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Por qué se desvanece el Taiwán que China quiere

por BBC News Mundo BBC News Mundo

Hubo un tiempo en que la sonrisa benéfica de un dictador daba la bienvenida en cada rincón de Taiwán. Es mucho más raro verla ahora que esas 40.000 representaciones están siendo retiradas.

Unas 200 esculturas han sido escondidas en un parque de la rivera al sur de Taipei. Ahí, el generalísimo Chiang Kai-shek está de pie, sentado, con uniforme de mariscal, con toga, con un pie de cada lado de un caballo, rodeado de niños que lo adoran y, en su madurez, apoyado en un bastón.

El Taiwán democrático ya no está tan de acuerdo con darle lugar a su antiguo líder. La pujante identidad de la isla vuelve a ponerse a prueba este sábado, cuando Taiwán elige su nuevo gobierno.

Y con cada elección, a China le preocupa cada vez más la reivindicación de la consolidación de una identidad taiwanesa, que frustra las posibilidades de lo que llaman una «reunificación pacífica» con el continente.

El momento de la división

Chiang Kai-shek huyó de China en 1949, escapando de la inminente derrota en la guerra civil en manos de las fuerzas comunistas de Mao Zedong. Al llegar a Taiwán, el lugar se convirtió en la República de China y así sigue siendo hasta el día de hoy.

La China continental gobernada por Mao y el Partido Comunista Chino se convirtió en la República Popular China. Ambos reclamaban el territorio del otro, pero ni Chiang ni Mao entienden a Taiwán como un lugar separado con una sociedad divida. Pero en eso se ha convertido.

El recuerdo de Chiang Kai-shek en Taiwán.

A diferencia de Taiwán, las demandas de China nunca disminuyeron. Pero casi todo lo demás ha cambiado a ambos lados del estrecho de 160 kilómetros de ancho.

China se ha vuelto más rica, más fuerte y una amenaza inconfundible. Taiwán se ha convertido en una democracia. En medio de unas nuevas elecciones, Taiwán pone a prueba sus lazos con Pekín.

Más allá del resultado de la votación del sábado, la libertad de Taiwán es un peligro para las esperanzas de unificación del Partido Comunista Chino. Todavía hay personas como Chiang que se ven a sí mismos como chinos, que miran a China con admiración e incluso nostalgia.

En el otro lado están los que se sienten profundamente taiwaneses. Ellos ven a Pekín como otra potencia extranjera colonizadora. También hay unas 600.000 personas originarias de esa isla y cuya ascendencia allí se remonta a miles de años atrás.

A su vez, hay una generación más joven, ambivalente, que desconfía de las cuestiones de identidad. Ellos se sienten taiwaneses, pero no ven la necesidad de que Taiwán declare la independencia. Desean la paz con China, quieren hacer negocios con ella, pero no quieren formar parte de ella.

El Kuomintang

«Yo soy taiwanesa, pero creo en la República de China», dice una mujer de unos 50 años, envuelta en una guirnalda y luces navideñas al estilo de Elton John.

Es una respuesta poco común en un acto de campaña del Kuomintang (KMT), el partido que Chiang dirigió hasta su muerte en 1975. Y este es su corazón, la localidad de Taoyuan, donde decenas de miles de personas han ido a ver a su candidato presidencial Ho You-ih.

El KMT propone la paz y el diálogo con el Partido Comunista Chino (PCCh), su antigua némesis.

«Taiwán solo puede prosperar si dialoga con Pekín», dice la mujer cuyo nombre es imposible oír por encima del ensordecedor rock patriótico. «Deberíamos ser amigos del continente. ¡Podemos ganar dinero juntos!».

«Deberíamos ser amigos del continente. ¡Podemos ganar dinero juntos!»

El público explota en aplausos cuando sube al escenario Chiang Wan-an, el bisnieto de Chiang Kai-shek y estrella emergente del KMT. «Me gusta mucho, es muy lindo», dice la mujer de la guirnalda. «Espero que algún día sea presidente».

La multitud está compuesta en su inmensa mayoría por personas de entre 50 y 60 años, partidarios tradicionales del KMT, con lazos familiares o comerciales con China continental.

«Yo soy chino. Taiwán es solo una pequeña isla. Mira China», dice un hombre de unos 50 años entusiasmado con los recientes lanzamientos espaciales chinos. «Por supuesto que deberíamos reunificarnos; quizá no ahora, pero algún día debemos hacerlo».

Hay pocos jóvenes entre la multitud y los que están no parecen sentirse atraídos por el legado del KMT. «No voto al partido, votó al candidato», dice Lin Chen-ze. «Me siento taiwanés, pero quiero la paz. El Partido Democrático Progresista [gobernante] lleva ocho años en el poder. Es hora de un cambio y Hou Yu-ih es un buen hombre, es honesto y eficiente».

Las respuestas a la pregunta de si se consideran chino o taiwanés, que se hace hace décadas, se vuelven confusas. Para Pekín eso es alarmante. Pero para los partidos políticos taiwaneses se trata de una nueva y delicada danza, en la que las certezas ideológicas están siendo silenciosamente archivadas.

El recuerdo de Mao

«No está bien lo que han hecho con estas estatuas», dice Fan Hsun-chung, un avispado veterano de 94 años, mientras pasea por el parque lleno de estatuas de Chiang.

Fan tenía 18 años en 1947 cuando abandonó su hogar en Sichuan, en lo más profundo de las montañas del suroeste de China, para sumarse a las filas del ejército de Chiang.

A principios de 1949, cuando la guerra civil china se volvió dramáticamente en su contra, la unidad del Ejército a la que pertenecía Fan fue enviada a Taiwán para preparar la isla como bastión.

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Fan Hsun-chung quiere una China unificada.

Seis meses después, Chiang, su gobierno y el Ejército de cerca de un millón de hombres estaban derrotados.

Fan pensó que pronto volvería a casa. Pero después de que Mao tomó el poder, no pudo volver, ni siquiera escribirles a sus familiares. «Así que esperé y esperé, durante décadas».

No volvió a su ciudad natal hasta 1990. Para entonces, su familia llevaba mucho tiempo muerta, varios de ellos habían sido perseguidos por el Partido Comunista porque sus acciones habían sido consideradas «contrarrevolucionarias».

Las madre y el hermano mayor de Fan murieron de hambre durante la campaña de industrialización de Mao, que desencadenó una hambruna.

A pesar de sus siete décadas en Taiwán, Fan dice que nunca dejó de sentirse chino: «Cuando vinimos aquí nuestro país no dejó de existir; seguimos siendo la República de China. Taiwán es una provincia, una de las más pequeñas de más de 30 provincias».

No muy lejos de aquí es donde descansa el cuerpo de Chiang: dentro de un sarcófago de mármol negro, aún sin sepultura, casi medio siglo después de su muerte. «Luchábamos por la unificación de China», dice Fan. «Queríamos que China fuera fuerte, unificada e independiente. Ése era nuestro sueño».

Para Chiang, Taiwán era solo el lugar desde donde pelear por sus sueños de conquistar China. Puede que el hombre y su sueño hayan muerto hace tiempo, pero su huella sigue presente.

El presente de Tapei

Por las calles de Taipei, uno se encuentra rodeado de nombres de una época pasada en China: Nanjing East Road, Bei-ping North Road, Chang-an West Road. El idioma utilizado en la educación y el comercio es el mandarín, un dialecto del norte de China.

Taipei es una ciudad de fideos de trigo y dumplings, de nuevo, comida norteña. También abundan los excelentes restaurantes shanghainés: un legado del éxodo de gran parte de la élite empresarial de aquella ciudad cuando los comunistas tomaron el poder.

Pero, el legado de Chiang tuvo un costo enorme. Cualquier expresión de identidad política taiwanesa fue aplastada sin piedad. Muchos miles de personas fueron torturadas, encarceladas y ejecutadas bajo el régimen de Chiang, cuyo culto a la personalidad competía con el de Mao, Stalin o Kim Il Sung.

Esta etapa quedó en los libros de historia como el Terror Blanco.

Taipei mantiene la influencia del norte de China.

El KMT y el PCCh son «como gemelos idénticos con la misma mentalidad», afirma John Chen, activista político de 86 años. «Ambos tienen la idea de que todos formamos parte de la Gran China».

Chen camina por el bloque de celdas de un antiguo centro de detención militar en la zona sur de Taipei, un lugar que conoce demasiado bien. En 1969, un tribunal militar lo juzgó y quedó detenido aquí. Llevaba casado tres semanas.

Los 10 años siguientes los pasó en Jing Mei, una de las prisiones más temidas de Taipei. Su delito no era otro que haber participado en un grupo independentista pro Taiwán mientras estudiaba medicina en Japón.

Compartía la estrecha celda con otros seis detenidos. No tenían cama, solo un retrete en un rincón, un grifo y un cubo para lavarse. Pasaban calor en verano y frío en invierno, solo se les permitía salir a hacer ejercicio 15 minutos al día.

Chen nació bajo el dominio japonés, habla japonés con fluidez y admite sentirse más cerca de las costumbres de Japón que con las de China continental.

Afirma: «No me considero chino. Soy taiwanés».

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Chen estuvo preso durante 15 años por defender la independencia de Taiwán.

Chen es uno de los muchos millones -la mayoría de la isla- cuyas familias emigraron de China. En su mayoría procedentes de Fujian, una provincia del sureste de China, hablan taiwanés, una versión del dialecto del sur de Fujian, tan diferente del mandarín como el inglés del portugués.

Para él, «Taiwán ya es independiente» y el futuro es brillante. «Un día el Partido Comunista Chino se derrumbará. Y cuando lo haga, podremos unirnos plenamente a la comunidad internacional».

Chen Rechaza las afirmaciones de Pekín de que Taiwán forma parte de China porque comparten una cultura y una lengua comunes. «¿Dónde deja eso al Tíbet y Xinjiang? Y si la nación china se basa en ser chino o hablar chino, ¿qué pasa con Singapur?».

Las nuevas generaciones

La era del régimen militar terminó hace tiempo y en todo Taiwán hay monumentos que recuerdan el Terror Blanco.

Pero algunos creen que las insistentes declaraciones de Pekín están haciendo que una generación más joven e irritada reconsidere cómo se ve a sí misma.

Lōa Ēng-hôa empezó a aprender taiwanés hace unos cinco años. Ahora sólo habla en taiwanés e inglés pero se niega a hablar en mandarín. Para él esa es la lengua de un opresor colonial, que compara cuando los británicos fueron obligados a hablar italiano porque Inglaterra eran parte del Imperio Romano.

«Cuando estaba en la escuela primaria, nos reuníamos cada mañana y cantábamos el himno nacional [de la República de China]. Y siempre había algunos alumnos vagos que no se molestaban en cantar. Yo les gritaba: ‘¡es que no quieres a tu país! Realmente me creía chino».

Lōa Ēng-hôa se niega a hablar mandarín, aunque creció con ese idioma.

Lōa Ēng-hôa dice que solo cuando fue a trabajar a Australia, al tener que enfrentar su complicada historia, empezó a despertar su identidad.

Bajo el gobierno del KMT, a los estudiantes se les prohibía hablar taiwanés y recibían un castigo si lo hacían. Los padres taiwaneses obligaban a sus hijos a hablar mandarín, incluso en casa, creyendo que así accederán a la universidad o encontrarían un buen trabajo.

Lōa dice que aunque el taiwanés no esté prohibido persiste el «dominio ideológico» del mandarín. «Y lo más importante es que se nos sigue negando el derecho a ser educados en taiwanés: el 80% de la gente es étnicamente taiwanesa, pero no tenemos derecho a ser educados en nuestra propia lengua. ¿No es ridículo?».

Para los jóvenes como él, el Partido Democrático Progresista (PPD) en el gobierno, que alguna vez pidió la independencia de Taiwán y cuyo éxito surgió del sentimiento anti-Pekín, no está yendo lo suficientemente lejos.

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Chiang Wan-an es una estrella en ascenso en el KMT.| Getty Images

El PPD fue alguna vez un grupo heterogéneo que luchó por ganar elecciones locales y escaños parlamentarios. El taiwanés fue el idioma de sus actos de campaña. Ahora es el partido de poder que gobernó por16 años, incluidos los últimos ocho.

Ahora sus jóvenes simpatizantes hablan inglés con fluidez y se apasionan por el medio ambiente y los derechos LGBTQ, más que por cualquier necesidad urgente de independencia formal de Taiwán.

En un acto de campaña reciente en Taipei, la joven y carismática candidata a la vicepresidencia del partido, Hsiao Bi-khim, pronunció su primer gran discurso público con gran éxito mientras que en Pekín la detestan.

Nacida en Japón, de madre estadounidense y padre taiwanés, Hsiao ha sido embajadora en los hechos de Taiwán en Estados Unidos. Los medios de comunicación estatales chinos se han dedicado a difundir rumores de que apenas sabe hablar mandarín, lo cual es falso.

Pero China teme el ascenso de políticos como Hsiao, que apenas tienen lazos familiares con el continente y ven a Taiwán más cerca de Tokio y Washington que de Pekín.

Ascendencia taiwanesa

Estas son las primeras elecciones en las que los tres candidatos presidenciales son de ascendencia taiwanesa. Ninguno viene de familias que llegaron a Taiwán con Chiang en 1949. Hou, del KMT, es hijo de un comerciante del sur de Taiwán que ascendió en la policía hasta dirigir la Oficina Nacional de Investigación.

El PPD ya no habla de la necesidad de una independencia formal y el KMT habla de diálogo con Pekín, pero elude el tema de la unificación o de si Taiwán forma parte de China. Ambos abrazan ahora el peculiar «statu quo» de Taiwán: elige a sus propios dirigentes, pero no es considerado un país.

En el mitin del KMT, la mujer de la guirnalda lo resumió sin vueltas: «Esta es la montaña que nos protege. Sin el estado de República de China, Taiwán está acabado. Taiwán no puede ser independiente. La independencia significa la guerra».

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La mayoría de los partidarios del KMT son taiwaneses mayores.| Getty Images

Esto es lo que los expertos llaman «ambigüedad estratégica». Hasta ahora ha satisfecho a todos, incluido Pekín. Pero no es así como la gente define quiénes son.

«Hoy todos somos taiwaneses, independientemente de la procedencia de nuestros abuelos. Nos casamos entre nosotros y mezclamos taiwanés y mandarín cuando hablamos entre nosotros», dice un grupo de excursionistas en un sendero cerca de Taipei.

Cuando viajan al extranjero, dicen que son de Taiwán. «No queremos que la gente piense que somos de China».

Eso es un problema para Pekín, porque ellos están decidiendo lo que quieren ser.

Y eso va en contra del mensaje del PCCh: una China unificada bajo el gobierno del Partido Comunista. Es un mensaje que se ha transmitido a tibetanos, uigures, mongoles… y a Hong Kong.

El PPD ha estado en el poder durante ocho años; solía tener dificultades para ganar las elecciones locales.| Getty Images

No todo el mundo se siente taiwanés, o exclusivamente taiwanés, pero cada vez más jóvenes parecen inclinarse de esta manera, sugieren las encuestas.

Incluso en este nuevo Taiwán, el apellido de Chiang cuenta. Muchos aquí dicen que les gustaría ver que el KMT postulara a su bisnieto en 2028. Y Hsiao ha sido promocionado como un contendiente para el PPD.

Cualquiera de los dos podría ganar, pero el desafío para China es que los taiwaneses decidan.

Los votantes jóvenes dicen que lo único que les importa es la paz: «Tengo dos hermanos menores y me preocupa mucho que acaben peleando en una guerra con China», dice Shen Lu, de 21 años, en el mitin del KMT.

Al igual que sus aliados más poderosos, pocos taiwaneses hablan de independencia porque eso parece poco práctico, incluso imposible. Pero la paz se ha convertido en un estribillo para conservar lo que tienen, como quieran llamarlo.

«Soy taiwanés, pero lo más importante para mi generación es la paz», dice Shen. «No quiero la unificación. Quiero que la situación siga como está ahora. Deberíamos mantenerla así para siempre».