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Sean Penn y el oportunismo

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Por Janina Pérez Arias

Sean Penn está en racha, imparable, aunque su invariable expresión (de ¿preocupación? ¿asco? ¿abulia?) no lo demuestre. En la Berlinale le están dando una importancia equivalente (o más) al de un homenajeado. El foco de atención y deferencia tiene una explicación: la guerra en Ucrania.

Y es que el oscarizado actor ha co- dirigido (con Aaron Kaufman) y hasta coprotagonizado el documental Superpower, presentado en la sección Berlinale Special, sobre el desarrollo de la invasión rusa en Ucrania y el increíble liderazgo de Volodomir Zelenski.

Desde el minuto cero de la 73° edición de este festival de cine, el señor Penn se ha alzado como una omnipresencia. En la gala de apertura el pasado miércoles subió al escenario para presentar y darle paso vía videoconferencia «a su amigo» Zelenski; al otro día tuvo la presentación del documental y una posterior alocución, y hoy sábado dio una extensa rueda de prensa en la que durante 40 minutos reiteradamente y con diferentes formulaciones dio su discurso.

Para recordar la seriedad del tema ucraniano, hace casi un año Vladimir Putin invadió Ucrania, haciendo patente su sangrienta amenaza después de haber llevado a cabo la ocupación de Crimea (en 2014), y tras la histórica Euromaidán que significó la caída del entonces presidente y títere del Kremlin, Viktor Yanukóvich  (2016). Aparte de los crímenes de guerra cometidos – y que se están cometiendo mientras usted lee esta crónica -, las consecuencias de este conflicto bélico se están sintiendo alrededor del mundo. Por ende glamourizarlo, así como usarlo como una oportunidad para destacar, es absolutamente condenable.

La Berlinale se ha proclamado solidaria con el pueblo y el gobierno ucraniano, de hecho, además de Superpower, en su programación también se encuentra Iron Butterflies (de Roman Liubyi) sobre el avión de pasajeros derribado por un misil durante la guerra del Dombás hace casi una década, o el testimonio de la guerra actual que recoge W Ukrainie (de Piotr Pawlus y Tomasz Wolski).

Sin embargo, más ‘vende’ una cara conocida, en este caso corresponde a la de una celebridad de Hollywood.

Como preámbulo, hay que decir que si en algo podemos estar de acuerdo con Sean Penn, es en que Vladimir Putin es un «pequeño hombre del demonio» (como dice en el documental), o como describió al mandatario ruso en la rueda de prensa, es «un criminal de guerra», «un tiranillo de terror».

Sean Penn no llegó al tema ucraniano como lo hizo en su momento con Hugo Chávez y Fidel Castro en 2008, sin olvidar el turbio encuentro con El Chapo Guzmán en 2016; esta vez fue el caprichoso destiny el factor determinante, lo que terminó por convertirlo en prominente entrevistado gringo en territorio invadido, mientras intentaba rodar un documental que en sus inicios tenía una premisa más ligera-jocosa: de cómo Volodomir Zelenskie, el actor cómico, bufón de territorios ruso-parlantes, llegó a convertirse (con más del 70% de los votos) en presidente de un lejano, exótico y desconocido país llamado Ucrania.

Penn, que iba a otra cosa, se encontró pues con una preocupante escalada del conflicto. El universo pareció hablarle, jamaquearle, abofetearle como el meme de Batman dándole el guantazo a Robin. Lo que pasa – ¿cómo preverlo?- es que a veces el bien-abofeteado termina reaccionado de forma nociva. No se trata de devolver el bofetón como respuesta, sino de hacer una reverenda y vergonzosa estupidez, y eso fue lo que hizo Penn con Superpower.

¡Qué importante hubiera sido Superpower de no haber estado «co protagonizado» por Sean Penn! Si bien durante los 115 minutos de película, con una buena parte en tiempo real de la guerra, con intervenciones tanto de expertos, políticos, del mismo Zelenski, así como de la población civil ucraniana, la omnipresencia de Penn llega a extremos bochornosos.

Como un vaquero de comercial de cigarrillos y de bebidas de alta graduación alcohólica, camina por las calles oscuras de Kiev: «Me avergüenzo de no haber sabido nada de la invasión de Crimea ni del Euromaidán», se autoflagela.

Con diferentes looks, musculado, derrochando testosterona, el actor habla frente a la cámara, o está en todas y cada una de las entrevistas, poniéndose a menudo en evidencia cuando comparte tertulia con gente que conoce a profundidad el conflicto y la realidad de ambos países. Sean calla con la mirada perdida, peregrinante entre el trago que tiene enfrente y el vacío. Deja rodar lágrimas cuando describe a Zelenski como una gran inspiración, gran líder de inmenso amor hacia su patria, como también se ‘mete en personaje’ cuando se enfunda en la indumentaria especial y de seguridad (con puñal incluido, cual Rambo) cuando llega hasta la misma línea de fuego en la región del Dombás.

Al menos no se atrevieron a incluir cuando Penn le entregó – en calidad de préstamo –  su estatuilla del Oscar a Zelenski.

Ante esta retahíla imparable de despropósitos, las risotadas de vergüenza ajena durante la proyección para la prensa hicieron las veces de banda sonora improvisada.

Llevando una gorra de camuflaje con letras en rosado que ponía: Killer Tacos – Haleiwa -Hawaii – su tarantín preferido de comida mexicana en esa isla -, afirmó con voz grave en la rueda de prensa que la cuestión aquí es “ponerse del lado correcto de la historia”.

No se le puede quitar la razón a Sean Penn en esto, pero que lo diga un oportunista egocéntrico, no le hace ningún favor.

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