Cruzar el Darién no fue lo más duro en la vida de Michell Stella.
“Hubo muchas situaciones en donde me dije “bueno Michell, hay dos caminos: suicidarse o transformar todo lo que te está pasando como persona y seguir adelante”», cuenta a BBC Mundo.
Por eso, sus casi seis días en la selva, a la que entró solo y con apenas comida, donde vio cosas que lo marcaron, donde perdió kilos y, casi, la vida, no fue lo más trágico.
De un pequeño pueblo rural de Venezuela, Stella, que se denomina persona queer, supo desde la infancia que era diferente. Y así se lo hicieron sentir: con burlas, acoso, canciones de mal gusto y golpes en algunos casos.
Nada lo desvió del sueño de modelar y caminar por una pasarela algún día.
“Michell, esto pasa por algo, Dios te está poniendo en estas situaciones para que tú seas grande”, dice que se repetía siempre.
Aunque no estuvo en sus planes iniciales, cuando tuvo que tomar la decisión de cruzar el tapón del Darién, ubicado en la frontera entre Panamá y Colombia, y uno de los pasos migratorios más complejos y peligrosos del mundo, nunca dudó.
Michell lo cuenta como si fuera solo un paso más hacia su propósito de vida, uno tan natural como aprender a posar y mirar a la cámara. Y lo hace con una vitalidad y optimismo que contagian.
Apenas lleva 1 año y unos meses viviendo en Estados Unidos y ya logró modelar en la New York Fashion Week, no sin esfuerzo.
En su cuenta de Instagram, @michells09, con casi 36 mil seguidores, cuenta sus aventuras en la Gran Manzana, que van desde el glamour de las pasarelas a las bambalinas de tener que trabajar en restaurantes para seguir adelante.
Michell Stella habló con BBC Mundo y nos contó su historia.
“Si salgo a la calle en tacones me pueden matar”
Michell Stella nació hace 21 años en Naranjales, una localidad de muy pocos habitantes en el estado Táchira, fronterizo con Colombia, bajo el nombre de Jefferson Michel Ramírez.
“Siempre viví en una familia disfuncional, mis padres no fueron muy responsables. Cuando tenía 10 años, mi madre se fue con mi hermanito y me abandonó. Todos los días me cuestionaba por qué se fue con él, por qué me dejó con mi papá, que es alcohólico, violento, homofóbico”, me cuenta desde su casa en Nueva York.
Dice que estuvo sumido entre la soledad y la depresión, pero que todo lo que sentía por dentro lo soltaba haciendo arte.
“Arte” puede significar muchas cosas, pero en Venezuela, el segundo país del mundo con más mujeres coronadas en el concurso Miss Universo, para muchas niñas modelar, llegar a ser miss, parecerse a una, caminar como una, es arte, inspiración y un camino de vida.
También lo era para Michell Stella, quien con 11 años encontró en sus vecinas —también fanáticas del certamen de belleza —, unas aliadas a las que pedir una falda, un labial o unos tacones prestados.
Encerrado en su cuarto empezaba la magia.
“Yo me decía que cuando fuera grande iba a llegar a Nueva York, a modelar con tacones”.
También se decía otras cosas menos agradables: “No puedes salir de estas cuatro paredes en tacones y con los labios pintados de rojos. Te pueden hasta matar”.
Solo en 2023, el Observatorio Venezolano de Violencias LGBTIQ+ documentó al menos 461 casos de violencia a personas de este colectivo.
A Michell no le hizo falta salir de su cuarto en tacones para, de igual modo, sufrir maltrato.
Por un lado, el de su padre, que llegó incluso a partirle el palo de la escoba en la espalda. Por otro, el de sus compañeros de clase.
“Me cantaban la canción de Calle 13 Atrévete, la parte de “salte del clóset” (di tu orientación sexual). Una vez, mis compañeros de salón recolectaron todos sus orines y me lo lanzaron encima. No había nadie para protegerme. Yo solo quería ser libre, que me dejaran vivir, estudiar”.
Después de una pelea con su padre, motivada porque éste agarró por el cuello y empezó a asfixiar a otro hermano, se fue de casa y se mudó a Caracas. Tenía 17 años.
“Si te quedas aquí no vas a lograr nada”
Durante un tiempo quiso probar suerte con el modelaje y recibió clases en una academia.
“En un país con los estereotipos tan marcados de cómo debe ser un hombre —muy musculoso, muy masculino—, me rechazaron. Entendí que tal vez ese no era mi lugar y que tenía que salir de allí”.
Con pasaje de avión comprado, su destino era México. Pero en enero de 2022 el gobierno de ese país empezó a exigir visa a los venezolanos.
En ese momento ni siquiera se le pasaba por la cabeza la idea de pasar por el tapón del Darién.
“Claramente Dios tenía un propósito en mi vida: quería que pasara por la selva”, me dice, aunque en ese momento ni siquiera se le cruzaba por la cabeza la idea de atravesar la región del Darién.
Así, con 18 años, se montó en un bus con destino a Chile.
La idea era multiplicar lo que le había dado su hermano de la venta de una moto e irse a Europa. Hacer plata.
Como le ocurre a buena parte de los migrantes, da igual a qué te dedicaras en tu país de origen porque, allá donde vayas, te tocará hacer de todo.
Michell Stella empezó en un restaurante de comida peruana limpiando baños y lavando platos. Atribuye a la proactividad que le caracteriza que la jefa le propusiera si quería lavar copas en la barra, algo con un poco más de remuneración.
“Me dije que tenía que aprender a hacer tragos, porque iba a ganar algo más de dinero y de ahí, ahorrar más para ir a Europa. Hasta que un día faltó un bartender, me pusieron a sustituirlo y me quedé ahí. Y como no tengo vicios de ningún tipo, eso me ayudó a ahorrar lo suficiente”.
La selva del Darién
Apenas llevaba unos meses en Chile cuando Michell empezó a escuchar de conocidos suyos que cruzaban la selva del Darién y ya estaban en Estados Unidos. Se veía como una opción para acercarse a sus sueños, pero no sencilla: “Tomar esa decisión cambia tu vida. Puedes salir vivo o muerto de ahí”, dice.
Pero la perspectiva de estancarse en Chile, lo impulsó a tomar el bus con destino a Colombia y arrancar un periplo que lo llevaría a cruzar los más de 100 kilómetros del tapón del Darién y atravesar seis países más hasta llegar a México, la última frontera con Estados Unidos.
“Cuando llegué a Necoclí (Colombia), recuerdo ver a miles de familias, la mayoría venezolanas, pero también ecuatorianos y haitianos esperando. Pagué a un guía unos 500 dólares… Una estafa. Porque los guías no te llevan hasta el final de la selva, te dejan a la mitad del camino, se desaparecen y toca guiarse por las camisas de colores que la gente deja en las ramas marcando el camino”, relata.
Michell tiene bloqueados algunos momentos de lo que fue su paso por el Darién, pero otros no los olvida: cuando vio personas muertas envueltas en tiendas de campaña; cuando unas niñas le pidieron que les vendiera una galleta porque no habían comido en dos días; cuando cruzaba uno de los ríos y, sin fuerzas para agarrarse a la cuerda que los guiaba, casi lo lleva la corriente.
“Un chico me agarró del bolso y me tiró a la orilla. Yo no sé nadar. Si no fuera por él, no lo estaría contando”.
El peor paso de su travesía: México
Salió de la selva en septiembre de 2022.
Luego le tocó más buses para ir cruzando de frontera en frontera. En Guatemala, por ejemplo, cuenta que dentro de un bus escolar iba junto a más de 200 personas, con niños, mujeres embarazadas.
De ahí, lo metieron a una casa de seguridad, en México.
“Es uno de los países más duros para nosotros los migrantes. En la casa de seguridad nos decían ´¿Quieren comer o beber? Ahí tienen galletas y agua, a 20 dólares´.
«De ahí me fui a Oaxaca caminando durante tres días, horrible, porque tuve que lanzarme por fincas, por la parte bajita de ríos, correr porque la migra mexicana es muy fuerte, o nos agarran o nos entregan a mafias o nos golpean… Es muy duro. Ahí me tocó decirme que si pude con la selva, eso no me iba a vencer, pero estaba súper débil, bajé como 8 kilos”.
Tras varios intentos, que le pidieran dinero para no deportarlo, siguió insistiendo.
“Le pedí a Diosito llegar a Nueva York a cumplir mi sueño de ser modelo allá. ¿Te puedes creer que me monté en otro bus, con montones de retenes de migración, bajaban a la gente y a mí no me pidieron papeles? Era como invisible”.
Ya cerca de la frontera llegó un golpe de suerte. El gobierno de Estados Unidos sacó CBP One, una aplicación de celular para facilitar el proceso a aquellas personas que quieren pedir asilo. Michell consiguió de ese modo una cita para contar su caso.
En la sala de espera de migración coincidió con muchos otros migrantes. Ahí escuchó historias de quienes se suben a La Bestia, de algunos secuestrados, de otros a los que les habían cortado dedos. Y agradeció su suerte.
La migra
“Me llamo Michell, me voy a Nueva York. Aunque me veas así, súper flaco y feo, yo voy a ser un gran artista, voy a lograr mis sueños”, le dijo, sin dudar, a la agente de migración que escuchó su caso y le aprobó la entrada a Estados Unidos.
Aún le tocó pasar por Dallas para, finalmente, llegar a Nueva York.
“Alguien que conocía me recibió en su casa. Llegué en invierno, sin hablar inglés y me tuve que mover para buscar trabajo, buscar los trenes. A todos lados iba con el traductor en el celular, pero fue caótico. Además, acá para conseguir un trabajo hay que hablar muy buen inglés o tener un contacto. Se suma el invierno, que es muy fuerte. Hay situaciones que te pueden afectar y así estuve yo, sin trabajo, tres meses”.
Un día se fue Grand Central, la gran terminal de trenes en Nueva York. Allá se sentó y empezó a llorar, ya desesperado y viendo cómo se le acababan los ahorros. En un lugar donde unas 500 mil personas transitan al día, una de ellas pasó delante de Michell como una señal: la modelo canadiense Coco Rocha.
“Todo empezó a sonar más bonito, como que todo empezó a fluir. Y ahí conseguí trabajo en un supermercado”.
De lavar los platos a la pasarela
Llegó a tener tres trabajos para lograr la plata de su proceso migratorio. Y vio en las redes sociales un filón.
“Trabajaba 18 horas en cocina, en los ratos libres pensaba el contenido, grababa en los días de libranza. Y un video se me hizo viral en TikTok y empezó todo”.
Su cuenta de Instagram, que hoy tiene casi 36 mil seguidores, empezó a crecer, contrató a una fotógrafa venezolana para que le hiciera una sesión de fotos y lograron colocarlas en una revista en Canadá.
Michell Stella siguió trabajando, combinando eso con los castings a los que le convocaba la agencia de modelos en la que se inscribió y en clases de inglés por las mañanas.
Hasta que llegó la llamada: le habían seleccionado en un casting para modelar en Runway 7, la premiere de la New York Fashion Week.
“Fue un impacto, porque ya me habían rechazado mucho. Y obviamente me siguen rechazando. Pero cuando salí a la pasarela, creo que la actitud y la energía que llevaba hizo que al público le encantara. Era increíble, porque el público me grabó y ahí empecé a pensar en lo que he vivido en mi vida, la selva, mi niñez, la New York Fashion, todo como el tráiler de una película que estoy viviendo y eso apenas es el inicio”.
Sus aspiraciones son altas. Me cuenta que quiere a lograr grandes cosas, salir en grandes revistas, modelar para grandes marcas. “En mi mente no hay un nunca”, dice.
Sigue haciendo modelaje, aplica a todo lo que aparece en su agencia para avanzar en su carrera, le tomaron una fotos para PhotoVogue, sigue en clase de inglés y creando contenido en redes. Y lo combina con su trabajo en restaurantes, porque, como dice, la vida en Nueva York es cara y toca sostenerla.
“Aunque sea pasando una vida difícil, sigo siendo fuerte, guerrera. Y con mis sueños siempre en mente”.