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Perfusión desde los arrayanes de la gratitud

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Las temporadas navideñas son tan cortas como intensas, hay quienes las viven desde la profunda melancolía de los recuerdos, esperanzas o pérdidas de aquellos que ya no están, o los que aún no existen en sus vidas. Otros, experimentan sólidas reflexiones, se convierten en balanza del año que se cierra y planificadores del que comienza; algunos las sufren sujetos a recuerdos amargos y envejecidos que parecen cobrar vida, los más fláccidos solo las experimentan desde la algarabía de anestesias sociales como el alcohol, las drogas o compras obsesivas, las cuales no harán ninguna diferencia en conexiones rotas o ausencias prolongadas. Cada quien en su libre expresión del ser se convierte en un hábil sobreviviente de diciembre para experimentar una especie de recuperación al ritmo de enero.

Quince días son más que suficientes para erizar la piel del más insensible de los racionales y convertir en poeta del cálculo al más volátil de los individuos sujetos a emoción. Aunque deberían ser días de compartir, de compasión, de muestras de misericordia, agradecimiento profundo, reconocimiento de corazones. Tales días se van, como arena entre los dedos, en tradiciones que pueden terminar en riñas familiares o desencuentros notables, exceso de oficios en las cocinas evidencian tanto a los perezosos como glotones. Todo esto, desde la dimensión material solo para acumular silencios y justificables adormecimientos en los primeros días del calendario que comienza.

Particularmente embriaga mi corazón un profundo agradecimiento en este comienzo decembrino, sin muchos planes o antojos, solo una profunda reverencia al cielo por las bondades recibidas. Aunque los sueños me embarazan desde temprana edad, he podido comprender en los últimos meses que ligeros cambios pueden suscitarse repentinamente, provocando un reflorecer si se es astuto o destruyendo todo por completo; espero tener mayor inclinación por la primera opción, si se me permite. Por esto, medito en la gratitud desde una perspectiva diferente, como un proceso que comienza con una decisión cuando la presión o el dolor es grande, donde todo se ve y siente desde la herida, pero avanza rápidamente generando una estrategia dentro de una cosmovisión positiva hacia el devenir.

Se visualiza el recorrido en las aristas que trajeron enriquecimiento, dignificación y cambio para expresar el valor de lo mucho o poco alcanzado, el proceso que implicó llegar allí, no enfocando el logro en sí, cuyo valor será subjetivo a quien lo evalúe. De esta manera, lo bueno y lo pesado del camino cobra vida en el entendimiento de quien lo vivió, y necesita deslastrarse de la amargura de los fragmentos pequeños que aun generan dolor. Así, la gratitud perfunde desde nuestro interior impregnado cada tejido, pensamiento y reacción, alertándonos ante retrocesos innecesarios y alimentándose con las pequeñas y grandes batallas. Alguien que sufrió ansiedad y amargura festeja ante el poder consciente de sustituir un pensamiento opresor pesimista, con uno de gratitud y esperanza.

Mirar tus territorios poblados de arrayanes de gratitud, mientras esparcen sus fragancias que perfunden continuamente impregnando todo tu ser, resulta ser mucho más que una bendición en tiempo de desesperanza. Esto se convierte en un estilo de vida que conecta el enriquecimiento del ser por sobre el tener, abre los ojos para la iluminación de aquel que te permitirá alcanzar días buenos bajo el sol y llegado el momento cerrará tus ventanas para llevarte en brazos a su eternidad, vivir de tal manera, resistirá todas las navidades que se presenten. Que tu tiempo y gratitud sean multiplicados en este y todos los diciembres que se hayan escritos para ti.

@alelinssey20

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