ENTRETENIMIENTO

Cuatro poemas de Sharon Olds

por El Nacional El Nacional

Poema tardío a mi padre

De repente me acordé de ti

cuando eras niño en esa casa, las habitaciones a oscuras

y la chimenea caliente con un hombre en silencio

frente a ella. Te movías a través del aire espeso

con tu belleza física, un niño de siete años,

indefenso, inteligente, había cosas que el hombre

había hecho cerca de ti, y era tu padre,

el molde en que tú fuiste hecho. Abajo, en la

bodega, los barriles de manzanas dulces,

recogidas de lo más alto del árbol, podridas y

podridas, y más allá de la puerta de la bodega

el arroyo corría y corría, y algo

que no te concedían, o algo que te habían

quitado pero con lo que habías nacido, así

que incluso a los 30 y a los 40 te llevabas

la medicina aceitosa a los labios

cada noche, el veneno que te ayudaba

a caer en la inconsciencia. Siempre pensé que lo

importante era lo que nos hiciste

siendo adulto; pero luego recordé

al niño que se cría frente al fuego, los

diminutos huesos dentro de su alma

retorcidos en las fracturas de la rama, los tendones

pequeños que mantienen el corazón en su lugar

quebradizo. Y lo que te hicieron a ti

no lo hiciste conmigo. Al amarte ahora,

me gusta pensar que estoy dando mi amor

directamente a ese chico en la abrasadora habitación,

como si pudiera alcanzarlo a través del tiempo.

**

La última herida

Cuando mi hijo llega a casa del viaje de fin de semana

en el

que se clavó un trozo de acero del

techo de un coche y se abrió la cabeza

y le afeitaron la herida y la desinfectaron

y le dieron puntos, se acerca a mí

sonriendo con orgullo y miedo, y poco a poco

inclina la cabeza, como para el dios del trauma,

y ahí está, el cuero cabelludo azul grisáceo como la

piel de un cadáver, la superficie fría y

gelatinosa, el corte largo y rectilíneo

como si fuera deliberado, las

suturas a ambos lados como terribles

marcas de la voluntad humana. Le digo

Increíble, arrimo su cabeza en dirección a mi estómago

con suavidad, la piel desnuda de la parte superior

que tiembla como piel de leche hervida

y azulada como la epidermis de un mono

extraído muerto de su madre, el

crecimiento leve del cabello fino como una

promesa. Acuno su cerebro en mis brazos como

una vez mecí todo su cuerpo,

entregado, y el área de la herida resplandece

gris y translúcido como la cabeza de un pardillo

                                                             cuando se

tambalea al borde del nido, el corte una

línea media en descenso por el cráneo, la carne

gelatinosa, los puntos negros, la hendidura que dice

me lo llevo, el hilo que dice lo devuelvo.

**

Veo a mi niña

Cuando te vas de campamento y me despido, te veo

doblar el cuello por el peso del chelo, veo

ni pequeño torso bajo la

carga de la mochila pesada del mismo modo en que

una piedra reposaría sobre el cuerpo de un niño, y

de repente veo tu bondad, el peso de tu

bondad paciente y tenaz a medida que arrastras tus

cosas al avión, te pareces a una viejecita

de huesos pequeños de la Europa más oscura

que avanza hacia la tercera clase, que carga con todos los

                                                                bienes de la familia.

De repente todo el aeropuerto está lleno de tu bondad, tu

cabello fino parece tallado por la bondad, tu

pálido rostro parece desangrado, con

esa mirada atenta hacia arriba tienes el aspecto de

alguien que permaneciera bajo una losa.

Durante mucho tiempo recé para que fueses buena,

recé para que no fueses algo así como un Hitler del

mismo modo en que yo de niña temía ser Hitler; pero

no quería expresarlo así, la opresión de la bondad, la

ausencia de vida. Me pides algo para comer

y mi corazón salta, te quito la mochila de la espalda y

                                                                          dejamos

tu chelo contra una silla y

luego ya me puedo sentar y verte comer pastel de

                                                              chocolate,

con cuidado una cucharadita tras otra, tu

lengua que se mueve lentamente sobre esa mezcla

en el profundo placer, Qué bueno está, mamá,

qué bueno está, sonríes, y el aire que te rodea la cara

brilla con el oscuro brillo escindido de la bondad.

**

Cuando mi hijo está enfermo

Cuando mi hijo está tan enfermo que se duerme

a mitad del día, la cabeza pequeña, ovalada

y dura con tanto dolor que

prefiere olvidar la conciencia como

alguien que cuelga de una cuerda en llamas

dejando ir su vida, me siento y

apenas respiro. Pienso en la

piel medio líquida de sus labios,

inflamada y mellada con ranuras rojas como

fisuras en la corteza de un volcán, desde

donde se puede ver el fuego. Aunque estoy

al otro lado del pasillo, veo los

bultos frenéticos de sus globos oculares tirando

de los párpados verdosos, sus sienes

rojas y agrias de dolor, su piel

como oro pálido, como mantequilla fría que luego

cambia un poco a mantequilla rancia hasta que

le salen pecas que se pueden extender, islas negras

y pequeñas de moho, duerme el sueño

terrible del enfermo, su corazón esforzado

que late como un conducto en su cuerpo, como un

zapato golpea las barras de acero cuando

alguien quiere que lo dejen salir, me

siento, me siento muy quieta, estoy en las

afueras del mundo, en el límite descubierto

cuando se supo que era plano; el borde desgarrado,

grueso y de barro negro, los vasos y las

venas y los tendones que cuelgan

en suspenso,

cuando mi hijo está enfermo me siento en el borde de

la nada y me cuelgan las piernas

y a veces dejo caer un zapato

para entregarle algo.