No se había visto nada semejante en el país desde que comenzó su historia como nación independiente tras la caída de la Unión Soviética.
Pero desde hace ocho días, Bielorrusia es un hervidero de protestas que nadie pensó posibles hace una semana, el 9 de agosto, cuando su población celebró por sexta vez elecciones presidenciales.
Entre los candidatos estaba, otra vez, el mismo nombre que ha aparecido una y otra vez en las boletas desde 1994, Alexander Lukashenko.
Pero también el de Svetlana Tikhanovskaya, la esposa de otro contendiente a las urnas que fue apresado poco antes de los comicios y quien se presentó a última hora, pero con creciente popularidad.
Los resultados dieron la victoria otra vez a Lukashenko, pero las denuncias de fraude electoral se hicieron crecientes y miles de personas comenzaron a salir a las calles de la capital y otras ciudades.
«Las protestas no tienen precedentes en su escala, ya que la gente en decenas de ciudades, pueblos e incluso aldeas se ha levantado y pide que Tikhanovskaya, quien tuvo que huir al exilio, sea reconocida como la ganadora de las elecciones presidenciales del domingo», indica la corresponsal de la BBC en Minsk, Tatsiana Melnichuk.
Desde entonces, miles de personas han salido a las calles a pedir la dimisión de Lukashenko, casi 7.000 personas han sido detenidas, de las cuales varias, al ser liberadas, han denunciado tortura y brutalidad policial, y las principales industrias han ido a la huelga.
Este domingo más de 250.000 personas participaron en la llamada «Marcha por la libertad», considerada la mayor de la historia del país.
«Estas escenas hubieran sido inimaginables hace apenas una semana en un país donde, en tiempos normales, cualquier oposición a Lukashenko era brutalmente reprimida», indica Will Vernon, enviado de la BBC a Minsk.
Tikhanovskaya, la principal contendiente de Lukashenko, se ofreció este lunes a ser una líder provisional mientras se preparasen unos hipotéticos nuevos comicios.
En un video grabado desde el exilio, la excandidata pidió a las fuerzas de seguridad que dejaran de seguir «órdenes criminales» y cambiaran de bando.
Por otro lado, durante una visita a una fábrica este lunes, la alocución de Lukashenko fue interrumpida por trabajadores indignados por la controvertida reelección.
Le gritaban que «se fuera» y le abuchearon.
Pero Lukashenko insistió en que no se celebrarán nuevos comicios, al menos hasta que no se efectúe una consulta sobre la Constitución bielorrusa.
Pero ¿cómo se llegó a este punto de crispación?
En BBC Mundo te contamos algunas claves para entender la situación que ha llevado a esta histórica semana de protestas en Bielorrusia.
1. El largo gobierno de Lukashenko
Lukashenko es el gobernante que más tiempo ha permanecido en el poder en Europa: 26 años. Y es el único que ha gobernado Bielorrusia desde que se formó como nación independiente.
Fue el único miembro del Partido Comunista de la antigua república soviética, que votó en contra de la disolución de la URSS y, pese a que el comunismo cayó, mantuvo muchas estructuras y monumentos del pasado soviético.
Y, según sus críticos, también sus formas de mando.
Lukashenko ha sido señalado a lo largo de los años de encabezar un gobierno autocrático, en el que la oposición ha sido tradicionalmente reprimida, según informes anuales de organismos de derechos humanos.
La nación nunca logró despegar económicamente tras el colapso soviético y gran parte de la industria manufacturera ha estado bajo el control de empresas estatales.
La prensa sigue siendo controlada por el gobierno y la policía y el ejército son temidos y señalados frecuentemente de abusos.
Al mismo tiempo, Lukashenko ha tratado de presentarse como un nacionalista duro con una manera directa de defender a su país de las «malas influencias extranjeras» y un garante de la estabilidad.
Pero según cuenta el servicio ruso de la BBC, la forma en que se le percibe ha cambiado en los últimos meses y la población se queja de la corrupción y la pobreza generalizada, la falta de oportunidades y los bajos salarios.
2. La crisis por el coronavirus
El ya existente descontento popular hacia un líder que ha gobernado por casi tres décadas se vio agravada por la crisis del coronavirus.
De acuerdo con el servicio ruso de la BBC, la posición de Lukashenko ante el virus (sugirió combatirlo con vodka, saunas y trabajo duro) generó gran inconformidad en la población y fue visto como una señal de desconexión con la realidad del ciudadano común.
Casi 70.000 personas se han contagiado allí y más de 600 han muerto desde que comenzó la pandemia, aunque los opositores advierten que la cifra puede ser hasta 10 veces mayor dado los escasos test que se realizan.
Bielorrusia fue uno de los pocos países del mundo que no impuso una cuarentena estricta y la vida siguió como de costumbre, lo que fue duramente criticado por la oposición.
El país fue uno de los pocos países en el mundo que no canceló su campeonato de fútbol y cines y teatros continuaron abiertos.
En medio de la pandemia, Lukashenko realizó mítines electorales y reuniones con su base, siempre desestimando el peligro del coronavirus.
De acuerdo con Melnichuk, esto llevó a que el resentimiento hacia el mandatario también creciera en algunos sectores de la población.
3. La polémica campaña electoral
La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), un organismo internacional con representación de 57 estados y que monitorea elecciones, no ha reconocido ningún comicio en Bielorrusia como libre y justo desde 1995.
Este año, como cada ciclo electoral desde entones, Lukashenko se presentó a las urnas.
Pero esta vez, algunos de los candidatos que le querían hacer frente en la boleta enfrentaron serios problemas: dos de los más populares fueron encarcelados y un tercero tuvo que huir del país.
Fue entonces cuando tres mujeres, cercanas a los candidatos imposibilitados de participar, decidieron sumarse a la contienda.
Fue entonces cuando comenzó a destacar la opción de Tikhanovskaya.
La mujer de 37 años y sus dos aliados recorrieron el país atrayendo a multitudes récord formadas por ciudadanos frustrados por la falta de cambio político, según analistas.
4. Los resultados de las elecciones
El día de las votaciones, el 9 de agosto, llegó en medio de temores generalizados en la oposición sobre posibles fraudes.
La jornada transcurrió sin la participación de observadores independientes y diversos medios independientes documentaron lo que denunciaron como «numerosas irregularidades».
Fue entonces cuando ocurrió un apagón de internet que duró varios días.
Se cerraron las urnas y se publicaron encuestas a boca de urna que coincidirían con los resultados oficiales que saldrían a la luz al día siguiente.
De acuerdo a estos, Lukashenko había ganado con el 80% de los votos y Tikhanovskaya obtuvo alrededor del 10%.
La principal candidata de la oposición, por su parte, insistió en que donde los votos se habían contado correctamente, ella había obtenido entre el 60% y el 70%.
La incredulidad ante los resultados se extendió rápidamente a las calles.
La noche después de las elecciones, los violentos enfrentamientos provocaron 3.000 detenciones en Minsk y otras ciudades.
La policía disparó gases lacrimógenos, balas de goma y granadas paralizantes para dispersar a la multitud.
Las siguientes noches otras 3.700 personas fueron arrestadas en todo el país.
El día después de las elecciones, Tikhanovskaya trató de presentar una queja ante las las autoridades electorales por fraude en los resultados. Días después, desde Lituania, dijo que fue detenida por siete horas y que no tuvo «otra opción» que salir del país.
5. Las denuncias de tortura
Durante los enfrentamientos posteriores a las elecciones surgieron numerosas denuncias de brutalidad policial.
Varios detenidos, al ser liberados, buscaron ayuda médica y publicaron fotos de sus heridas en las redes sociales.
De acuerdo con Vernon, si al principio se temía que la brutalidad de la policía serviría de disuasión a los que protestaban, en realidad conllevó a que solo más gente se indignara y saliera a las calles.
Amigos y familiares de las personas que aseguraban haber sido torturadas se reunieron afuera de los centros de detención para exigir noticias sobre los detenidos y mujeres vestidas de blanco que portaban rosas se tomaron de los brazos y marcharon por las calles.
En las principales empresas estatales del país se convocaron huelgas y muchos trabajadores se sumaron a las protestas.
Asimismo, personal del principal canal de medios de propiedad del Estado se declaró en huelga y prometió comenzar a informar sobre «la verdad».
Varios funcionarios, así como oficiales de policía actuales han dimitido.
El embajador de Bielorrusia en Eslovaquia, Igor Leshchenya, declaró su solidaridad con los manifestantes y el director del principal club de fútbol del país tiró su viejo uniforme de policía a la basura con disgusto.
En tanto, el futbolista Ilya Shkurin anunció que no jugaría para su país hasta que el presidente Lukashenko renunciara.
A tal punto llegó la tensión en el país que el sábado Lukashenko llamó para pedirle ayuda un viejo aliado con el que ha tenido diferencias en los últimos tiempos, el presidente ruso, Vladimir Putin.
Y, según dijo el líder bielorruso en un discurso televisado, Putin le prometió una «asistencia integral» en caso de «amenazas militares externas».
Pero según explica Steven Rosenberg, corresponsal de la BBC en Moscú, la situación es más complicada de lo que parece.
«Si Rusia enviara tropas para apuntalar al líder bielorruso, corre el riesgo de alienar al pueblo bielorruso y crear un sentimiento anti-Moscú», opina.
«El Kremlin tiene un miedo patológico a la «revolución de colores» a sus puertas. Pero Minsk 2020 no es Kiev 2014. Bielorrusia no está eligiendo entre Oriente y Occidente».