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Instigaciones: fragmentos

“A la orilla de los días” de Eleazar León fue preparada por Samuel González-Seijas para El Estilete. La última sección del libro está conformada por varios centenares de notas, que muestran a León como un pensador penetrante e interesado por una amplia paleta de temas. A continuación se ofrecen una mínima selección de esas “instigaciones”

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No hay que preocuparse, sobre todo no hay que preocuparse. A pesar de las previsiones, los vaticinios, los cálculos; considerando las vías rectas, los rodeos, los atajos; sopesando con cautela los signos a favor, las señales adversas; al margen de lo reticente, lo repentino o lo casual, es inexorable, es incurablemente inexorable que al tomar cualquier decisión dejemos de equivocamos.

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En el mundo natural, animales y plantas toman a veces apariencias agresivas para sobrevivir: mariposas de alas felinas, peces con cara de dragón, árboles armados como guerreros, bestias inofensivas que semejan una extravagancia o una pesadilla. Todo lo contrario de los seres humanos, cuya apariencia natural, el disfraz, no oculta debilidad sino recelo, doblez de intenciones y maneras fingidas, y sobre todo ese aspecto de víctimas de sus propias astucias que terminará por arrasarlos.

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La psicología del Traidor es mimética. Capaz, por artilugio, de convertirse en cualquier cosa, sobre todo en amigo, confidente y por último en el falsario y calumniador que es, solo es deseable para él que la multitud de sus disfraces se le vuelva una jauría que lo persiga y lo derribe y lo destroce furiosamente como a un perro, con el perdón de los perros.

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Baudelaire anotaba que Estados Unidos no descansaría hasta colocar al mismísimo diablo en una vitrina con el precio entre los cuernos. Hechos recientes aseguran que la operación mercantil se efectuó y que, en vista del éxito, ahora se cuenta en el mercado no solo con el auténtico Demonio, sino con copias más o menos apresuradas del original. Como se ve, no son pocos los beneficios de la democracia, del pragmatismo tenaz. Cada país puede, en el presente, ostentar una vitrina con su propio diablo. En cuanto al precio, las ofertas fluctúan. Los grandes gobiernos, de acuerdo a su poderío, exhiben grandes demonios que cuestan dineros caudalosos. A los pequeños gobiernos, es inevitable, no les alcanza sino para diablejos en vías de desarrollo, íncubos y súcubos de maltrecha factura, vale decir, pobres diablos.

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En tiempos difíciles (y en los otros también) es recomendable actuar de manera espontánea, fresca, natural, es decir, egoísta. ¿Qué otra cosa hacen los peces del agua, las aves del aire, y los lirios del campo?

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Los escrúpulos son tan necesarios para la vida como los espárragos. Quien los conoce, los juzga prescindibles, quien no los conoce no se ha perdido de nada.

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En situaciones de peligro, no hay que alarmarse en exceso. Cuando alguien está a punto de caer en el abismo, siempre aparece cualquiera dispuesto a empujarlo.

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Hay seres que buscan la desgracia, como los vampiros la oscuridad y la sangre. Fatigoso no es admitirlos o tolerarlos (son una lluvia siniestra sobre la vida), sino entrar por descuido en su órbita fatal.

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La actividad cotidiana es la edificación de una columna de humo que debemos creer consiste y llena de porvenir, como peldaños de piedra en el ascenso de una montaña. Si despertamos de tal ilusión, la columna de humo se disipa, con nosotros dentro.

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El amor es una promesa, no un hecho. Su dimensión ilusoria causa tantas devastaciones como las guerras, o tal vez más. En su territorio no se cuentan sino heridos y víctimas. Mientras más ardiente y vivo, más irrealizable. Tal condición de fantasma divino no lo hace menos corpóreo que las alucinaciones, los delirios (que son reales para quien los padece), y las mentiras gozosas de la ebriedad. Vivir sin él es sabio, pero no humano.

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Si de cien veces actuamos una vez con generosidad, la proporción es espléndida. A los ambiciosos que pretendan más, debemos recordarles que bien pudiéramos actuar ciento por ciento egoístas.

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Al principio, el ser humano da en creer que su situación en el mundo se plantea en términos de todo o nada. Luego de algunas experiencias mundanas (modos de nombrar la precipitación y el descalabro), entiende que si logra la mitad de sus ambiciones tiene la suerte de un afortunado. La madurez (más reticente o escarmentada) disminuye la proporción: si un dedo de realidad toca la mano de sus deseos, es la gloria. La única sabiduría consiste, paso a paso, en aprender a renunciar. Pero ¿quién aprende?

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Tal vez la gran ventaja del dinero consista en que quienes lo poseen arruinan igualmente su vida, tanto como los demás, pero eso sí, confortablemente.

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Los necios creen que la belleza tiene un valor decorativo y de ostentación. En verdad no es sino la desesperación de la vida mortal que no dispone de otro alivio para la conciencia de sus días contados.

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Meng Hao Jan comentaba que nada mejor para la vida social que enseñar los dientes. “Quien te vea”, decía, “no sabe si vas a reír o a morder, y en ambos casos ese recurso desarma cualquier cautela”.

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Leer periódicos revela por lo menos algo sustancial: la gente necesita castigar y ser castigada. Si no, ¿para qué toda esa actividad de molino de huesos, afrentas, desafíos, intimidaciones y matanzas? Es claro que la especie humana está todavía en mitad de su evolución, con un pie en la selva y el otro en quien sabe qué clase de jerarquía angélica, incluido Lucifer.

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La prohibición de maldecir se ejerce contra el resuello de quien se encuentra ahogado y necesita un impulso más para no ceder ante sus miserias.

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El amor que Cleopatra sintió por el César incluía Egipto y Roma, es decir, el Mediterráneo, las extensiones del Nilo, los territorios de cambiantes climas, las legiones de paso trepidante, también fortalezas, también elefantes, barcos remeros, esclavos, desfiles, derrotas, victorias, festines, venganzas, emboscadas, degüellos, arrebatos, serpientes, coronas de laurel y una intimidad tan pública como una guerra. La escena es grandiosa, pero nadie, en la pequeña escala de sus dominios y poderes, vive en menor grado las euforias de tal sentimiento.

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