que recibí un ataque público en un medio uruguayo contra mí y el medio donde escribía, debido a que era extranjero y estaba metiéndome en la vida política de Uruguay al hacer una historia sobre el exilio en Montevideo de Jacobo Arbenz, el expresidente guatemalteco derrocado en 1954. Son visiones limitadas, exageradas y de posiciones extremas que cuestionan ese tipo de cosas.
—¿Pero cuándo, cómo y dónde tuviste conciencia por primera vez de que eras un exiliado desde el punto de vista del desarraigo?
—La primera vez que me sentí en verdad un exiliado fue cuando llegué de niño a Venezuela, saliendo de mi pueblo donde tenía una vida con estrecheces, pero plácida. Sin mayores preocupaciones que ir a la escuela. Mi mamá era una mujer que trabajaba la tierra y era muy buena mariscadora, de meterse al mar a sacar almejas. De eso vivíamos mi abuela, mi mamá y yo en el pueblo. El desgarro de dejar eso y llegar a una ciudad como Caracas sí te hace sentir extraño por la cultura y las costumbres que eran otras. Yo usaba pantalones cortos y en Venezuela los niños no los usaban. Los cachetes se me ponían colorados por el calor y hablaba mal el castellano cuando llegué. Hoy me siento totalmente venezolano y siento que pertenezco a España por esa infancia que viví aquí llena de recuerdos, de los que ahora escribo de alguna manera y me nutren.
—En Vidas exiliadas prevalece el tema político que obviamente es tu fuerte, pero también hay en menor proporción textos sobre el tema deportivo, que también dominas muy bien. Ya tienes publicada la recopilación de Claro y Raspao (TalCual) y el libro sobre Octavio Lepage. ¿Escribirías uno sobre deportes?
—Siempre me han gustado los deportes, sobre todo fútbol, y me ha atraído contar historias deportivas, porque me parece que reflejan mucho de la vida de la gente además de los resultados o la crónica de un partido. Por ejemplo, los trabajos de “Papaíto” Candal y Damián Gaubeka son reportajes vivenciales, como pequeñas biografías de estas personas. Y eso me encanta. Creo que hay muchas historias del deporte en Venezuela que nunca hemos publicado. Por ejemplo, no he visto una gran historia sobre Luis Aparicio. U otra sobre Miguel Cabrera que se sume a la que tú hiciste. O sobre Yulimar Rojas, nuestra campeona mundial de salto triple, que es extraordinaria para contar su vida. Ese tipo de historias me gustaría poder contarlas o leerlas.
—Has dicho que te gusta mejor el término periodismo y no comunicación social. ¿Por qué?
—Buena pregunta. Me gusta el término periodismo y no comunicación social porque son como distintas cosas. Creo que debe haber una escuela exactamente de hacer periodismo y de lo que es el periodismo: buscar la información y escribirla y ponerla sobre el papel o por los medios que sea con los géneros que tenemos a la mano. Podría haber una Facultad de Comunicación Social y una Escuela de Periodismo. Creo que ese sería el nombre más apropiado porque eso es lo que hacemos. No me presento nunca diciendo que soy un comunicador social. Soy un periodista que busco información, recaudo datos y transmito lo que consigo: unas declaraciones, una entrevista, un reportaje o hago otras piezas con posiciones editoriales o lo que sea.
—¿En Venezuela hiciste alguna vez un periodismo semejante al que has hecho durante tus exilios en Colombia, Uruguay y ahora España?
—En Venezuela hice todo lo que pude. Ahora soy una persona mayor con otro recorrido. Creo que puedo decir que he mejorado con el tiempo en algunas cosas, pero, como dije antes, en Venezuela hice de todo. Cubrí Parlamento, la casa presidencial, sucesos, universidad, barrios, la CTV, economía, gremios, en deportes los Juegos Panamericanos de 1983. También tuve responsabilidades de coordinación, de jefatura y de dirección en el caso de 2001 y de hacer primeras páginas, tanto en TalCual como en la revista Primicia, en El Nacional y en 2001. Ahora obviamente tengo más lecturas, más aprendizaje y más errores también, pero puedo hacer algo mejor.
—¿Cómo valoras haber trabajado en distintos medios con personas como Teodoro Petkoff, Germán Carías o Tomás Eloy Martínez?
—El Nacional fue mi escuela inicial del periodismo, la que me hizo gustar esta profesión a los 20 años. Luego pasé nueve años en El Diario de Caracas y en TalCual estuve unos seis o siete, pero claro ya era otra Venezuela y estábamos en el principio de esta etapa que lleva 25 años. Fue una experiencia muy importante trabajar al lado de Teodoro y ver cómo analizaba las cosas y vivir ese movimiento político que se generaba en torno a TalCual con tantas visitas y tantos personajes. Siempre me encargaba con Teodoro de que las portadas fueran creativas y tuvieran impacto.
Tomás Eloy Martínez fue la persona que me llevó a la redacción de El Nacional después de trabajar en análisis de prensa con él. Así empecé en el Cuerpo C, a cargo de Germán Carías que era mi profesor en la UCAB. Había comenzado como becario en la sección Internacional de El Nacional cortando cables, clasificando noticias, aprendiendo a titularlas y a retitularlas. Mi primer jefe fue el argentino Jorge Sethson, que me dijo una cosa inolvidable cuando me equivoqué con un título. Me dijo que no me preocupara, porque yo no estaba allí para rendir sino para aprender. En El Diario de Caracas tuvimos a un extraordinario grupo de información política y fue un gran aprendizaje.
—¿En qué momento sentiste con más cercanía en Venezuela alguna manifestación de presión o censura contra la libertad de expresión?
—En Venezuela, como en otros países, el criterio sobre la libertad de expresión tiene una limitación de partida: se nos concede el derecho de expresarnos siempre que la ley no diga lo contrario. Es increíble que aceptemos que la ley puede estar por encima de la Constitución y que se pueda hacer una ley contra la libertad de expresión. Vivimos con ese clima desde que este régimen se instaló en 1998. La Constitución además establece lo de la información veraz. ¿Qué es eso de ponerle un calificativo a la información? Eso implica que alguien debe determinar lo que es veraz y lo que no es. La información es la información, no necesita apellidos. Las presiones comenzaron muy pronto en el primer gobierno de Hugo Chávez. Los que llegaron al poder en 1999 no creen en la democracia ni en un régimen donde los medios jueguen un papel de vigilancia o crítica.
—Tus trabajos en Vidas exiliadas reflejan una investigación a fondo, de consultas con fuentes muy diversas y con una gran abundancia de datos.
—Diría que el de Damián Gaubeka requirió mayor investigación, por ser un personaje menos conocido. Solo había una referencia en Internet sobre él, pero en ningún lado se conseguía información. Gracias al periodista Xabier Coscojuela, que me puso en contacto con otros periodistas en el País Vasco, pude dar con un hijo de Gaubeka en Madrid y reconstruir la historia de su papá. Ese señor fue el creador de la Pequeña Copa del Mundo, un torneo inconcebible, que se disputó varias veces en Caracas, la capital de un país aparentemente no futbolero.
—Tienes una gran variedad de personajes interesantes entre tus entrevistados: Carlos Blanco, Arria, Candal, Montaner, Arturo Sosa y casi Farruco Sesto.
—En la entrevista con Carlos Blanco hay un intercambio de ideas. Él es una persona con larga experiencia política y que tiene una responsabilidad muy significativa ahora dentro de las fuerzas que promueven el cambio democrático en nuestro país. A Arturo Sosa lo conocía desde mis tiempos de joven periodista y de coberturas que hice sobre la Conferencia Episcopal de Puebla en 1979. Tenía cierta confianza y me era más fácil entrarle. Arria fue nuestro editor en El Diario de Caracas y siempre lo he apreciado y admirado por lo que significó para ese periódico como expresión de periodismo de avanzada. Es muy amable y siempre está dispuesto a darte información, en este caso sobre la liberación de Orlando Letelier, de la que fue un personaje clave por su gestión ante el dictador Augusto Pinochet. A Montaner no lo conocí personalmente. Intercambiamos mensajes por correo electrónico y por WhatsApp, directamente con él y mediante una hija. Era un hombre muy atento y muy claro que hablaba igual como escribía, directo y precisando las cosas.
Farruco Sesto obviamente no quiso hablar, pero a partir de algunas cosas que me dijo en ese intercambio de correos que aparece en el libro y luego hablando con por lo menos cinco o seis personas más pude reconstruir parte de su historia política en Venezuela. Siempre me pareció importante hacer una entrevista a una persona que siguiera defendiendo lo indefendible, es decir lo que está ocurriendo en Venezuela. Se negó, pero igual pude construir su perfil.
—Montaner es muy directo criticando al régimen que gobierna a Venezuela. Y tú lo publicas sin dudarlo. ¿Estás al tanto del riesgo que eso implica?
—Cuando salió el trabajo de Farruco Sesto crearon cuentas rápidamente en X, y empezaron a difundir mensajes contra mí. No le presté importancia y no se la prestaría tampoco en una Venezuela en situación normal. Si uno publica eso estando en la Venezuela de hoy corres muchos riesgos. Estoy en el exterior y puedo utilizar la libertad que tengo en el medio que acepte publicar ciertas cosas. Igual uno siempre tiene que ser prudente. Tampoco creo en un periodismo de insultos o de tuteos. Vidas exiliadas habla del exilio, habla de fútbol, habla de periodismo y también hay una intención de marcar que la libertad y la democracia son elementos importantes en lo que hago, en los personajes que lo expresan, en el tipo de lucha que se libra en Venezuela y que ese sea el norte: democracia y libertad. Espero que el libro contribuya a dejar en claro esa idea.
Vidas exiliadas está disponible en Amazon en el siguiente enlace B0DK6N8GTX, tanto en versión digital como impresa. Habrá una presentación por Zoom desde la provincia de Lugo, Galicia, el próximo 3 de enero. También está prevista una presentación en la UCAB en abril a propósito del Día Mundial del Libro, además de otras actividades en distintas partes de España.
Por HÉCTOR BECERRA
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