El campamento de Al Hol, en el noreste de Siria, es un hervidero de ira y preguntas sin respuesta.
Dentro se encuentran las mujeres y los niños perdidos del grupo radical autodenominado Estado Islámico (EI), abandonados por sus hombres, su califato y sus gobiernos.
Algunas se aferran a su ideología, alimentada por el odio: «¡Estamos invictos!», te gritan en la cara.
Otras, en cambio, piden una salida, un camino que las lleve a casa.
Mientras los gobiernos occidentales no actúan, sus hijos mueren.
Umm Usma, una mujer belgo-marroquí, se aferra a la fantasía de que ayudó a las mujeres y los niños de Siria en los seis años que lleva aquí, la mayor parte bajo el mando de EI.
Esta exenfermera, que lleva guantes negros, agarra su niqab con una mano. «Esta es mi elección», dice. «En Bélgica no podía llevar niqab, y esta es mi elección».
«Todas las religiones hicieron cosas malas», afirma.
Mientras grita con un grupo de mujeres también vestidas de negro, una madre empuja por el barro un carrito con un niño que tiene graves quemaduras.
«Mira lo que hicieron», grita la madre, refiriéndose a las fuerzas respaldadas por Estados Unidos.
AlHol es una pesadilla, un campamento que pasó de albergar a 11.000 personas a tener más de 70.000.
Está devastado por las terribles secuelas del fracasado seudo-califato.
Al Hol, en el noreste de Siria, pasó de albergar a 11.000 personas a tener más de 70.000 | GETTY IMAGES
Umm Usma asegura que no tiene por qué disculparse por los atentados de 2016 en Bruselas, en los que murieron 32 personas, sin incluir a los atacantes.
Para ella, un ataque contra su país perpetrado por el grupo al que se unió no necesita ninguna respuesta.
Se envolvió en la condición de víctima. Cree que Occidente y sus ataques aéreos contra el último bastión de Estado Islámico en Baghouz, Siria, son los culpables de su miseria.
El odio y la violencia propagados por EI los relegó al olvido.
Esta es la trampa mental de los yihadistas, una memoria selectiva que borra cualquier delito.
«No hablaré sobre lo que hizo mi esposo, no sé lo que hizo», afirma Umm Usma.
La mujer vivió en democracia y bajo EI, y asegura que sabe qué es mejor.
«Ustedes tienen la mente cerrada», dice mientras se da la vuelta y se aleja.
Pasaron solo dos semanas desde la caída de Baghouz, el último de los territorios gobernados por EI, ante las fuerzas lideradas por los kurdos.
Los kurdos no tuvieron prisa y permitieron un alto el fuego tras otro para que las mujeres, los niños y los heridos pudieran salir.
Los aviones de combate de la coalición que mataron a civiles en Mosul y Raqqa, las dos últimas capitales que perdió EI, fueron más cautelosos en Baghouz.
Muchas de las víctimas, niños
Estado Islámico utilizó a sus familias como última línea de defensa.
«En un solo día, murieron al menos 2.000 personas», nos dice un chico iraquí que sobrevivió al combate.
Y sigue: «EI aparcó vehículos entre las tiendas de las familias. Sabíamos que los vehículos eran un objetivo, así que les dijimos que se los llevaran. Pero no lo hicieron, y los vehículos explotaron».
Cuando terminó la batalla, retiraron todos los cadáveres de Baghouz antes de que llegaran los medios de comunicación.
Los hombres de EI no eran solo soldados en un campo de batalla, sino que se llevaron con ellos a mujeres, niños y familias enteras.
Nour, de 6 años, recibió un disparo en la cara. Tiene las mejillas hinchadas y los dientes destrozados
La pequeña Nour es una de las víctimas de la catástrofe. Está tendida en una litera en la clínica que la Media Luna Roja tiene instalada en el campamento.
La niña, de 6 años, recibió un disparo en la cara. Fue hace 15 días, y desde entonces solo recibió atención médica básica.
Tiene las mejillas hinchadas y los dientes destrozados.
Parece que se acostumbró al dolor, ya que solo grita cuando la mueven.
Un grupo de francotiradores entró en su tienda en Baghouz.
Nour estaba escondida allí con su familia, parte de un grupo de incondicionales que permanecieron del lado de EI hasta el final.
La madre de Nour, de Turkmenistán, está demasiado enferma como para tenerse en pie. Se acuesta de lado, junto a Nour, y se queda en el borde de la cama. Su marido, combatiente de EI, murió.
Nour necesita atención médica urgente y la mandan a un hospital de la ciudad de Hasaka.
Deja vacía la cama de la clínica, forrada de cuero negro, que poco después ya tiene una nueva ocupante, una bebé llamada Asma.
Sin embargo, Asma ni siquiera parece estar presente. Es un espectro de un ser humano, casi transparente.
Asma parece tener solo unos días de edad, pero en realidad tiene 6 meses
Demasiado débil para llorar, parece tener solo unos días de edad. Pero en realidad tiene 6meses.
Su hermana, también una niña, la mira, con los ojos bajos. Mientras EI luchaba hasta el final, sus familias morían de hambre.
Un califato desplazado
Unos 169 niños murieron desde que escaparon de Baghouz. Los que quedan ahí corren el riesgo de contraer enfermedades.
Y hay un peligro aún mayor que los gobiernos occidentales parecen ignorar: todavía están bajo el cuidado de sus padres, incondicionales de EI, y nadie se preocupa de contrarrestar sus tendencias extremistas, algo que puede acabar enquistándose.
A las personas que sobrevivieron a EI, decenas de miles, las llevaron en camiones abiertos por el desierto hasta Al Hol.
El pueblo al lado del campamento es donde EI vendió a mujeres yazidíes como esclavas.
La escuela de dos pisos del pueblo todavía tiene la bandera de EI pintada, aunque difuminada por las lluvias y el sol.
El campamento se encuentra en uno de los extremos del pueblo.
Se trata de un mini-estado, un califato desplazado, un peligro creciente que ya es más grande que el pueblo en sí.
Lo que queda dentro no lo quiere nadie.
Unos pocos gobiernos recuperaron a gente: Rusia, Arabia Saudita y Marruecos. Estados Unidos recuperó a una mujer.
Reino Unido no tiene ningún plan para repatriar a los combatientes ni a sus familias.
Al Hol es el campamento donde la adolescente Shamima Begum, de Londres, fue retenida por primera vez y donde supo que había sido despojada de la ciudadanía británica.
Francia repatrió a un grupo de huérfanos cuyos padres murieron luchando por EI.
Hay varios grados de radicalización, y el escenario inmediatamente posterior a una guerra no es el lugar para juzgar a quién se puede reformar, a quién se puede salvar.
Ideología tóxica
Las mujeres extranjeras del campamento están separadas, bajo guardia armada.
Aquí la ideología agarra su máxima expresión tóxica. Aquí es donde están los verdaderos incondicionales.
Las mujeres se lanzan contra la cerca de alambre pidiendo que las dejen salir. Son de todas partes: Brasil, Alemania, Francia, Marruecos, Somalia… y la lista continúa.
Las mujeres occidentales son cautelosas a la hora de hablar en el interior del campamento. Temen que las ataquen las mujeres más radicales del lugar si las ven hablando con un hombre.
Si se quitan los velos, algunas mujeres las atacan. Alguna vez les quemaron las tiendas como represalia.
«Las tunecinas y las rusas son las peores», dice Leonora Messing, de 19 años, de Alemania. Y señala dos grandes tiendas comunales. «Fueron las últimas en salir de Baghouz».
La chica se unió a EI cuando tenía 15 años, un mes después de que otra chica de 15 años, Shamima Begum, y sus amigos huyesen de Reino Unido hacia Siria.
Messing se convirtió en la tercera esposa de un extremista alemán que ahora está bajo custodia kurda.
Se muestra llena de arrepentimiento, no solo por las circunstancias actuales sino desde mucho antes de la derrota de EI.
«Estuve medio año en EI y le pedí a mi padre si podía enviar a un mercenario para que me sacase de ahí. Mandaron a uno, pero los hombres de seguridad de EI lo mataron. Y luego me atraparon también a mí porque encontraron imágenes mías en su teléfono. Me encerraron por primera vez en prisión [en Raqqa] y luego por segunda vez en [el pueblo de] Shaafa», explica.
En sus brazos acuna a un bebé de 2 meses con la cara arrugada. Es su segundo hijo, nacido en Baghouz mientras alrededor todo eran combates.
«Di a luz sola. No había médicos ni enfermeras», dice. «Le dije a mi esposo que saliese. Lo eché. Estaba llorando. Ya sabes cómo es la fe de las mujeres. Le dije que buscara a alguien. Dijo que no había nadie. Le dije: ¡ve y busca!».
Leonora Messing, de Alemania, se convirtió en la tercera esposa de un extremista que ahora está bajo custodia kurda
Sigue amando a su marido extremista y dice que lo esperará si lo mandan de regreso a Alemania para cumplir una sentencia de prisión.
También habla sobre la muerte del hijo de Shamima Begum, que nació en el campamento y murió con 20 días.
Sus dos hijos estuvieron enfermos, pero dice que tiene razones para creer que no les pasará nada y estarán bien.
En nuestro segundo encuentro nos interrumpen. Leonora Messing tiene un compromiso.
Llega un convoy de vehículos blindados, protegidos por hombres armados, con occidentales dentro.
«El gobierno alemán quiere ver a mis hijos», dice Messing.
Misericordia
El ministro de Relaciones Exteriores de Reino Unido afirmó que es demasiado peligrosopara los diplomáticos británicos viajar a Siria, un lugar en donde, como Alemania, su país no tiene consulados ni embajadas.
Todavía no hay ningún plan para repatriar a mujeres y niños.
Mientras se arremolinan unas nubes de lluvia, dos jóvenes caminan con determinación por el terreno fangoso. Tienen un propósito, y se dirigen hacia mí y mi colega sirio.
El campamento huele mal, no hay el saneamiento adecuado y la lluvia no ayuda.
Una de las dos lleva, sorprendentemente, un bolso de charol con un pequeño broche de diamantes falsos.
A través de los velos veo lo que parecen los ojos de unas adolescentes.
«¿Dónde están nuestros esposos? ¿Cuándo los liberarán?», preguntan.
Cuando mi colega se encoge de hombros, una de las mujeres dice: «Pregúntaselo», y me señala con sus guantes negros.
Puede que obtengan la respuesta a su pregunta en los próximos días, ya que Irak también se prepara para repatriar a su gente.
Los prisioneros de alto valor serán los primeros que sacarán y casi seguramente serán ejecutados.
A sus mujeres e hijos se los llevarán a Irak.
Los campamentos ya se están preparando, no muy lejos de Al Hol, en el lado iraquí de la frontera.
Eso aliviará la presión en el campamento, pero no resolverá la eterna pregunta que Al Hol presenta a Occidente: ¿cuánta misericordia debería ofrecerse a un enemigo que no ofreció ninguna?
Y ¿qué será de sus mujeres e hijos ahora que EI se acabó?