“La muerte por aplastamiento de 96 personas en el estadio de Hillsborough no fue un accidente, sino un homicidio imprudente atribuible a la policía”. Así lo afirmaba el jurado el 27 de abril de 2016, casi 27 años después de una de las mayores tragedias vividas jamás en un campo de fútbol, y de la que este 15 de abril se cumplen 30 años, reseñó el portal Libertad Digital.
La sentencia tuvo una gran importancia, ya que desde el primer momento se trató de culpar a los hooligans. Se esgrimió que todo había sido por el comportamiento de los hinchas borrachos, que habían destrozado una valla que causó que otros aficionados cayeran. Pero el sentimiento general era que la realidad era diferente.
Desde entonces siempre se reclamó justicia, dando lugar al proceso judicial más largo de la historia legal británica. Por eso, no es de extrañar que casi tres décadas después los familiares de las víctimas se abrazaran emocionados luego de escuchar aquella sentencia. A su salida del tribunal todos cantaron juntos el You’ll never walk alone. La memoria de la afición del Liverpool había quedado por fin limpia.
Una tragedia evitable. Todo sucedió el 15 de abril de 1989 en el enfrentamiento entre el Liverpool y el Nottingham Forest en las semifinales de la Copa de Inglaterra. Se jugaba a un único partido en campo neutral en el estadio de Hillsborough, en Sheffield.
Aunque en realidad, para comprender la tragedia hay que remontarse años atrás. 38 aficionados resultaron heridos en 1981 en un “incidente por aplastamiento” en el mismo Hillsborough durante la semifinal de la FA Cup entre el Tottenham Hotspur y el Wolverhampton.
En 1987 se repetiría la historia en otra semifinal en el mismo escenario entre el Coventry y el Leeds United. Y en 1988, solo un año antes de la tragedia, el encuentro de semifinales entre el Liverpool y el Nottingham Forest registró aglomeraciones que causaron lesiones por aplastamiento entre los hinchas. Tres incidentes muy similares, en la misma década y en el mismo lugar, antes de la gran tragedia.
Sorprendentemente, ambos equipos volvían a encontrarse en Hillsborough en las semifinales aquel 15 de abril de 1989, y la planificación fue idéntica al año anterior: para evitar altercados entre las aficiones se separaron las zonas dentro del estadio y los accesos, quedando por razones de cercanía a las rutas de acceso el fondo de Spion Kop al Nottingham Forest, y el de Leppings Lane para el Liverpool. Es decir, el fondo más pequeño para la afición más numerosa. Siempre siguiendo órdenes de las autoridades.
Horas antes de que comenzara el encuentro los aficionados del Liverpool, que habían apurado hasta el último momento su llegada a Sheffield al existir tan solo dos horas de camino entre ambas ciudades, se encontraron con varias obras en la carretera –a lo que hay que añadir un accidente–, lo que ralentizó enormemente el camino.
Al llegar a Hillsborough los exhaustivos controles policiales –preocupados por los recientes actos de hooliganismo en otros estadios– retrasaron aún más la entrada al estadio.
Trampa mortal. El nerviosismo se multiplicó cuando los aficionados reds observaron cómo miles de personas aún debían entrar el campo y el partido estaba ya a punto de comenzar. No podían perderse ni un minuto de aquella semifinal, y empezaron a empujar, para ver si así todo transcurría más rápido.
Al ver la situación, cómo aún 24.000 personas debían pasar por unos tornos deficientes en cuestión de minutos, el inspector jefe Dave Duckenfield, ascendido solo 3 semanas antes y sin experiencia en grandes eventos deportivos, ordenó la apertura de la Puerta C, que conecta con el túnel de acceso a los sectores centrales de Leppings Lane.
De este modo una marea humana entró por el túnel formando un enorme cuello de botella que terminó en una zona que ya estaba soportando el doble de la capacidad permitida.
Sonó el pitazo inicial. Había que entrar como fuera. Al menos a la zona visible. Más aún cuando en el minuto 4 un disparo al palo de la estrella red Peter Beardsley provocó un tremendo ‘uy’ en las gradas.
Aquellos que gritaron no eran conscientes de que a escasos metros miles de aficionados presionaban en el túnel para entrar a una grada, detrás de una de las porterías, donde se amontonaba de pie el doble de público permitido.
A ello hay que añadir que durante los primeros momentos la policía que estaba dentro del estadio pensó que se trataba de una invasión de campo, con lo que impedían que los aficionados saltaran la valla, empujándoles de vuelta allí donde les faltaba el aire. En definitiva, era una perfecta trampa mortal.
A los seis minutos de partido, la policía comprendió por fin qué estaba sucediendo al ver cómo los aficionados se derramaban por todos lados, y ordenó parar el partido.
Se abrieron, tarde, las pequeñas puertas de acceso al terreno de juego, pero las rejas que separaban al público del césped dificultaban a la gente saltar al campo, y las que dividían la grada impedían huir hacia los laterales.
El público estaba enjaulado, aplastado contra los barrotes. Quienes consiguieron escapar lo hicieron a costa de los que ya habían caído. Otros subieron a una grada de la que también caía gente.
La primera ambulancia llegó a las 3:15 pm, y la segunda, a las 3:20 pm. La policía, desconociendo lo que realmente estaba sucediendo y pensando aún que se trataba de un nuevo capítulo de hooliganismo, prohibió la entrada de las otras 44 ambulancias que llegaron al estadio. Tampoco facilitó el acceso de los servicios médicos a la zona. Eran los propios aficionados que usaban las vallas publicitarias como improvisadas camillas para evacuar a las víctimas.
En cuestión de minutos fallecieron 94 personas, con edades comprendidas entre los 10 y los 67 años. Otras 766 resultaron heridas. 4 días después, la cifra de muertos ascendió a 95 personas, cuando Lee Nicol, de 14 años de edad, falleció en el hospital. Y alcanzó los 96 muertos 4 años más tarde cuando Tony Bland era desenchufado en el hospital donde había permanecido todo aquel tiempo en estado vegetativo y sin mostrar ningún signo de mejora.
Fue un problema de exceso de aforo y de malos accesos al estadio. De este modo se evitaba culpar a la afición del Liverpool, pero también a cualquier estamento de lo acaecido. De hecho, se aprovechó la situación para dictar la «Football Spectators Act» con el objetivo de erradicar el fenómeno del hooliganismo y mejorar la seguridad en los estadios.
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