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La extraordinaria historia de una valiosa escultura africana que solo debía ser vendida “en caso de un nuevo Holocausto”

por BBC News Mundo BBC News Mundo

Durante la época de la colonización europea, innumerables artefactos históricos fueron saqueados por todo el mundo para terminar en manos de museos o colecciones privadas en Europa.

Ahora, sin embargo, hay una creciente campaña para regresarlos a sus sitios de origen. Tal es el caso de los bronces de Benín tomados de lo que hoy en día es Nigeria.

Barnaby Phillips, excorresponsal de la BBC en Nigeria y autor de Loot; Britain and the Benin Bronzes(Botín: Gran Bretaña y los broces de Benín) explora el dilema que se le presentó a una familia que poseía una de estas preciadas esculturas y la decisión que tomó.

Una mañana de abril, en 2016, una mujer entró entró en una sucursal del Banco de Barclays, en la exclusiva zona de Park Lane en Londres, para retirar un objeto misterioso que había estado guardado en las bóvedas durante 63 años.

Los asistentes la guiaron a una planta baja. Tres hombres esperaban arriba, sentados ansiosamente en un incómodo sofá, observando a la clientela en sus gestiones bancarias.

20 minutos después, la mujer apareció cargando algo cubierto en un trapo viejo. Cuando lo desenvolvió, todos se quedaron sin aliento.

Era la cabeza de un joven fundida en bronce con ojos que miraban intensamente. Tenia un collar de cuentas alrededor del cuello y coronada con un calabacino.

Los hombres, un comerciante de arte llamado Lance Entwistle y dos expertos de la casa de subastas británica Woolley and Wallis, reconocieron la escultura como como un antiguo bronce de Benín, representando un oba, o rey del siglo XVI.

Estaba en una condición casi inmaculada, cubierta de una patina gris oscura típica de bronce antiguo, muy parecida a las piezas contemporáneas del Renacimiento italiano. Sospecharon que valía millones de dólares. Los funcionarios del banco los condujeron rápidamente a una sala con paneles, donde colocaron la cabeza en una mesa.

La mujer que había bajado a las bóvedas era la hija de un comerciante de arte llamado Ernest Olhy, fallecido en 2008.

He decidido llamarla Frieda y no revelar su nombre de casada para proteger su privacidad.

El padre de Ernest, William Ohly, un judío que escapó de la Alemania nazi, fue una figura destacada en el gremio artístico de Londres de mediados del siglo XX.

Las exposiciones de William Ohly a finales de la década de 1940 atraían a amantes del arte y celebridades | BARNABY PHILLIPS

William Ohly vivió «en el nexo de la cultura, la sociedad y los artistas», dice Entwistle.

Sus exposiciones de «Arte Primitivo» atraían a coleccionistas, la alta sociedad, y artistas como Jacob Epstein, Lucian Freud, Henry Moore, Francis Bacon, Duncan Grant y Vanessa Bell.

Murió en 1955. Ernest Ohly heredó su amor por el arte, aunque era de carácter más reservado.

«Un hombre muy difícil de conocer. No divulgaba nada. No sabías lo que estaba pensando», explica Entwistle.

La muerte de Ernest Ohly provocó una ola de interés entre las altas y lucrativas esferas del mundo del arte etnográfico. Se rumoraba que tenía una colección extensa. Sus estatuas de Polinesia y máscaras de África Occidental fueron subastadas en 2011 y 2013. Y hasta ahí llegó el asunto, según supusieron los comerciantes del arte.

Pero sus hijos sabían algo diferente. En su vejez, su padre les había dicho que tenía una escultura más. Se encontraba en una caja fuere en el bando de Barclays y que no debía venderse, especificó, a no ser que se diera otro holocausto.

En 2016, las cosas cambiaron para los hijos. La sucursal de Barclays en Park Lane estaba clausurando sus cajas fuertes; les informaron a los clientes que reclamaran sus pertenencias.

Conocí a Lance Entwistle en 2019, en su biblioteca forrada en libros sobre escultura africana. Su página en internet afirma que su compañía ha estado «asesorando comerciantes de arte tribal durante más de 40 años».

«Arte tribal» es un término que los museos occidentales evitan hoy en día, pero sigue siendo común que se use en el mundo de las subastas y ventas privadas.

«Quedé boquiabierto. Era hermosa, conmovedora y su aparición tras estar en la oscuridad fue muy emocionante» | Lance Entwistle
Comerciante de arte, sobre la venta en US$14 millones de la escultura de Ohly

Entwistle ha ido muy pocas veces a África, y nunca a Nigeria, pero está muy bien conectado. El Museo Británico, el Musée du Quai Branly en París y el Metropolitano de Nueva York le han comprado piezas.

Le pregunté cómo se sintió cuando Frieda desenvolvió la cabeza de bronce de Benín en el banco.

«Quedé boquiabierto«, dijo. «Era hermosa, conmovedora y su aparición tras estar en la oscuridad fue emocionante. Estoy acostumbrado a escuchar sobre una cabeza de Benín, una placa en relieve de Benín, un caballo y un jinete de Benín. Por lo general no me emociono porque el 99% de las veces resultan ser falsificaciones, y el 1% restante resultan robos».

La procedencia es todo en el mundo de Entwistle. Esta vez, gracias a la conexión con Ernest Ohly, estuvo confiado en que se trataba de una pieza con credenciales auténticas.

Le comentó a Frieda que la cabeza de bronce de Benín era significativa e inusual, y la convenció a que la llevara consigo en taxi, a su casa en Tooting, en el sur de Londres.

Los bronces de Benín fueron llevados a Europa en la primavera de 1897, el botín de los soldados y marineros británicos que conquistaron el antiguo Reino de Benín en el occidente de África, lo que es hoy el estado de Edo en Nigeria actual.

Aunque se les llama bronces de Benín, realmente son miles de esculturas fundidas en bronce o latón y marfiles tallados. Algunas fueron expuestas en el Museo Británico ese mismo año, causando una sensación.

Según pensaban los británicos de la época, los africanos no tenían las habilidades para producir piezas de tal sofisticación o belleza. Tampoco se suponía que tuvieran mucha historia.

Pero los bronces -algunos de los cuales representaban visitantes portugueses en armaduras medievales- tenían evidentemente cientos de años de antigüedad.

«Esos eran nuestros documentos, nuestros archivos, las ‘fotografías’ de nuestros reyes. Cuando se los llevaron nuestra historia quedó exhumada» | Victor Ehikhamenor
Artista nigeriano, sobre los bronces de Benín

Benín había sido denigrada en los diarios británicos como un lugar salvaje, una «ciudad de sangre». Ahora, esos mismos diarios describían los bronces como «sorprendentes», «sobresalientes», y reconocieron estar «desconcertados».

Algunos de estos bronces siguen en posesión de los descendientes de aquellos que saquearon a Benín, mientras que otros han sido pasados de propietario en propietario.

Victor Ehikhamenor, un artista del estado de Edo, me explicó que los bronces no fueron creados solamente para el placer estético.

«Esos fueron nuestros documentos, nuestros archivos, las ‘fotografías’ de nuestros reyes. Cuando se los llevaron nuestra historia quedó exhumada».

Pero a medida que su valor crecía en Occidente, también se convirtieron en una inversión de prestigio, en manos de los ricos y los excéntricos.

Las ventas de subastas en Londres revelan esa historia. En 1953, la casa de subastas Sotheby’s vendió una cabeza de bronce de Benín en US$15.400 (cambio aproximado de la época). El precio llamó la atención; la anterior cifra había sido de apenas unos US$2.180.

En 1968, la casa de subastas Christie’s vendió una cabeza de Benín en US$50.400 (al cambio de la época). La pieza había sido descubierta unos meses antes por un policía que merodeaba el invernadero de un vecino y notó algo interesante entre las plantas.

En la década de los 1970, los precios de «Arte Tribal» se dispararon, y los bronces de Benín fueron la punta de lanza. Y así siguieron, hasta 2007 cuando Sotheby’s de Nueva York vendió una cabeza de Benín en US$4,7 millones.

| El Museo Nacional en Ciudad Benín conserva algunas de las esculturas ancestrales.

Entwistle se mantuvo atento a esa venta en 2007. El comprador, cuya identidad no fue revelada públicamente, era uno de sus asiduos clientes.

Nueve años después, cuando Frieda le dio planteó el desafío de vender la escultura de Ernest Ohly, Lance supo a quién recurrir.

«Fue el primer cliente a quien le se la ofrecí, que es lo que uno quiere, no se tiene que ir vendiéndola por todos lados», comentó.

Sólo hubo un pequeño regateo sobre el precio. El cliente, insistió Entwistle, estaba motivado por su amor del arte africano.

«Nunca la venderá, en mi opinión». Quien quiera que sea, dondequiera que esté, pagó una cifra que fue otro récord mundial.

La «cabeza Ohly», como Entwistle la llama, se vendió en US$14 millones -una cifra que hasta ahora no había sido divulgada.

Si uno trata de imaginarse a la mujer que vendió el bronce de Benín más caro del mundo, es probable que no se asemeje a Frieda.

Nos encontramos en la galería del museo Tate Modern de Londres, que queda a las orillas del Támesis. Había llegado desde Tooting en metro. Es una abuela, de pelo corto canosos y anteojos. Solía trabajar en jardines infantiles, pero está jubilada.

«Mi familia está llena de secretos», me contó. «Mi padre rehusaba hablar de su ascendencia judía».

Por cuenta propia, investigó sobre sus parientes que murieron en los campos de concentración nazis. Ernest Ohly estaba obsesionado, «paranoico», dice Frieda, ante la posibilidad de otra catástrofe que abrumara a los judíos.

Seis millones de judíos murieron durante el Holocausto y, según la Conferencia de Reclamos Judíos, los nazis incautaron 650.000 piezas de arte y objetos religiosos de judíos y otras víctimas.

Las obras de arte producidas en Ciudad de Benín siguen buscando representar eventos históricos -como esta que representa el comercio de esclavos | GETTY IMAGES

Ernest Ohly desconfiaba de extraños y vivía en un mundo de dinero en efectivo y objetos secretos. Tenía una valija llena de billetes de 50 libras esterlinas bajo la cama.

«Ernie el comerciante» lo apodó la familia. Los niños crecieron rodeados de arte. Pero al final, estaba cansado de la vida.

Su case era caótica, sus tapetes persas devorados por las polillas. La familia encontró la valija con los billetes pero descubrió que ya no eran moneda de curso legal.

Ernest Ohly pudo haberle prestado poca atención a algunos asuntos, pero era un coleccionista formidable.

«Él y mi abuelo nunca fueron a África ni el Pacífico Sur, pero adquirieron su conocimiento de estar rodeados de objetos», indica Frieda.

«Había todo un colectivo de comerciantes europeos en Londres, desde los años 1940 hasta los 1970».

El Imperio Británico estaba llegando a su fin, y con las muertes de sus últimos funcionarios y soldados surgieron botines con cuales hacer buenas ganancias.

«Nunca entendí por qué mi padre estaba tan interesado en leer los obituarios de la prensa. The TelegraphThe Times, estudiándolos de cerca. Si se trataban del Ministerio de Exteriores, la fuerzas armadas, cualquier cosa que tuviera que ver con el Imperio, le escribía a las viudas».

Ernest Ohly registraba sus compras en bitácoras. Así fue como Entwistle encontró los que estaba buscando: «Cabeza de bronce de Benín… dic 51, £230 [US$650]» de Glendining’s -una casa de subastas de Londres donde también compraba monedas y estampillas.

La bitácora de Ernest Ohly muestra cuánto pagó por el bronce de Benín en 1951 | OHLY FAMILY

En dinero actual eso es poco más de US$9.700. En otras palabras, una compra importante. Pero Ernest Ohly sabía lo que estaba haciendo. Era una ganga. Puso la cabeza en una caja fuerte en 1953 y allí se quedó hasta 2016.

«Era como un lingote de oro», dice Frieda. Pero los beneficios extraordinarios no fueron tan grandes como hubieran podido ser.

Los asuntos de Ernest Ohly eran un desastre y el recaudo de impuestos se llevó una suma sustancial. No obstante, dice Frieda, ella puede dormir tranquila ahora. La cabeza de Benín le representó el cuidado de su familia y propiedades para sus hijos.

Frieda está casada con un hombre de ascendencia caribeña y su hijo es un periodista.

Hace unos años, él escribió un artículo de cómo los edo -el pueblo del Reino de Benín- intentaron frenar la venta de una máscara de marfil de Benín en Sotheby’s.

De hecho, aunque no lo sabía entonces, se trataba de una máscara que su bisabuelo, William Ohly, tuvo en su galería en 1947.

El artículo describió cómo los edo estaban indignados que la familia que tenía la máscara -parientes de un oficial británico que la saqueó en 1897- se estuviera lucrando de algo que ellos consideraban como un robo y un crimen de guerra.

Frieda es demasiado inteligente y sensible como para no apreciar la complejidad de la ironía de su propia historia. Ella había seguido los argumentos de si los bronces de Benín deberían ser regresados a Nigeria.

Reino Unid tiene leyes que permiten el regreso del arte saqueado por los nazis, pero no hay legislación similar que corresponda a su propio período colonial.

«Una parte de mis ser siempre se sentirá culpable de no haberlo devuelto a los nigerianos… es un pasado turbio, mezclado con el colonialismo y la explotación».

Su voz se fue apagando.

«Pero eso está en el pasado, muchos gobiernos no son estables y las cosas pudieron haber sido destruidas. Me temo que tomé la decisión de vender. Defiendo mi posición. Quería que mi familia estuviera segura».

Frieda no es la única dueña de un bronce de Benín que ha luchado con su consciencia en años recientes.

Mark Walker, un doctor de Gales, devolvió dos bronces que habían sido tomados por su abuelo, un oficial de una expedición en 1897.

Mark Walker (der.) fue celebrado en 2014 cuando devolvió un ave sagrada y un campana para llamar a los ancestros que fueron robadas por su abuelo | AFP

Fue recibido como un héroe en Ciudad Benín.

Otros están indecisos. En un imponente edificio en el oeste de Londres me encontré con una mujer anciana cuyo abuelo también había saqueado bronces en 1897.

Hace diez, o inclusive cinco años, no hubiera sido difícil lograr que alguien en su posición hablara. Pero hoy en día los dueños de bronces de Benín son cautelosos, así que acepté mantener a esta mujer en el anonimato.

Me mostró dos estatuillas de aves oro («aves proféticas»), fundidas en latón. Le pregunté si la hacían sentir incómoda.

«Tuve mis dudas, consideraciones que cruzaron mi mente… Tal vez dudas es una palabra demasiado fuerte. No siento que deba darles nada». Hubo un largo silencio.

«Sabe», me dijo, «uno deambula durante 77 años, y de pronto esto se convierte en un tema sensible. Nunca antes lo fue».

Frieda y yo salimos del Tate y caminamos a lo largo del Támesis.

Estaba a punto de despedirme. Espontáneamente, volvió al tema de los bronces de Benín.

Algunas veces, dijo, deseaba que su padre hubiese vendido esa cabeza cuando estaba vivo.

La hubiese liberado de un dilema.

«Fue difícil para mí», aseguró otra vez. «Parte de mí sintió que la debimos haber devuelto». Y con eso, se fue.

La batalla por los bronces de Benín:

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