ENTRETENIMIENTO

El buen asco

por El Nacional El Nacional

Leer De fronteras de la salvadoreña Claudia Hernández es comprender que escribir tiene que ver con el gusto porque, por oposición, incluye el asco. Claudia habla el lenguaje de las fosas marcando sus personajes con una ingenuidad infantil que nada tiene que ver con la pureza o la culpa, sino con la supervivencia. Los cuentos que reúne la autora demuestran que lo maravilloso en Latinoamérica se ve con más claridad desde la puerta de atrás de lo real como en un “Manual del hijo muerto”:

Manual del hijo muerto. Cuando el hijo está en forma de trozos página 23

Causa especial emoción reconstruir el cuerpo del niño (24-25 años) que salió completo de la casa hace dos o seis días…

… proceda a acomodar las piezas en la posición en la que se encontraban originalmente y únalas mediante costuras desde, por lo menos, dos centímetros antes de los bordes, para evitar que se desgarren las partes cuando se transporte o abrace si ocurre un arrebato de dolor.

La mesa del comedor –en el caso de las familias numerosas– es un lugar que reúne magníficas condiciones para el procedimiento; sin embargo, para efectos del resultado final, difícilmente el cuerpo lucirá mejor en un sitio que no sea la cama de la habitación que el hijo o hija tenía asignada cuando estaba vivo(a)…” (p. 108).

En otro de los relatos, Claudia cuestiona el significado del “buen ciudadano”, se opone a lo que, por carne propia, conocemos como ser humano. “El buen ciudadano”, entre otras cosas, cuida cadáveres mientras encuentra sus dueños (familiares), “el buen ciudadano” deja de lado el shock y muestra (o monstra) lo que otros esperan de él. El ser humano que somos, por el contrario, rodeado de cadáveres, se integra a la experiencia de lo cotidiano y siente asco de su otra posibilidad de ser (muerto) y, con ello, forja su individualidad como lo hace la niña en “Melissa: juegos 1 al 5”:

“JUEGO 3: Terraza. Hora del almuerzo. Cae a los pies del papá con los ojos abiertos, clavados en el padre, que está vivo y contempla sin entender. Tiene que explicarle: es una paloma, pero no de las que vuelan y cantan asustadas, sino de las que caen con el cuello doblado por la piedra de un niño.

Al papá no le gusta el juego, no le gusta verla tirada y con el cuello flexionado como si no tuviera huesos dentro. Le dice que se siente a comer. Ella no le hace caso. El papá le dice que, por lo menos, cierre los ojos, para que parezca menos muerta. Ella sigue sin obedecer: las palomas muertas no cierran los párpados.

El padre se levanta. Se va. No se conduele”. (p. 98)

La literatura de Claudia Hernández se vuelve geométrica, una línea que atraviesa los cuatro puntos cardinales de la condición humana: lo bello y el gusto, lo feo y el asco. Aun cuando el gusto y el asco pudieran ser puntos que se confrontan, los atraviesa una misma línea dando lugar a una tensión entre ambos para intercambiar esencias de belleza y fealdad. Por ello, se disfruta la forma del lenguaje en una narrativa que puede incluir un perro callejero lamiendo la sangre de una mujer que se corta la lengua y la ofrece de bocado al canino antes de ahorcarse para no desagradar a quienes la encuentren colgada. Una narrativa que sabe, como Giorgio Agamben, que El excedente de la imaginación funda la belleza (la idea estética) y ese más allá de la imaginación puede atraparlo la ficción de un referente como la violencia centroamericana para fundar una obra: De fronteras, que sabe de ese excedente en el rigor narrativo como también lo supo Hamlet:

“Y permitid que yo relate al mundo que aún lo desconoce cómo han acaecido estos sucesos. Sabréis así de sangrientos y aberrantes actos carnales; de juicios providenciales, de ciego asesinato; de muertes causadas por la astucia y la violencia, de designios fallidos que cayeron sobre la cabeza de sus artífices. Todo esto he de contaros yo fielmente”.

La tragedia se cuela en las grandes obras literarias a través del lenguaje que nos estremece incluso paradójicamente; logrando que se apodere de nosotros el asco por las palabras para no dejarnos sacar la sangre por los discursos de mediocridad y trampa del poder criminal. Reconociendo, como lo hace Claudia Hernández, en sus dieciséis relatos, que en la lengua las fronteras son múltiples y juguetonas y, por esa misma razón, inaprensibles para muchos de los que se arriesgan a cartografiarlas ingenuamente en negro sobre blanco.

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De fronteras

Claudia Hernández

El Salvador

Piedra Santa, 2007