ENTRETENIMIENTO

El Colofón: Donde las ruinas se pierden

por Avatar

Cuenta la historia que Pacheco era un galipanero que vivía en la época de la “Caracas de los techos rojos”. Cada diciembre, cuando el frío de la montaña se hacía insostenible, Pacheco tomaba camino hasta la Plaza Bolívar por la Puerta de Caracas desde los senderos que antaño habían servido a los españoles para moverse entre el puerto de La Guaira y la capital.

Mucho ha crecido la ciudad desde los tiempos de Pacheco. Todavía mucho más desde que Diego de Osorio, Gobernador de la Provincia de Venezuela, ordenara en 1589 la construcción del Camino de la Montaña que popularmente ha llegado a conocerse como el “Camino de los españoles” y que hoy apenas se mantiene recomido por la vegetación que crece salvaje y la cruel desventaja de una pobre política de conservación.

Caracas se acerca con velocidad de choque a los 450 años de existencia. Desbocada hacia la imparable modernidad, la ciudad escondió su pasado casi como si se avergonzara de él y los caminos de piedra fueron enterrados tras la victoria del progreso. Sin embargo, algunas ruinas vencen los desplantes y sobreviven casi agradeciendo el olvido. Entre ellos, el Camino de los españoles.

En una pausa entre los gases que ahogan el grito de la ciudad, damos una vuelta por el pasado, con la suerte de quien consigue subir por la Puerta de Caracas montada en un vehículo todo terreno. Desde el inicio, apenas al dejar atrás La Pastora, la subida se empecina. Se achica también y van desapareciendo los vehículos pequeños. Hasta este punto solo suben algunas motos y las camionetas.

No vamos solos. Dos más hacen la caravana justo al llegar al punto de control. Es el escape de domingo. La subida pronto se hace de tierra y de vegetación tupida. Pequeños momentos revelan la ciudad gigante que va quedando atrás. Hasta el primer punto no fue mucho, veinte minutos quizá. Nadie llevaba la cuenta.

Cuatro fortines fueron construidos por los españoles en el tope del camino. Conectados entre sí para dar aviso de amenazas, la vista combinada daba total visibilidad desde las costas del Litoral hasta la Plaza Mayor. Hoy no se ve la plaza, solo edificios, ranchos y humo. Mucho humo.

El Castillo de San Joaquín, o Fortín de la Cuchilla, es el primero que aparece. Construido en 1770, permanecen solo algunas paredes exteriores y un aljibe al centro del piso. La piedra deja entrever la maleza que crece sin cuidado. Justo a la entrada, una casita de guardabosque acompaña la escena de abandono. Dicen que el oficial que solía vivir ahí tuvo que salir ahuyentado por la cantidad de veces que irrumpieron para robar. También cuenta la historia que allí fue arrestado Alexander von Humboldt, el explorador alemán, en 1799.

Desde el Castillo de San Joaquín se tenía la mejor vista que debía proteger la ciudad. Hoy apenas se ve cómo continúa el sendero unos metros más adelante. Nada queda, ni siquiera una placa conmemorativa. Son los senderistas quienes han decidido convertirse en los guardas y guías de la zona. Un par de ellos recita la historia, casi como aquellos niñitos que cantaban en los fortines de Pampatar y Juan Griego en Margarita. ¿Qué poquito nos va quedando de nuestra historia? Cuentos de niños.

Con los todo terreno se puede tomar un camino que no lleva a las visitas comunes del Castillo Negro (1770), o del Fortín de la Trinchera (1650). Este lleva por marcas casi desaparecidas a un terraplén en una cima más alta. Se supone que ahí quedaba el Fortín del Medio. No hay cómo confirmarlo: los senderistas se han quedado atrás.

Adivinando la ruta, ya no es posible devolverse. Este no es un viaje para nerviosos, para quienes sufren de vértigo. Por momentos, la vista es el precipicio a un lado de la camioneta. Al final, el descampado vale la pena. No hay nada, escasas ruinas, muchas flores. Los zamuros se acercan; pero al fondo se extiende Caracas, enorme y fascinante. Allí la vegetación se lo ha comido todo. La vuelta fue más rápida: las marcas del camino ya son claras y el hambre ya se apoderaba del sentido común.

Hace 400 años, los cuatro fortines y el Camino de los españoles eran uno de los puntos más importantes para el resguardo de la Provincia de Venezuela. Hoy apenas existen las huellas. El aniversario de Caracas devuelve a sus ciudadanos un momento de reflexión sobre lo que en este momento atraviesa la capital de este país en crisis. Pensar en construir un futuro es hoy la única esperanza de quienes salen día a día a la calle, así que el pasado parece haber perdido lugar. No podrían estar más equivocados.

Hoy más que nunca debe el caraqueño tomarse un momento y ponerse de pie sobre las ruinas vencidas de la ciudad que fue para poder abrirse paso hacia el futuro que busca. Rincones como estos están llenos de paz, algo que buscamos desesperadamente en medio del caos. Volvamos a ellos, a recuperarlos y conservarlos. Volvamos a nuestra historia para comprender mejor cómo debemos manejar el futuro.

Celebremos a Caracas desde sus espacios olvidados mientras pensamos en reconstruir el futuro del país.