Antonio Díaz ya estaba clasificado para los Juegos Olímpicos de Tokio cuando en Venezuela se registraron los primeros casos de coronavirus.
Dos décadas esperó para que el karate fuera incluido en la mayor cita deportiva del mundo. Pero ahora tendrá que aguardar otros 12 meses. El torneo, como muchos otros eventos, tuvo que ser suspendido y aplazado para 2021.
Lo mismo ha ocurrido con dojos, gimnasios, conciertos y salas de teatro. Durante tres meses de cuarentena estos espacios han permanecido cerrados y lo más probable es que, si abren, será con medidas de seguridad, entre ellas, reducir la cantidad de personas que asisten o trazar franjas para mantener la distancia.
Las alternativas para artistas y deportistas han estado en la tecnología: publican actuaciones o dan clases por Zoom, ofrecen presentaciones a través de lives de Instagram y mantienen la práctica de sus respectivas disciplinas adaptándolas en casa.
Esta es la historia, en primera persona, de Bárbara Ventura, una clarinetista de 18 años de edad del núcleo Montalbán del sistema de orquestas que extraña la energía que le brindaban sus compañeros; de Carolina Wolf, bailarina de 42 años del Ballet del Teatro Teresa Carreño que tuvo que suspender muchos proyectos personales por la pandemia; y de Antonio Díaz, de 40 años, uno de los mejores karatecas del mundo y que vio aplazado su sueño de estar en unos Juegos Olímpicos.
Antonio Díaz, un año más
“Antes de comenzar la pandemia estaba fuera de Venezuela terminando el circuito que servía de clasificación para los Juegos Olímpicos. En lo que se suspendió el último evento regresé al país. Tuve suerte de llegar justo antes de que suspendieran los vuelos y se decretara la cuarentena. Recuerdo que tenía pensado regresar después del último evento, que se canceló en las últimas semanas de marzo. Básicamente era para descansar y luego comenzar mi preparación para las Olimpiadas, porque ya había logrado el cupo.
Al principio no me pegó tanto no poder entrenar. He aprovechado mucho para estar con mi familia, con mi esposa y mi bebé. Tenía dos meses sin verlos. Mientras tanto en esas semanas estaban la angustia y la incertidumbre de qué iba a pasar. Una vez que dieron la noticia de que se habían aplazado los juegos, sentí un poco más de calma: teníamos nueva fecha. Mi temor más grande era que los cancelaran y que no se hiciesen después de tanto luchar
No me tomé mal esperar un año más. Le vi el lado positivo. Tenía más tiempo para prepararme y corregir más cosas que tal vez tengo que trabajar.
Entonces empecé a tratar de entrenar. Ha sido difícil porque, por supuesto, no tengo la motivación de saber cuándo será el próximo evento. Las condiciones tampoco son las mismas. Tuve oportunidad de ir algunas ocasiones a mi dojo, que está cerrado porque no estamos impartiendo clases, para poder entrenar. Pero después decidí quedarme en casa, así que puse algunas piezas del tatami en mi apartamento. Además, era un gasto movilizarme hasta el gimnasio por el tema de la gasolina.
No ha sido fácil. He tratado de ser creativo en casa. Hay días que son mejores que otros. El trabajo es más de mantenimiento que de preparación para un evento importante. Eso me tenía preocupado. Decía: tengo que entrenar fuerte. Me generaba más angustia. Lo que he tratado de hacer es enfocarme en hacer un entrenamiento para no tener que empezar desde cero y tal vez buscar qué cosas puedo mejorar en estas condiciones, al menos el trabajo de movilidad y flexibilidad y dejar un poco de lado el entrenamiento de fuerza. Tenía todo un programa para aumentar la masa muscular, pero al no tener las máquinas, las pesas y los equipos se hizo complicado.
He buscado tener balance entre la estabilidad psicológica y emocional, que a veces es difícil en esta situación, sobre todo cuando estás tan acostumbrado a movilizarte tanto. Me siento un poco atrapado por la costumbre de estar viajando y compitiendo, de saber que mi próxima competencia está cerca. Hay que saber adaptarse.
Mi rutina es levantarme a las 6:00 am y tratar de hacer algo de entrenamiento. Tengo como unos 40 minutos para hacer algún trabajo de movilidad y flexibilidad. Entonces se levanta mi bebé y aprovecho ese tiempo para compartir con él hasta que se va a dormir. Mi tiempo de entrenamiento son las horas en que mi bebé está haciendo la siesta. A media mañana, luego de desayunar y compartir con él, hago algunas rutinas. Hay días en que hago unas en la mañana y otras en la tarde. Si tengo más tiempo libre sin el bebé lo uso para hacer cosas pendientes, como ir al dojo.
Otra cosa que hice en este período fue participar como juez en un torneo virtual. Se ha generado una ola sobre todo para niños y jóvenes. Graban sus katas y los envían y uno da la puntuación. Tengo un gran amigo, que fue uno de mis rivales más fuertes, que ha organizado torneos y llamó a varios para que fuéramos jueces. Este fin de semana evalué 60 katas de distintos atletas de todas partes del mundo. Lo disfruto, es interesante. Ha sido bonito. Ves cómo tratan de reinventarse y ser creativos, mantenerse motivados.
Este último año, por la ruta de la clasificación, fue fuerte en competencias y viajes. La primera etapa era por el ranking y teníamos 22 o 23 eventos en menos de año y medio. En ese período prácticamente tenía dos competencias al mes. Quizás ha sido el ritmo más fuerte de mi carrera. Nunca había tenido tantos campeonatos seguidos. Por eso el contraste entre estar en ese ritmo y ahora estar prácticamente todo el día en casa.
Yo estaba claro de que era necesario posponer los Juegos Olímpicos. Esas semanas seguí muy de cerca todo lo que se hablaba al respecto, los anuncios, lo que decían el Comité Olímpico y los periodistas especializados. Se escuchaban opciones de realizar los juegos sin público, pero al mismo tiempo iba creciendo el número de casos y se había declarado la pandemia. Entonces entendí que era la decisión más sensata. Me afectó en cuanto al cambio repentino de planes, pero al mismo tiempo pienso que he esperado tanto por este sueño que no creo que un año más me perjudique.
Recuerdo que hace cuatro años tenía la idea de retirarme del karate en el Campeonato Mundial. Pero antes del torneo había escuchado que existía una gran posibilidad de que incluyeran la disciplina en los Juegos Olímpicos, no estaba confirmado. No me lo creía. Un día antes de que empezaran los Juegos de Río de Janeiro nos dieron la noticia de que se habían aprobado unos deportes, entre ellos el karate. El Mundial era a finales de año. Pero recuerdo muy claro que estaba viendo los juegos por televisión y pensaba: en cuatro años podría estar viendo la televisión pensando qué hubiese pasado si lo hubiera intentado. Era algo con lo que no podría vivir. Entonces durante esos meses que restaron de año reflexioné mucho y decidí, con el apoyo de mi familia, alargar cuatro años más mi carrera para estar en Tokio.
Carolina Wolf: «Fue un shock»
Creo que fuimos los primeros en dejar de trabajar. Incluso antes de comenzar la cuarentena, nos dijeron que no podíamos ir más al teatro Teresa Carreño. Yo quedé en shock al principio. Esto no puede ser, pensaba. Eso nos cayó como una bomba porque además tenía muchos proyectos independientes que se pospusieron. Yo pasé un día en casa paralizada. Pero al día siguiente dije que tenía que entrenar, sobre todo porque pensé que esto sería para largo.
Lo que empecé a hacer en mi casa fue buscar en YouTube diferentes maestros de ballet que estaban dando clases en sus redes. Así he tomado las clases en mi casa, agarrada del mueble de la sala. No puedo hacer una parte de la sesión que es con la barra y hago poco de centro porque el espacio no es el idóneo: mi piso es muy resbaloso y es durísimo para saltar, no lo hago porque sería contraproducente. Además de esas clases, hago yoga también con maestros en las redes. Otra cosa que he hecho es subir y bajar las escaleras de mi edificio. Son 12 pisos que recorro para la parte aeróbica porque en el ballet no la trabajas tanto. Llega un momento en que no haces cardio.
También he usado herramientas como Zoom, Facebook o Instagram Live para las clases, depende de la aplicación que use cada maestro.
Ahorita el propio Ballet del Teresa Carreño hizo un contacto para que todos los días tengamos un maestro invitado del exterior. Un día antes nos mandan el ID de la reunión y eso es un gentío viendo la clase.
Obviamente esto me ayuda mucho porque hacer uno solo la clase es difícil y aburrido. Zoom ayuda porque ves personas que conoces y eso te hace sentirte cerca de la realidad, te da más ánimo. Yo en principio he estado negada a esta cosa online, pero no me ha quedado más remedio. No cambio mi vida de ir al salón por hacer mi clase por Internet.
Las clases tienen un orden: haces un primer ejercicio, luego el segundo y el tercero y así se desarrolla. Lo que hace el maestro es que pone su cámara y enseña el ejercicio. Después de esto pone la música y algunos lo practican al mismo tiempo y otros solo ven la pantalla.
Lo positivo es que hemos visto estas clases con maestros internacionales, es una manera de ver lo que hacen en otros países. Algunas de las clases que he tomado han sido con Rumen Rachev, Tamara Rojo, Ernst Meisner, Mavin Khoo, Luis Serrano y Susana Riazuelo.
En la parte psicológica, para evitar la ansiedad, hago meditación, que es algo que me tranquiliza, te lleva a la rutina que tenías antes y te hace sentir que no estás tan alejado. También me voy al jardín del edificio a tomar sol. Es como una montaña rusa. A veces estoy súper deprimida, a veces calmada, pensando cuál es el aprendizaje. Creo que, como todos en sus diferentes trabajos y vidas, poniéndome a crear, he drenado.
Recientemente recibí invitaciones de dos chicas que bailan conmigo para un festival que viene que se llama Líneas y movimiento. Es un festival en vivo al que uno iba y presentaba la coreografía, pero como no se hizo la organización decidió presentarlo en video y me invitaron. Primero con mucha resistencia porque no estaba muy feliz con eso, pero después le encontré la gracia. También participé en otro llamado Cuadro por danza que es videodanza. Así he drenado un poco la ansiedad, te sientes activo, creativo. No te sientes paralizado.
Sin embargo, para mí un ensayo tiene que ser en un salón con otras personas. El arte es para enseñarlo. Para mí es necesario que haya una función y un público viéndote. Los videos ayudan, pero no cambia lo maravilloso de estar en el escenario o participar en ensayos con otras personas.
En cuanto a la alimentación, cuando empezó la cuarentena dije a las dos semanas ¡Dios mío! estoy engordando. Porque de estar todo el día en un salón de baile dando brincos a estar en casa, y con la ansiedad, que te hace comer un poco más.
Pero después, sin forzarme, empecé a normalizar la alimentación y me dije que tenía que parar. Uno tiene que tener un equilibrio, te puedes comer, por ejemplo, una hamburguesa, pero eso no puede ser todos los días. No se debe abusar de las harinas porque puede afectar nuestro resultado.
En este tiempo en mi casa sí he sentido que cuando subo las escaleras me falta el aire, que me canso más rápido, eso es en la parte aeróbica. Es porque no hago cardio como antes. Eso es algo que se puede retomar, pero necesitas entrenarte de manera adecuada.
Yo siento que esto tardará un poco en normalizarse, así que hay que seguirse entrenando. Cuando podamos retomar supongo que volveremos a los ensayos. Que venga público también va a tardar. Creo que eso será lo último. Ya yo me mentalicé y por eso me deprimí tanto la primera semana.
Bárbara Ventura: «Se extraña la energía»
Desde que empezó la cuarentena he tenido que organizar mi tiempo entre el liceo y la música. Yo suelo estudiar música los lunes, miércoles y viernes, esos días también doy clases a niños de una orquesta juvenil. En ese tiempo aprovecho para dar una hora a cada niño y el tiempo que sobra lo uso para estudiar las piezas que vamos a tocar, las escalas, el método. Y además debo hacer las tareas del liceo que mandan. Hay que entregarlas en una fecha límite, las hago generalmente en la noche o en las mañanas para tener chance de estudiar.
Las clases de música, en principio, queríamos hacerlas por Zoom pero debido al Internet no funcionó. Entonces creamos chats de WhatsApp donde hay maestros invitados que nos dan las clases, nos ayudan con las dudas que tenemos, una representa la pieza o la escala y ellos hacen la corrección. Hay chats por instrumento: uno para flautas, otro para clarinete, contrabajo.
A cada chat uno envía un audio con su nombre y apellido y lo que vas a presentar. Luego debes elegir una parte específica, te hacen la corrección y te mandan a repetirlo. Es una manera de ayudarnos mientras estamos en casa.
Por el chat de la orquesta se envían videos de cada uno tocando, para animarnos y enseñarnos. Una manera de decirnos que estamos estudiando y motivados a ser mejores y que tocamos las piezas que vamos a interpretar cuando todo esto pase.
Al principio el cambio fue rudo porque la mayoría de mis amigos están en el núcleo, y aunque nosotros a veces decimos que nos fastidia ir todas las tardes a ensayar, en este momento te das cuenta de la falta que hace estar tocando juntos. Por ejemplo, en mi fila toca uno de mis mejores amigos y entre nosotros nos decimos cuando una nota es alta o baja, nos ayudamos. Además, se extraña esa energía que te da un ensayo al estar todos conectados y sincronizados.
Además, estudiar en casa es bastante complicado si se compara con la sala de ensayo. Dicen que si suenas bien en tu casa o en un patio suenas bien en todos lados, porque la acústica es malísima. En una sala como la Simón Bolívar todo se escucha bien, sientes un color lindo. En tu casa, en cambio, no cuentas con esa acústica así que suena hasta lo más mínimo: oyes como pasa tu saliva por el instrumento, y entonces lo limpias, oyes como si el aire se escapara un poco. Es un incómodo, pero ayuda a buscar un mejor sonido y amoldarlo.
Espero que pronto estemos todos juntos tocando de nuevo. No he pensado qué pasará después, creo que cada vez está más lejos el día que esto pare. No sé cómo reaccionaríamos, supongo que emocionados al volver a nuestro sitio.