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Cayenas, palabras en esquejes

Belkys Arredondo (Caracas, 1953). Poeta, periodista, editora. Desde 1999 dirige el Taller Editorial El Pez Soluble. En el 2012 el Círculo de Escritores de Venezuela le otorgó la Medalla Internacional de Poesía Vicente Gerbasi. “La palabra ‘Cayena’ es hermosa, pero es terrible”, afirma Anabelle Aguilar en el epílogo de su más reciente poemario, “Cayenas”

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Hay poemarios que se escriben conduciendo las aguas por un cauce, se construyen diques y se embaúlan los canales antes de soltar el torrente. En estos casos es como si, desde antes de escribir, el poeta pudiera intuir lo que el libro prefigurará luego. En otros casos, los poemas van sumándose uno a uno en medio de un desconcertado tumulto. Se escriben textos con aparente autonomía, como movidos por la trama de los días, sujetos a la deriva y al azar o movilizados por la emoción y la circunstancia del momento. No me atrevo a hablar de los métodos concretos de la escritura, cada escritor tiene sus manías y costumbres a esa hora, unos resuelven abrir un cuaderno nuevo y escriben a mano, o lo hacen en papelitos a la media noche, escriben al alba en la computadora, escriben en las colas de los bancos, escriben en aviones o escriben a ras del vidrio, eso forma parte de ese íntimo taller de carpintería que nos diseñamos para hallar lugar. Pero más adentro, cómo saber cómo será cuando al fin cuaje todo aquello, y me refiero a esa materia fluvial del poemario, a esa masa orgánica de humus y palabras que abonan los suelos de un libro, a ese delta de versos enramándose, haciendo orilla en los bordes de las páginas, internándose en ríos subterráneos y brotando nuevamente en otro lugar, diez páginas más adelante. Cada libro guarda su misterio y su propia voluntad de ser desde su origen. Intuir su desembocadura, dejarse a la deriva o entreverse como una suerte de ingeniero hidráulico que represa las aguas, ahí cada poemario decide su suerte. Solo sabemos que hay una hora en la que entendemos que hay que recoger y armar, darle cuerpo a lo que hemos escrito y toca cerrar, porque sabemos que ya llegamos al mar, y entonces reagrupamos, armamos y podamos para dejar partir al libro.

Cuento todo esto porque pocas veces tenemos la fortuna de entrar en el taller de un artista y verlo trabajar en su estudio. Belkys Arredondo me invitó a su casa hace unos meses, me esperaba con un té y unas carpetas que dispuso sobre la mesa de la sala. De ahí fueron saliendo textos que leímos, comentamos y agrupamos en pequeños lotes. Mientras la tarde iba pasando más allá del balcón del acogedor apartamento de mi amiga, sentí cómo se articulaba un discurso íntimo y afiebrado, textos de otros tiempos parecían reconocerse en hermandad con otros más recientes, hablábamos y saltábamos de un poema a una confesión y de ahí a un sorbo de té y a otra carpeta donde esperan más poemas. Me fui esa tarde de la casa de Belkys con la conmoción de a quien le han mostrado las entrañas, partí agradecida porque me diera la oportunidad de ver el germen de lo que ahora leo en esta Cayena floreada que conforma esta cuidada edición de Kalathos.

Como autora que publicó en esta colección de poesía de Kalathos, sé que el editor nos pide un texto que abra el libro, donde el poeta aborde su poética, su particular aproximación al sentido de su escritura. Pero no se trata de una poética en términos generales, ese poema será un prefacio que integrará el nuevo libro, asunto que en mi caso me obligó a escribir un nuevo texto ya cuando el libro había sido cerrado. El poema que Belkys nos ofrenda como poética en ese papel amarillo alude a esas palabras fraguadas y guardadas su tiempo justo:

“el poema se escribió en la transparencia

se engavetó

se lanzó a la mesa

se llenó de pliegues indecisos

borrados, alisados y vueltos a marcar

se pronunció sobado ante un público sordo

y aún brilla”.

Y sí, estos textos refulgen tras su necesario tránsito por gavetas y dubitaciones, son palabras que brillan tras el tiempo y la espera en esquejes y acodos que han hecho posible este hermoso libro.

Leerlo finalmente me hace entender una vez más esa sorpresiva intuición de los poetas en conexión con su tiempo, videntes del horror y decodificadores de la esperanza. Mientras Belkys envía líneas con palabras anudadas, las tanquetas avanzan por las plazas, un estudiante yace sobre el agua viva, el país está hecho un ataúd espeso donde cada pie hunde un poco de nosotros. Pero justo ahí, en medio de tanto desaliento, un juego despierta los lenguajes y va tendiendo vínculos amorosos, los árboles se pintan de gritos, los parques son espejos de agua donde se viaja al cielo, una algarabía de exigencias baja por las autopistas, miras arriba y ahí está imantado el corazón de la poeta, señalándonos pájaros, niños, árboles, la esperanza en vuelo.

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Estas palabras fueron leídas por Eleonora Requena para presentar el poemario, el 30 de octubre de 2016, en la Librería Kalathos. La presentación contó también con la participación de Rafael Castillo Zapata, quien conversó sobre el libro y leyó algunos poemas.

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