Tras una travesía de casi dos horas en auto y cinco en bote no sin sobresaltos, por fin divisamos las cristalinas aguas de La Tortuga.
Somos 11 viajeros, un fin de semana de noviembre, y hemos decidido pasar un par de días en esta isla desierta que quizá es el secreto mejor guardado del Caribe.
A más de 80 km de tierra firme, La Tortuga es la segunda isla más grande de Venezuela, después de la Isla de Margarita.
Keliangel Marquez es una de las viajeras que llegó conmigo en el bote.
«Esta es la playa más hermosa que he visto en mi vida», me dice la turista venezolana de 23 años. «Esto es el paraíso«.
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Pese a sus balnearios de arena muy blanca, aguas cristalinas de hermosas tonalidades de azul y turquesa y un clima de 30°C todo el año, no tiene habitantes permanentes -solo un pequeño número de pescadores que van por temporadas-, y es muy poco turística.
Debido quizá a su posición remota, a que la infraestructura destinada al turismo es casi inexistente y a que no cuenta con puerto ni aeropuerto.
Pero el gobierno venezolano quiere cambiar eso.
El presidente del país, Nicolás Maduro, anunció en julio un ambicioso plan para transformar el territorio y convertirlo en «el gran centro turístico del Caribe«.
El proyecto consiste en construir un aeropuerto internacional, un gran puerto para recibir cruceros que transitan por el Caribe, 10 hoteles de lujo, campos de golf y hasta una zona de «glamping», para acampar glamorosamente al aire libre.
«El proyecto de la Isla de La Tortuga es el proyecto turístico más grande e importante que hay hoy por hoy en el Caribe y en el mundo», aseguró Maduro.
BBC Mundo viajó hasta allí para saber qué tan avanzado está ese proyecto y cuál puede ser su impacto.
Un largo y peligroso trayecto
Actualmente ir a la isla es toda una aventura.
Solamente hay un operador turístico que efectúa viajes casi todos los fines de semana, Millas Venezuela, que tiene un pequeño campamento con tiendas de campaña en el noroeste de la isla, para los turistas más aventureros.
Eso sí, para clientes con mayor poder adquisitivo existe otra opción. El exclusivo hotel Chelonia, el único en toda la isla, que cobra cerca de US$500 por persona, ofrece traslados en lancha, en yate y hasta en helicópteros por US5.000 para trasladar a cinco viajeros, pero estaba cerrado ese fin de semana.
El viaje comienza en Chacao, en el este de Caracas, donde Carlos Bonilla, el amable organizador del viaje, me espera.
«¿Listo para la aventura?», me pregunta con una sonrisa desde su minivan Toyota Previa.
El bote hacia La Tortuga parte el día siguiente a las 7am desde un pequeño puerto en Higuerote, un pueblo costero a unos 120km de la capital, pero Carlos me explica que es preferible llegar allí la tarde del día anterior por motivos de seguridad.
«La vía es peligrosa. Algunos delincuentes lanzan ‘miguelitos’ (un arma de púas metálicas afiladas) en la vía para que los neumáticos de los vehículos pierdan el aire, de lo cual se aprovechan para robar a los viajeros», advierte.
A medida que avanzamos en la carretera hacia Higuerote, la advertencia de Carlos cobra sentido.
Hay pocos faros de iluminación y muchos huecos en el asfalto, que Carlos esquiva con facilidad. Él conoce muy bien la vía, pues la toma frecuentemente.
En Higuerote, una comunidad que alguna vez fue próspera y muy turística, la decadencia del país, cuya economía se contrajo un 75% entre 2013 y 2021, se vuelve evidente.
Las desgastadas y ahora descoloridas fachadas de las humildes casas han perdido su brillo y las plazas, otrora llenas de turistas nacionales y unos pocos extranjeros, se encuentran desoladas.
«Bienvenido a Venezuela»
Al día siguiente, los viajeros inscritos para pasar un fin de semana en «el paraíso» toman sus asientos en el bote, que sale puntualmente a las 7 am.
Pero tras 40 minutos de navegación, el capitán de la embarcación recibe una llamada de la Guardia Costera: el bote debe regresar para ser inspeccionado.
Los viajeros, todos venezolanos, no ocultan sus caras de decepción y molestia. Sus vacaciones comienzan con un gusto amargo.
«Bienvenido a Venezuela», bromea un viajero, quien se queja de que este tipo de «inconvenientes» sean moneda corriente para los turistas en el país.
«Casi nunca hacen la inspección, pero a veces les da por hacerla y avisan a última hora», comenta un miembro de la tripulación. «Se han puesto más estrictos después de la tragedia del año pasado».
En septiembre de 2021, nueve personas a bordo de una pequeña lancha con capacidad para cuatro pasajeros naufragó poco después de salir de Higuerote con destino a La Tortuga.
Solo tres personas sobrevivieron al naufragio: dos niños de 2 y 6 años y la niñera de la familia. La lancha no tenía chalecos salvavidas suficientes para todos los tripulantes ni un GPS.
Después de que la policía costera se asegura de que la embarcación cuenta con botes y chalecos salvavidas, extintor de incendio, bengalas y todas las medidas de seguridad, el bote parte de nuevo con casi dos horas de retraso.
Las oscuras aguas de Higuerote se van aclarando y van adquiriendo un tono turquesa a medida que la embarcación se acerca a La Tortuga.
«¡Qué bello es!», exclama la caraqueña Daniela Nabija, quien viaja sola y decidió darse ese regalo para celebrar sus 25 años.
Como muchos jóvenes venezolanos, ella se ha planteado emigrar, pero se ha propuesto viajar más en su país, antes de una posible partida.
«Tienes que tomarme muchas fotos, por favor», me pide, mientras finalmente nos bajamos en Cayo Herradura, en el noroeste de la isla.
«Nos da miedo que nos saquen»
En este cayo, aparte de un par de pequeños campamentos de tiendas para viajeros, las únicas construcciones son un faro y varios ranchitos de madera donde duermen decenas de pescadores margariteños que viajan a La Tortuga en temporadas de pesca.
Actualmente en la isla es temporada de langostas. Tras capturarlas en altamar, los pescadores las venden a comerciantes venezolanos y extranjeros o las ofrecen a los pocos turistas que van a la isla y están dispuestos a pagar su alto precio.
A algunos de ellos les preocupan los planes del gobierno de explotar el potencial turístico de la isla.
«Últimamente vienen unos cuantos turistas todos los fines de semana o cada 15 días, y nos la llevamos bien con ellos», asegura Pascual Gonzalez, un margariteño de 43 años que lleva décadas pasando temporadas de pesca en la isla.
«Pero nos da miedo que nos saquen de aquí», prosigue. «Los planes del gobierno nos parecen bien, siempre y cuando podamos seguir pescando«.
A unos 20 kilómetros de Cayo Herradura, en la zona de Punta del Este, ubicada en la isla principal, se encuentra «el pescador más viejo de La Tortuga», Gregorio Julián Salazar, quien tiene 80 años y aún recuerda la primera vez que fue a pescar a la isla con sus tíos, cuando tenía 7.
«Fueron ellos quienes me enseñaron a pescar», me dice mientras teje una nueva red de pesca.
Asegura que el lugar ha cambiado bastante en los últimos 70 años.
El mar ha avanzado y una parte de los «hermosos» manglares que conoció en su infancia han desaparecido.
«Nos gustaría que vinieran más turistas, porque algunos nos compran el ‘pescaíto’, y también queremos que el gobierno nos haga unos techitos mejores, porque cuando hay aguaceros tenemos que dormir parados para no mojarnos», señala.
Una industria en crisis
Los pescadores explican que antes de la pandemia habían muchos más turistas, pero hoy, son pocos los que visitan La Tortuga.
La crisis económica que azota a Venezuela desde hace casi una década ha afectado todos los sectores de la economía del país, incluido el turístico.
En 2013, Venezuela recibió poco más de 1 millón de turistas internacionales, una cifra que se derrumbó a cerca de 400.000 en 2017, el último año en que el gobierno publicó cifras.
Ese mismo año, la vecina Colombia recibió 6,5 millones de turistas extranjeros y Perú superó los 4 millones de visitantes.
La crisis y la pandemia de covid-19 han afectado también el turismo interno en Venezuela.
«Yo tenía tres años sin viajar, sin vacaciones», cuenta Daniela.
«Somos una familia de seis personas y la situación económica no estaba bien. Además, como estudiante aún no ganaba mi propio dinero».
¿La tercera es la vencida?
Valentina Quintero, una conocida periodista local que lleva décadas promocionando y promoviendo el turismo en Venezuela, afirma que no es la primera vez que se trata de desarrollar el lugar turísticamente.
En 2005, el despacho de Turismo del gobierno de Hugo Chávez anunció un proyecto turístico de bajo impacto en La Tortuga que quedó en el olvido.
Ocho años después, en 2013, Nicolás Maduro, quien acababa de estrenarse en la presidencia, incluyó a La Tortuga como una «zona de interés turístico» y su ministro de Turismo prometió la construcción de posadas y un plan integral de desarrollo para instalar un sistema de aguas servidas, instalaciones eléctricas, entre otros servicios.
La isla fue posteriormente cerrada al público para realizar trabajos de limpieza, pero nada de lo prometido por el gobierno se ha construido.
Lo que sí abrió, tres años después, fue el hotel Chelonia y se estrenó un gran cartel con la palabra «Venezuela», justo al lado de sus lujosas instalaciones.
Quintero, quien es para muchos venezolanos una de las personas que más sabe de turismo en Venezuela, tiene dudas sobre el proyecto actual.
«Me parece que sería replicar lo que se ha hecho en otras islas del Caribe, como Curazao o Aruba, donde se han dado cuenta de que ese turismo masivo que llega con viajes todo incluido no trae mayores beneficios económicos y daña el ecosistema», asegura.
La periodista explica que tras la pandemia ha aumentado el número de personas que buscan entornos naturales y sitios alejados para conectarse con la naturaleza.
«Quizá podrían construir algo en esa dirección, más sostenible y ecológico, protegiendo el entorno», añade.
Contactados en varias oportunidades y por varios medios, los ministerios de Turismo y Ecosocialismo de Venezuela, encargados del proyecto, no respondieron a las solicitudes de entrevista de BBC Mundo sobre los avances de las obras.
Una isla rica en biodiversidad
El consultor ambiental Joaquín Benitez, director de Sustentabilidad Ambiental de la Universidad Católica Andrés Bello en Caracas, destaca que aunque La Tortuga ya no es un lugar prístino, el número de turistas que recibe actualmente es aún muy bajo para afectar de gran manera el medioambiente.
Si bien Benitez no se opone totalmente al proyecto, le preocupa el impacto ambiental que pueda causar.
El nombre de la isla deriva de las numerosas tortugas marinas que llegan todos los años a desovar en sus numerosas playas, una de ellas es la tortuga verde (Chelonia mydas) una especie en peligro de extinción.
«Sabemos que las intervenciones en las costas generan problemas para los ciclos reproductivos de las tortugas y por eso el turismo masivo suele alterar esos ciclos», le dice Benitez a BBC Mundo.
En el sur de la isla también existen lagunas con manglares en los que hacen vida y transitan decenas de especies de aves migratorias y locales. Es allí donde pretenden construir el puerto, según Benitez, quien asegura que son instalaciones que «suelen causar un gran impacto ambiental».
No obstante, el gobierno venezolano ha garantizado que su proyecto es ecológico y será construido protegiendo el ambiente.
Héctor Silva, viceministro de Economía Productiva, adelantó en julio que el gobierno instalará plantas desalinizadoras, generadores de energía eólica y que las edificaciones serán construidas al borde de la isla para conservar la flora y la fauna.
Aun así prometió que la isla sería un «gran centro turístico del Caribe» que competiría con Aruba y Curazao, dos islas que reciben cerca de un millón de turistas al año, más del doble de los que recibe toda Venezuela.
«Han prometido tantas cosas»
Benitez dice tener razones para desconfiar de las garantías del gobierno.
«Este es un país donde la institucionalidad ambiental ha demostrado en varias ocasiones recientes que es poco efectiva», afirma.
En los últimos años, ha habido reportes sobre construcciones en áreas protegidas del país como en los parques nacionales Los Roques, El Ávila y el sagrado tepuy Yapacana, que ha sido víctima de la creciente industria de la minería ilegal en el Amazonas venezolano. Las instituciones gubernamentales no suelen comentar sobre estas construcciones.
El gobierno venezolano no ha dado una fecha concreta para la culminación del proyecto, pero el viceministro de economía productiva, Héctor Silva, anunció en julio que «en menos de un año» construirían gran parte de la infraestructura.
La realidad es que casi cinco meses después, no se ven avances de ninguna construcción.
Benitez pone en duda que el gobierno complete el proyecto, lo cual, para él, es una buena noticia porque sus dimensiones son «muy grandes».
«El gobierno ha prometido tantas cosas que nunca ha cumplido que uno se vuelve escéptico», explica.
«Yo solo aspiro a que creen una figura de protección ambiental y que se permita el turismo, pero de forma ordenada y con ciertas limitaciones, porque actualmente La Tortuga es tierra de nadie».
«Volveré»
Al caer la última noche de la corta estadía de los 11 viajeros, los mosquitos atacan y los organizadores del viaje encienden una fogata para espantarlos.
«Esto es lo que no nos dicen de la isla. Nadie habla de la plaga ni en Instagram ni en Tik Tok», bromea Keliangel, mientras se sacude los zancudos que intentan picarles los brazos.
El grupo de turistas se pone a cantar y a bailar al ritmo de clásicos de la salsa venezolana y caribeña.
A pocos metros, una familia que llegó un par de horas antes del estado Sucre, en el oriente del país, exhibe sus lujosas lanchas deportivas mientras toman cerveza y ron con música a todo volumen.
El alcohol y la música hacen que ambos grupos se unan y algunos comienzan a tocar una guitarra mientras otros cantan. Los de Sucre no paran de ofrecer bebidas y alimentos al resto.
«Creo que por eso me ha costado irme del país, los venezolanos somos tan generosos y buena gente. Fíjate en este grupo: nadie se conoce, pero parece que se conocieran de toda la vida«, me dice Daniela.
«Eso es tan venezolano», agrega sonriente.
En la madrugada una fuerte lluvia tropical cae como un anuncio de que ya es hora de regresar a casa.
Antes de tomar el barco para regresar a Higuerote, Keliangel dice que va a montar un negocio en la playa para quedarse en una isla que acaba de convertirse en su favorita de Venezuela.
Por su parte, Daniela aprovecha la mañana para tomarse las últimas fotos del viaje.
«Al principio me daba miedo viajar sola, pero lo he pasado tan bien que lo haría de nuevo y sin duda volveré a La Tortuga. Quizá tú puedes venir conmigo», me invita.
«Yo apoyo que vengan más turistas porque crean empleos, pero sería una lástima que se perdiera la limpieza de la isla y lo vírgenes y exóticas que son estas playas».