Daddy Yankee

El palacio del perreo está listo para recibir a sus súbditos. Hasta las puertas del castillo llegan miles de personas, de todas partes del mundo, para despedir a Daddy Yankee. Cadenas, gorras, minifaldas, gafas, tenis y brillo… Los “cacos” y las “yales” se han hecho de sus prendas más finas para venir a decir adiós. El aire huele a nostalgia y perfumes caros.

Detrás del espíritu de celebración se esconde esa sensación de ansiedad curiosa que acompaña el cierre de un capítulo. Esta es la parada al final del camino. Todos lo saben, pero nadie lo dice. Están aquí para ser parte de la historia, porque es la última noche en el Barrio Fino. Nadie imagina que al final de un gran espectáculo comenzaría otra historia. Daddy Yankee diría adiós y retomaría a Raymond Ayala, que ahora dedicará su vida a Cristo.

Como si se tratara de un evento de importancia internacional, por todas partes se pueden ver banderas de otros países, tan cercanos como México, Ecuador, Chile, Argentina, Canadá, y tan lejanas como Grecia, Alemania y Japón, por nombrar algunas.

Entre la algarabía de las filas y las incontables personas tomándose fotos, un hombre y su hijo conversan mientras esperan su turno para entrar.

“Vinimos aquí a disfrutar un ratito, a ver la leyenda de Puerto Rico, Daddy Yankee. Es el primer concierto de mi chico, lo traje para acá para que disfrute”, explica Omy Roldán, quien ha llegado hasta aquí el domingo en la noche junto con su hijo, Dayven.

—¿Usted recuerda cuando fue la primera vez que escuchó la música de Daddy Yankee?

—Yo tengo 44 años, así que yo vengo desde Playero y todo eso por ahí. Yo me acuerdo de Yankee desde muy joven, los conciertos y los ‘parties’ que hacíamos de marquesina. Vi a Yankee cuando tenía bigote, cuando se lo afeitó, todas sus evoluciones y las de la gente del género.

—Dayven, ¿qué piensas de estar aquí y poder compartir este momento con tu papá?

—Eh… lo mismo que él dijo —responde el chico, generando la risa de su padre.

“Está nervioso porque es su primer concierto. Él está viendo a Yankee ahora a punto de retirarse, pero yo le comento mucho a él de cómo era Yankee en los tiempos de antes, en sus comienzos. Este va a ser su último concierto, pero él deja un legado y sus canciones van a seguir. Él se va a desaparecer, quizás, de los escenarios, pero en la música él siempre va a estar”, dice Omy, mirando a su hijo con algo parecido a esperanza.

En eso las puertas del Coliseo de Puerto Rico se abren. La fiesta en el palacio está próxima a comenzar.

Durante los últimos minutos de su última presentación, Yankee explica que ha entregado su vida a Cristo, que fue esta decisión lo que lo llevó a optar por su retiro. Se acabó la historia de Daddy Yankee, dice, y comienza una nueva, bajo el nombre de Raymond Ayala. (Alejandro Granadillo).

Adentro, el tiempo se convierte en una ilusión. Las personas buscan comida, tragos y hasta cantan los éxitos de “El Cangri” en karaokes, desafinados. Una familia de tres transita por los pasillos buscando sus lugares para la noche. Milcelis Cruz, Héctor Arroyo y su niño, Derek, han venido a compartir este momento juntos.

“Yo he ido a todos los conciertos de Daddy Yankee y no me podía perder el último”, explica Milcelis.

A su lado, su esposo, Héctor, recuerda con estima aquellos años de adolescencia y adultez temprana en los que perreaban en la clandestinidad de discotecas y marquesinas.

“Y todavía perreamos” dice, riendo. “Yo lo vengo escuchando desde antes de ‘El Cangri.com’ y todo lo que sacaba en esa época, que anunciaba ‘Barrio Fino’ un montón, hasta que salió”.

Su hijo, un adolescente de unos 14 o 15 años de edad, ve el momento como una oportunidad. Es una ventana fugaz a un período importante en el género musical que más ha impactado a su generación.

“Quiero pasarla bien y disfrutarlo. Nunca lo he visto y quisiera que me dé lo mejor pa’ yo también sentir eso que ellos sintieron múltiples veces”, expresó Derek.

Las funciones en el Coliseo de Puerto Rico continúan el viernes, sábado y culminan el domingo, 3 de diciembre.

Esta, ciertamente, no es la primera vez que Daddy Yankee llena el Coliseo de Puerto Rico José Miguel Agrelot. Hasta hace muy poco tuvo el récord de más funciones en este recinto, que luego fue vencido por otro icónico dúo del reguetón. Lo que hace de esta noche una tan especial es que, de manera firme y definitiva, es la última vez que el artista que hizo del género un fenómeno mundial se presentará en una tarima.

Las razones para el retiro de Yankee nunca han quedado muy claras, pero cuando el año pasado anunció lo que sería su última gira mundial, no cabía duda de que La Meta terminaría en Puerto Rico.

Muy pocos artistas tienen el privilegio de dejar una marca tan abismal en el mundo. Es cierto que la carrera de Yankee no ha estado exenta de controversias, algunas por razones creativas, otras por situaciones personales, pero su rol como uno de los padres del reguetón es incuestionable. Es quizás por eso que en la noche del domingo han llegado personas de todo el mundo a verlo, a presenciar en carne propia las páginas finales de una de las historias más importantes de la música latina.

El coliseo está lleno a capacidad y, en la vastedad del espacio, es imposible no sentirse pequeño. Pero cuando el concierto comienza, la sensación se vuelve una distinta. Yankee aparece en una plataforma con la forma de Puerto Rico frente a la tarima, luego de una compleja dinámica con lo que parece una nave espacial. Cuando emerge, el “Big Boss” se ve como se ha visto por toda su carrera. Resulta impresionante lo poco que su apariencia ha cambiado en más de 20 años.

Vestido completamente de negro y con un par de gafas enmarcando su rostro, el rey lleva el micrófono hasta la boca y da inicio a los procedimientos de la noche. Bajo sus palabras, una pista al estilo de la vieja escuela, mezclada en vivo por otro de los padres del reguetón, le brinda una fuerza etérea al momento.

“Puerto Rico, DJ Playero en la casa esta noche, comenzando con el ‘underground’, los creadores del movimiento urbano… uno, dos… uno, dos, tres”, y con eso, empieza un viaje al pasado. “Me quieren ver muerto todos ellos en mi funeral, y yo le digo no, oh no, oh no…”

Durante el primer segmento del concierto, Daddy Yankee hace un recorrido por las primeras canciones que cantó en su vida. Y mientras hoy las canta desde el recinto musical más importante del país, Yankee las sigue cantando como la primera vez que las grabó, desde algún estudio improvisado y de bajos recursos, en una época en la que era imposible imaginar que hoy estaría aquí.

“Gracias, Playero, mi general, por estar siempre conmigo”, dice Yankee. “Qué bueno que empecé mi carrera conmigo y la termino contigo, maestro”.

Después de su viaje al pasado, Yankee se sube a un tipo de plataforma flotante que se mueve de lado a lado en el coliseo, desde la que canta algunos de sus temas más conocidos de la época dorada del reguetón. Éxitos de sus más importantes producciones musicales, como “Barrio Fino”, que fortalecieron al reguetón como género y que marcaron a toda una generación.

Durante el transcurso de la noche, Yankee cambia de vestimenta en varias ocasiones, mientras le da voz a algunos de sus temas más comerciales, una de las pocas debilidades del concierto, pero fiel a la visión de compartir fragmentos importantes de su carrera.

Las colaboraciones, por supuesto, no se hacen esperar. Rauw Alejandro es uno de los primeros artistas en subir a tarima a cantar junto a Yankee, avivando y llenando de emoción adolescente los espíritus de todos los jóvenes que han llegado al coliseo esta noche.

“El respeto y la admiración siempre”, le dice Yankee al joven Rauw cuando termina su tiempo juntos. Palabras cortas y breves, pero no poco significativas.

Durante el último segmento de la noche, una gran estatua de Daddy Yankee sobre la que se proyectan luces e imágenes aparece en la tarima, como un monumento viviente a la trayectoria del artista. Es casi simbólico, pues para una figura como Yankee lo único más grande que su persona es su imagen. Y ahí está, como una gran sombra, como un recordatorio de la humanidad del hombre y de la grandeza del artista.

Los últimos invitados de la noche aparecen casi de sorpresa. Durante la interpretación de “Despacito”, Luis Fonsi aparece y acompaña a Yankee en la tarima junto con Zuleyka Rivera. La canción enciende una vez más al “Choliseo”. Cuando terminan, el intercambio entre los artistas es breve. Se agradecen mutuamente, se despiden, y se van.

La emoción por “Despacito” resulta breve, sin embargo, porque el momento más grande de la noche se avecina, y todos los cuerpos lo saben. Regresando a su gran plataforma flotante, Yankee comienza a contar la historia de lo que probablemente sea la canción más importante del reguetón. Mientras habla, dos largas plataformas descienden del techo, revelando un par de carros exóticos que están listos para correr. Las nacionalidades, los acentos, las diferencias y las dificultades desaparecen de momento, y todas las voces del mundo se juntan en una.

“Zúmbale mambo pa’ que mi gata prenda los motores…”, gritan.

Mientras la gente canta, Yankee flota entre medio de los carros, con un paño en la mano, listo para dar la señal. Los carros comienzan a acelerar y hacer sonar los motores y el coliseo entero vibra al son del coro que cambió la historia de la música.

“A ella le gusta la gasolina, dame más gasolina. A ella le encanta la gasolina, dame más gasolina…”

Cuando Yankee da la señal con su paño, los carros inician una carrera dentro del Choliseo, que sirve como cierre espectacular a un concierto que parece de película. Entre confeti, gritos y lágrimas, Daddy Yankee ofrece su última interpretación. Es el momento perfecto. Entre miles de fanáticos, de todas partes del mundo, el padre del reguetón, el rey de la noche y de las discotecas le dice adiós a los escenarios. Pero no sin antes compartir unas palabras que lo cambian todo.

La música se detiene de repente y las luces se apagan.

“Este día para mí es el más importante de mi vida”, comienza Yankee. “Se los quiero compartir porque no es lo mismo vivir una vida de éxitos que una vida con propósito. Por mucho tiempo yo intenté llenar un vacío en mi vida que nadie pudo llenar. Trataba de rellenar y buscarle un sentido a mi vida, y en ocasiones aparentaba estar bien feliz. Pero faltaba algo para hacerme completo. Y les tengo que confesar que alguien pudo llenar ese vacío que sentía por mucho tiempo. Me pude dar cuenta de que para todos era alguien, pero yo no era nada sin él”.

Durante los últimos minutos de su última presentación, Yankee explica que ha entregado su vida a Cristo, que fue esta decisión lo que lo llevó a optar por su retiro. Se acabó la historia de Daddy Yankee, dice, y comienza una nueva, bajo el nombre de Raymond Ayala. Todas las herramientas que tenga en su poder, como la música, las redes sociales, las plataformas y micrófonos, será ahora para “el reino”, dice, no sin antes invitar a su público seguir el mismo camino.

“Muchas gracias, Dios los bendiga. Cristo los ama y Cristo viene, no lo olviden”, dice mientras hace su salida de una tarima, por última vez.

“¡Llegué a la meta, soy libre! ¡Amén!”, grita con una risa mientras del mundo desaparece Daddy Yankee para siempre.

El final es inesperado. Algunos celebran sus palabras, otros no saben qué hacer con ellas. Pero, después de todo, la vida se mueve en ciclos. Donde un capítulo termina, empieza otro. Así son las reglas de la calle. Son cosas que pasan en el Barrio Fino.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!