En tiempos en los que El último baile de Michael Jordan sacude los hogares del mundo con la imagen de un ganador sin escrúpulos que pasó a la historia como el mejor jugador de baloncesto, el 26 de mayo se cumplen dos años del último baile de Cristiano Ronaldo con el Real Madrid. La conquista de la decimotercera fue el cierre de un ciclo único, cuatro Champions en cinco años, y el inesperado adiós de otro devorador del éxito.
Cristiano habrá visto en Jordan muchas de sus cualidades. La exigencia máxima, rozando lo enfermizo, que separa a cualquier deportista de las leyendas. El éxito como obsesión. Cada título como un reto personal. Buscando enemigos si hace falta para motivarse o un pulso con algún rival que ose hacerles sombra con los colores de otro equipo.
«Hemos hecho historia», escribió Cristiano en una imagen junto a Jordan que publicó en sus redes. La suya en el Real Madrid, la que le situó a la altura del mito del madridismo Alfredo Di Stéfano, tuvo en Kiev, el 26 de mayo de 2018, un inesperado último capítulo. Mientras todos celebraban una gesta, el portugués soltaba la bomba de su adiós.
Jugó sabiendo que era el punto final, que su nueva casa era el escenario donde había firmado su gol soñado, la chilena perfecta, el Juventus Stadium. Un tanto de cuartos de final que quiso igualar el gran día Gareth Bale, el hombre de las finales. Siempre fiel a su cita con el gol fue decisivo, el mejor de un partido trepidante pese a salir desde el banquillo. Le arrebató el protagonismo que siempre desea Cristiano.
Fue una final marcada por la lesión de la estrella del Liverpool, Mohamed Salah. Con él en el campo la superioridad «red» fue clara. El ritmo trepidante y un físico difícil de igualar. Apareció la figura de Keylor Navas para ponerle freno y la pugna con Sergio Ramos provocó una mala caída que dañó el hombro izquierdo de Salah. Aquel Liverpool, que reinaría un año más tarde, tenía las credenciales para cerrar una etapa gloriosa del Real Madrid en Europa.
Su portero se empeñó en que no fuera posible. La noche negra de Loris Karius en el Olímpico de Kiev que le perseguirá toda su carrera. Era uno de los puntos débiles del rival señalados en rojo por Zidane. La consigna: acabar jugada siempre, probar al portero alemán. De un exceso de confianza suyo comenzó a perder el Liverpool la final. Sacó con la mano ignorando la presencia de un Karim Benzema que ese día mordió en la presión. Creyó en un imposible y se encontró el regalo para marcar a los 50 minutos, cuando Isco ya había avisado con un disparo al travesaño.
Una final de gran fútbol
El Real Madrid también había perdido a Carvajal en la batalla y tuvo que demostrar su gen ganador para reaccionar al empate solo cinco minutos después. Lovren ganó el salto a Ramos y Mané remachó a la red. Era el paso a la entrada en escena de Bale. El primer balón que tocó inventó una chilena de dibujos animados a un centro de Marcelo. La parábola imparable ensanchaba la leyenda europea.
Su doblete puso el broche a una final de gran fútbol (3-1). La cabeza de Karius seguía en su grave error, cuando cometió un segundo. Colocó mal el cuerpo a un disparo potente pero centrado de Bale. Le dobló las manos por su mala colocación y la poca fe a la hora de atacar el balón. El Real Madrid encontraba premio a su capacidad de sufrimiento camino de Kiev en una Liga de Campeones en la que eliminó a favoritos como PSG, Juventus y Bayern Múnich.
En tiempos de Liga de Campeones nadie había conquistado dos seguidas y con Zinedine Zidane al mando, el Real Madrid firmaba tres en un reinado que marcó una época: cuatro Copas de Europa en cinco años. Nadie podía imaginar que aquel día era el final. Zizou decidió darse un respiro semanas después, tras ver como su mensaje había dejado de calar como deseaba en el vestuario y como la decisión de Cristiano Ronaldo no tenía retorno. El portugués sí sabía que el de Kiev era su último baile de blanco.
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