ENTRETENIMIENTO

Felipe Herrera, Premio Especial AICA, Capítulo Venezuela

por El Nacional El Nacional

Felipe Herrera acaba de ser galardonado con el Premio Especial otorgado por la Asociación Internacional de Críticos de Arte en su Capítulo Venezuela. Este merecido reconocimiento valora una trayectoria artística que yendo a contracorriente de los vanguardismos, ha logrado trazar una línea definida, original y de hondo talante poético en las artes plásticas venezolanas. Con más de cincuenta años de vida artística, Felipe Herrera ha construido un lenguaje que lo identifica, lleno de símbolos que concurren a la manera de los maestros surrealistas, y al que se suma una depurada técnica, lograda por años de dedicación paciente a la observación y al dibujo.

Cuando comenzó su carrera en las artes plásticas, Herrera emprendió el camino de la escultura, pero desde finales de la década de 1970 toma el dibujo como vía de expresión. En esto lo acompañó el impulso de una época que se reencontró con una técnica exigente pero accesible, el dibujo, que los artistas jóvenes estudiaron con entusiasmo logrando reavivarla desde el ejercicio colectivo. A pesar de su amor por esta modalidad expresiva, su gusto por las formas tridimensionales nunca lo abandonará.

Siendo un lector voraz, su obra dibujística se nutre desde entonces de la literatura fantástica y sobre todo de la poesía, especialmente de la obra del francés Jacques Prévert y del venezolano Eugenio Montejo. Desde esa época comienza a elaborar un vocabulario de signos que se harán recurrentes y constantes en toda su obra y en el que podemos hallar atisbos de las composiciones oníricas de Max Ernst o Salvador Dalí y de la paradójica obra de M. C. Escher. Sus temas siempre se relacionan con la vida interior: el amor, la soledad, la muerte, la melancolía. Conocer el trabajo de Anselm Kiefer, artista que actualizó un reencuentro con la historia desde una perspectiva ética y compasiva, reafirmó el sentido profundamente humanista de su obra.

En la década de 1980 Herrera comienza a destacarse en el panorama artístico venezolano al hacerse acreedor de los primeros premios en la I Bienal del Dibujo de Fundarte de Caracas y en el IX Salón de Arte Aragua de Maracay. En esta etapa es conocido y admirado por la maestría de su dibujo, que la crítica describe como hecho “con minuciosidad de filigrana”, y en el que abundan los detalles, el rico retrato de texturas, los juegos de luces y sombras, el gusto por la perspectiva y por los espacios que se interconectan. En el plano temático, se reitera la voluntad de crear a través de un repertorio simbólico que, como asomamos anteriormente, con el tiempo se convertirá en uno de los sellos distintivos de su obra. En este sentido, sus aportes al dibujo venezolano son indiscutibles. Herrera es reconocido actualmente no solo como un artista determinante en nuestro llamado “boom del dibujo” de los años ochenta, sino como un maestro de esta disciplina plástica en Latinoamérica.

Posteriormente el artista retoma la tridimensionalidad por medio del ensamblaje, técnica que le permite integrar su interés por la creación de espacios complejos y la realización de metáforas visuales a través de la yuxtaposición de figuras y objetos cargados de valor simbólico.

Su formación como escultor y dibujante se complementa en estas piezas en las que despliega todo su virtuosismo técnico para alcanzar la tesitura hiperreal que necesita el símbolo para ser efectivo. Obras como Trampajaula (2007) muestran varios de estos elementos formales recurrentes en sus ensamblajes. Es ésta una caja cuadrada o escaque compartimentado, cuya estructura proviene de la imagen del tablero de ajedrez que el artista utiliza como metáfora de las numerosas confrontaciones a las que nos enfrenta la existencia. El cuadrante superior izquierdo es, de hecho, una jaula que contiene un corazón –que alude a la pasión– colocado sobre una silla; en el cuadrante inferior se hallan los tres cuerpos geométricos básicos –cono, esfera, cubo–, que simbolizan la razón. En la sección de la derecha hay una mano que sostiene una rama florida –la vida–, con un poema manuscrito al fondo. Herrera suele introducir elementos externos a la caja que completan su simbolismo. En esta hay dos manos que se entrelazan para halarla desde arriba a manera de un equipaje, colocadas en alusión al carácter efímero de la vida; también hay un ornamento barroco adosado en la parte inferior, acaso simbolizando el pasado y al arte mismo. Las formas descritas son tridimensionales y naturalistas y han sido creadas por el artista siguiendo, sobre todo, la técnica del vaciado.

En su producción son recurrentes las sillas, objetos encontrados que Herrera interviene con dibujos y modifica con la adición de otros cuerpos. Es el caso de Ella I (2015), pieza en la que un cáliz con una flor es colocado en el asiento y en la que el cuerpo humano se insinúa poética y dramáticamente. A través de la representación tridimensional de la parte inferior de dos piernas cruzadas frente a la silla, y de unos brazos que toman el asiento desde arriba, el artista logra expresar la ausencia. Esta relación dialéctica de las formas y los vacíos construye un homenaje silente a quienes ya no están. En Tótem I (2015) el artista experimenta con la verticalidad del monumento ancestral, superponiendo objetos encontrados que sirven de base, marco o apoyo a sus esculturas simbólicas. Aparecen nuevamente los cuerpos geométricos y la mano con la rosa, coronadas aquí por un corazón dorado montado en un marco barroco.

En piezas como Escaques (2016) –con la que el artista participó en la recientemente realizada exposición “El pasado y el futuro en el presente. Trienal BOD”– los cuadrados conforman una instalación horizontal de nichos blancos y negros donde se albergan estas pequeñas esculturas. El caballo, el corazón, las manos y pies, los naipes, el ojo, la silla, el reloj, los cuerpos geométricos, convergen como una sucesión de esas “palabras visuales” que estructuran el poema plástico que es cada obra de Felipe Herrera.

El reconocimiento otorgado por AICA a la obra de Felipe Herrera –así como la pequeña muestra “Inexorable” realizada el año pasado en el Ateneo de Caracas– saldan parcialmente una deuda que el país, a través de su oficialidad cultural, tiene con este artista, a quien su trayectoria y maestría hacen ya merecedor de una revisión crítica amplia y, en consecuencia, de una gran muestra retrospectiva de su trabajo en un museo nacional.

Este premio también contribuye a la revisión de esta hermosa obra y nos lleva a comprenderla y a disfrutarla como el resultado de un trabajo solitario y disciplinado, que ha perseverado en hacer de la imagen plástica un vehículo poético que nos permita pensar y meditar en el amor, la muerte, el paso del tiempo, las complejidades del sueño y la razón y en el misterio de la pasajera existencia del ser humano en el mundo.