Colocado sobre una mesa de laboratorio, horas después de su muerte, el cerebro de Aaron Hernández ofrecía una apariencia saludable.
A fin de cuentas se trataba de una persona joven, de 27 años, que sólo vio truncada su carrera en el mundo del fútbol americano tras ser condenado por el asesinato de uno de sus amigos en 2013.
En abril, mientras cumplía cadena perpetua en prisión, Hernández se suicidó.
Pero lo que en principio parecía un cerebro sano, escondía debajo de su superficie un secreto que sorprendió a los científicos que llevaron a cabo la autopsia del jugador.
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El órgano mostró un estado de encefalopatía traumática crónica (CTE, por sus siglas en inglés) similar al de alguien afectado por esa enfermedad cerebral degenerativa de 60 años.
Los científicos estadounidenses lo consideran el caso más grave jamás registrado en alguien de su edad.
«El CTE tiene como detonante una trauma repetitivo en cualquier parte de la cabeza», explicó a la BBC el doctor Paulo Caramelli, neurólogo y profesor de la Universidad Federal de Minas Gerais.
La enfermedad se conoció en un principio como «demencia pugilística» dada su conexión con los boxeadores, sometidos constantemente a los golpes en al cabeza.
Pero fue a partir de 2002, gracias a la intervención del doctor Bennet Omalu, especialista en temas forenses y de neurología, que la enfermedad trascendió más allá del cuadrilátero.
Omalu, que había llegado a Estados Unidos procedente de Nigeria, hizo publico los hallazgos que encontró tras analizar el cadáver de Mike Webster, una leyenda de fútbol americano que había fallecido de manera repentina.
Fue el primero en vincular el CTE con el deporte más popular de Estados Unidos y en exponer los riesgos de esta práctica.
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El CTE causa trastornos en el comportamiento como agresividad, depresión y falta de control emocional, además de problemas cognitivos como pérdida de la memoria y demencia.
Tiene diferentes niveles de gravedad, que generalmente va aumentando a medida que la persona envejece.
«Cuevas» en el cerebro
El cerebro de Hernández fue llevado al hospital de la Universidad de Boston en una especie de operación secreta, para evitar que la investigación trascendiera a los medios de comunicación y se hiciera pública.
Según el periódico estadounidense The New York Times el órgano fue trasladado a un laboratorio identificado bajo un pseudónimo
Sólo tres personas del equipo de Ann McKee, especialista en neuropatología que estudia la enfermedad en jugadores de fútbol americano, conocían a quién pertenecía el cerebro.
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Al cortarlo en pedazos de 1,3 centímetros, los investigadores notaron la existencia de «cuevas» de un tamaño inusual en el centro del órgano, que se expandían a medida que el tejido cerebral disminuía.
Según Caramelli, se trata de algo poco común para una persona de 27 años, edad en la que el cerebro suele ocupar casi todo el cráneo.
El equipo de McKee también observó que el septo pelúcido, una membrana que divide los dos lados del cerebro, estaba perforada, situación que suele ocurrir con los pacientes que padecen CTE.
No obstante, el principal indicio de esa enfermedad se encontró cuando colocaron el cerebro de Hernández debajo del microscopio y se percataron de una acumulación excesiva de proteína tau, que mata las células nerviosas.
Esa proteína es normal que se encuentre en el cerebro y constituye una especie de «cemento» que da estabilidad al sistema de transporte de sustancias dentro de la células nerviosas, explicó el doctor Caramellí.
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«En algunas enfermedades degenerativas, como el Alzheimer o el CTE, la proteína modifica su estructura y pierde su función, lo que hace que la neurona no pueda funcionar y muere», explicó.
Es por este proceso que las conexiones entre las áreas cerebrales que procesan determinadas funciones, como las emociones y memoria, dejan de funcionar normalmente.
En el caso de Hernández, la proteína tau apareció por toda la corteza frontal, la parte del cerebro que controla la toma de decisiones, los impulsos y la inhibición.
También se había expandido a las amígdalas, que regulan emociones como el miedo o ansiedad, y otras partes del cerebro como el hipocampo, que se asocia principalmente con la memoria y con una parte del sistema límbico (responsable del comportamiento social).
Mecanismo desconocido
El cerebro de Hernández se encontraba en un estado de la enfermedad de categoría tres, de una escala de uno a cuatro, que se suele encontrar en jugadores con un promedio de edad de 56 años.
En rueda de prensa, McKee afirmó que el caso del exjugador de los New England Patriots se trataba de «uno que nunca hemos visto entre los 468 cerebros que hemos examinado».
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En julio, el New York Times publicó los resultados de un estudio llevado a cabo a 202 cerebros, 111 de los cuales pertenecían a exjugadores de la liga profesional de Estados Unidos, la NFL.
De entre estos, 110 mostraron señales de CTE.
Sumando estos resultados al resto de la muestras perteneciente a exjugadores de la liga canadiense, jugadores semiprofesionales, universitarios y de secundaria, se comprobó que un 87% tenían indicios de la enfermedad.
«Ya no se trata de discutir si existe un problema en el fútbol americano. Es una realidad», le había dicho McKee al periódico estadounidense.
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La mayor parte de los cerebros estudiados hasta ahora fueron donados por las familias de los atletas que se sospechaba sufrían de la enfermedad, lo que puede incidir en los resultados de las investigaciones.
Por lo que falta, según Caramelli, un estudio más exhaustivo para determinar con más claridad el verdadero alcance del CTE entre los atletas.
No obstante, al igual de McKee, el neurólogo brasileño repite varias veces la palabra «fascinante» al hablar del cerebro de Hernández.
«No hay duda en este momento de que los más jóvenes, en un estado inicial de la enfermedad, son los que más alteraciones sufren de comportamiento», comentó Caramelli.
Pero eso no implica para los investigadores que haya sido el avance precoz de la enfermedad en Hernández la causa de los episodios violentos protagonizados por el jugador.
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Los abogados del deportista anunciaron que iniciarán un proceso contra la NFL para exigir una compensación que beneficie a la hija de cuatro años de Hernández por la muerte de su padre.
Sin embargo, el vicepresidente de comunicación de la liga, Joe Lockhart, afirmó que la NFL respondería a cualquier tipo de acusaciones y consideró que «cualquier intento de hacer parecer a Aaron Hernández como una víctima es equivocado».
«Su historia personal era compleja, y no se presta a respuestas simples. Precisamos recordar que fue condenado por asesinato y los problemas de su comportamiento comenzaron mucho antes de jugar en la NFL», afirmó en rueda de prensa.
«Hay muchos puntos aquí. Y la ciencia todavía no ha descubierto como conectarlos», concluyó.
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