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Alfabeto del dolor

Reseña sobre la novela de la autora ecuatoriana, Mónica Ojeda: “Lo que Nefando como obra literaria y como videojuego intentan decir es que ningún lenguaje está a la altura del dolor que pretenden reproducir. Y de ello sabe cualquier sobreviviente” 

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Si algo es impreciso para el lenguaje es el dolor. Nefando de la ecuatoriana Mónica Ojeda nos muestra la genealogía de esa imprecisión a partir de la infancia. Con un sentido firme y una estructura fragmentada la novela revela lo decible del dolor en los umbrales movedizos del deseo que sostiene la pornografía infantil. Desde un apartamento con seis jóvenes el lenguaje busca emerger con códigos, con imágenes, con juegos, con ficción para lanzar contra el piso la beatitud construida sobre el oficio de ser niños.

Un espacio, seis habitantes: a través de los conocimientos en programación del Cuco, los hermanos Terán: Irene, Emilio y Cecilia, se crea Nefando, un video juego producto de una paternidad que exigió a la niñez de estos hermanos portarse bien haciendo las tareas, facilitando la sodomización entre otras actividades del oficio que Kiki Ortega, la escritora, imagina para tres de sus personajes principales desarrollados, encerrada en las escamas de su cuarto bajo el título Pornovela hype, mientras que Iván, un becario FONCA que lacera su pene, se pregunta por qué desde su infancia convencionalmente buena, distinta a la de los hermanos Terán o a la de los personajes de Kiki, se desdobla en lo que él considera abominable.

Si “Una fracción de nuestro pasado es funcional en nuestro pensamiento” (George Steiner), lo es para que estos seis compañeros de piso desarrollen una filosofía del dolor impuesta por sus destinos desprendidos de lo extraordinario, lejos de lo común, de la experiencia, esa que solo se corresponde con la palabra y el relato para facilitar la repetición: logro de la cotidianidad que no alcanza el dolor, porque no es convencional, verbalizarlo ni sentirlo. Nefando nos propone quitarle su extrañeza al dolor, convertirlo en experiencia que pueda ser expuesta por el lenguaje, como en algún momento lo intentó Kiki:

“Nunca nuestro cuerpo es más nuestro que cuando nos duele. Recuerdo que una vez escribí un ensayo para la prepa en el que intenté explicar lo que sentí cuando me rompí la pierna izquierda. Estaba hasta la madre de no poder decir mi dolor. Yo era la única chamaca en clases que se había roto algo por eso nadie sabía cuánto me había dolido y cuánto me había costado no gritar. La cosa es que me encontré vacía de palabras. No podía decirlo. Jamás en toda mi chingada vida me había sentido tan frustrada. A mi mente sólo venían metáforas imprecisas: explosión, desgarramiento, ardor, y cada una de ellas correspondía a una realidad ajena a la de mi experiencia” (p. 81).

¿Qué es la infancia y la adolescencia para el dolor? Son los sujetos de la experiencia. Tanto Mónica Ojeda como Osvaldo Lamborghini, escritor explorado por uno de los personajes de Kiki, reconocen que nombrar las llagas es nombrar la carne que falta. Irene, Emilio y Cecilia lo saben porque la dejaron incrustada en las filosas cercas de la niñez. El abuso infantil que los hermanos Terán recibieron para la empresa pornográfica de su padre busca verbalizarse con otro código, el informático. El lenguaje de la programación que permite crear Nefando como juego de video es la opción lingüística que no emerge de las palabras de la realidad sociológica compartida por los hermanos, por el mundo. Asimismo, cada cultura, según Giorgio Agamben, emerge de la modificación de una determinada experiencia del tiempo. Lo que Nefando como obra literaria y como videojuego intentan decir es que ningún lenguaje está a la altura del dolor que pretenden reproducir. Y de ello sabe cualquier sobreviviente.

No estamos ante una novela sobre adolescentes suicidas porque lo que nos propone Mónica Ojeda, como decía Walter Benjamin, es “organizar el pesimismo”. Dar clic a la memoria como lo haríamos en un videojuego de computadora, ubicar los puntos estratégicos donde recuperarnos frente al desgaste que nos produce perseguir la victoria y travestirnos en luciérnagas cuya intermitencia distrae al otro de la totalidad del tiempo, porque en la iluminación discontinua somos imagen aleatoria e imagen imaginada que sobrevive en la oscuridad, porque, como diría Georges Didi-Huberman a propósito de Pier Paolo Pasolini: “la danza de las luciérnagas se efectúa precisamente en el corazón de las tinieblas”. Y es de esta manera que en “la convivencia” los personajes, sobrevivientes de su infancia, forman una constelación atraídos por su propia bioluminiscencia.

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Nefando

Mónica Ojeda

Editorial Candaya

Barcelona, 2016

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