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Desenterrando sorpresas en los cementerios olvidados. Parte II

La personal afición del autor por descubrir los hechos y personajes que se encuentran olvidados en ciertos cementerios del planeta lo llevó, en esta segunda entrega, a descubrir historias en Egipto, Dinamarca, Francia y Alemania
Por Relatto
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Necrópolis de Tebas (Egipto)

En 2009, con el grado de teniente coronel, un compañero de la Escuela Militar que siguió la carrera fue nombrado comandante del Batallón Colombia #3, unidad que hace parte de la Fuerza Multinacional de Paz y Observadores en el desierto del Sinaí, la organización encargada, desde 1981, de velar por el cumplimiento del acuerdo de paz entre Israel y Egipto. De inmediato empezamos a coordinar un viaje con otros condiscípulos, para estar allá en la fecha del ascenso de nuestro amigo al grado de coronel, que se daría en noviembre.Finalmente, un grupo de cinco viajamos a Egipto. Luego de una semana explorando los encantos y misterios de El Cairo y Alejandría, volamos a Luxor. Para ese momento yo ya estaba enviciado al llamado café turco, un cafecito pequeño y fuerte, aderezado con cardamomo, que sirven a cualquier hora y en todo lugar de ese país.

Frente a Luxor (antigua Tebas), en el banco occidental del Nilo, se encuentra la necrópolis de Tebas, una extensa zona que funcionó como cementerio a partir del siglo XV antes de Cristo y fue el sitio de entierro de muchos faraones, sus familias, nobles y plebeyos. El complejo abarca diversas zonas de enterramiento como el Valle de los Reyes en donde se han descubierto más de 60 tumbas faraónicas, incluyendo la de Tutankamón; el Valle de las Reinas; el Valle de los Artesanos y el Valle de los Nobles, entre otras. También se encuentran variados monumentos y masivos templos funerarios como el de Hatshepsut.

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Templo funerario de Hatshepsut. / Archivo personal.

Toda la vida he contado con la curiosa capacidad de entrar en cierto estado de abstracción que me permite saborear la nostalgia y el pathos de un lugar histórico, creando en mi mente y en mi sentir una conexión en el tiempo. Esto jugó un papel importante en mi determinación de estudiar historia en la universidad. Pese a lo cual, esta facultad me abandonó por completo en Egipto. A nivel intelectual era plenamente consciente de la magnitud, importancia e historicidad de lo que veía y vivía, pero a nivel visceral estaba desconectado. Reflexioné al respecto y encontré varios factores que seguramente influyen. Cerca de mi residencia en la sabana de Bogotá, hay tramos de muro en tapia pisada que tienen más de 150 años y sus ruinas de inmediato traen a la mente otra época, una escisión perceptible en el tiempo. En cambio, las pirámides en Guiza y las tumbas en Tebas me daban una sensación más de estar observando una foto o un modelo que algo real. Seguramente incide el asombroso estado de conservación. Caminando en el interior de las tumbas profusamente adornadas con jeroglíficos multicolores, pareciera que estas fueron excavadas y decoradas la semana pasada.

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Tumba de Ramses V, Valle de los Reyes. / Tim Adams.

El clima también juega un papel, pues el ambiente seco y desértico precluye la proliferación de plantas y hongos, impartiendo a quienes no somos nativos una sensación artificial. Las mismas momias son desconcertantes, yacen expuestas en sus pedestales en los museos y claramente son viejos restos humanos, pero es difícil asumir que tienen 3000 años de antigüedad. No me malinterpreten, la visita a los restos del Egipto faraónico y en especial a la necrópolis tebana, es asombrosa y vale totalmente la pena, pero cuesta trabajo realizar una conexión pasional con lo que se observa. No obstante, conmueve constatar, en la profundidad de las tumbas, el esfuerzo y dedicación invertidos por los egipcios, tratando de domar su destino en un hipotético más allá.

Colosos de Memnón – Tebas. / Przemyslaw Idzkiewicz.

Cementerio de Guerra de El Alamein (Egipto)

Luego de un crucero por el Nilo, de la visita al batallón y de un recorrido por Israel, regresamos a la capital egipcia, dos días antes de partir. Yo aproveché la parada para ir a recorrer el campo de batalla de El Alamein, a tres horas de El Cairo, lugar donde el mariscal de campo Montgomery, al frente del 8vo Ejército Británico, detuvo los avances del general Rommel y su Afrika Korps, en la Segunda Guerra Mundial.

Cementerio de El Alamein. / Archivo personal.

Como todo en Egipto, el protagonista es el desierto. Primero visité el museo que alberga una interesante colección de tanques de guerra y vehículos en el exterior, y dioramas, artículos, armas y uniformes en el interior. Luego nos tomamos un cafecito turco en un puesto junto a la carretera con el taxista, quien posteriormente me condujo hasta el cementerio de guerra británico, y allí de nuevo experimenté esa conexión que me había abandonado en Guiza, Tebas y Asuán.

Tumbas de soldados sudafricanos en El Alamein. / Archivo personal.

El lugar alberga sepulturas de indostanos, escoceses, irlandeses, australianos, ingleses y de otros países del que fuera el Imperio británico. Su mantenimiento está a cargo de la Commonwealth War Graves Commission (comisión de tumbas de guerra de la mancomunidad británica). Muchas de las lápidas tienen grabados sentidos epitafios, redactados por los familiares, por ejemplo:

4393095 Soldado

R. HEAD

The Green Howards (unidad a la que pertenecía)

29 de junio de 1942 Edad 25

REPOSANDO CON SUS CAMARADAS

EN UNA TUMBA MÁS ALLÁ DE LA ESPUMA

AMADO POR LOS DE SU HOGAR

Las inscripciones logran transmitir la humanidad de los fallecidos de una manera conmovedora. Casi 8000 personas, menores de 30 años, que se criaron y vivieron a miles de kilómetros de distancia y que, por las convulsiones del destino, fueron a dar a este rincón aislado y olvidado del África, a morir.

Tumba de un soldado judío británico. / Archivo personal.

Assistens Kirkegård (Cementerio Assistens – Dinamarca)

¡Todo por culpa de un hot dog!

En alguna ocasión, estaba viajando de Alemania hacia Suecia, donde visitaría, por quince días, a unos amigos. El tren se detuvo por media hora en Copenhague y aproveché para ir corriendo hasta un puesto de hot dogs frente a la estación central. ¿Por qué un hot dog? Porque Dinamarca es la meca de este práctico alimento. Este plato y los carritos que los venden, son mayormente adorados por los daneses y, de ciudad en ciudad y pueblo en pueblo, se encuentran diversas recetas de su preparación ideal. En mi caso, me encanta el que está hecho con un pan similar a la baguette, pero más suave, al que le perforan un hueco en el centro, que rellenan con remoulade, una salsa basada en mayonesa, pero con muchos otros ingredientes, para finalmente insertar una de las clásicas salchichas de cerdo rojas. Exquisito.

Puesto de hot dogs en Copenhague. / News Oresund.

Ese día había un par de personas por delante mío y esto sumado a que calculé mal, significó que mi tren partió sin mí. Revisé y tendría que esperar casi cinco horas hasta el próximo expreso a Estocolmo. Rápidamente estudié mis opciones y decidí visitar el cementerio Assistens, donde está enterrado un personaje al que siempre he admirado por su importancia en la historia de la física moderna, Niels Bohr. Tomé un autobús que me llevó allí en 20 minutos. Esperaba encontrar un típico cementerio europeo, bien organizado y mantenido, pero lo que hallé fue un hermosísimo parque bastante concurrido por visitantes locales. Luego me enteré de que es un destino apreciado por los daneses para pasear e inclusive hacer picnic. Una larga avenida peatonal lo atraviesa, enmarcada por una bella arboleda. Los árboles son el tema principal, con frondosos álamos, cerezos y sauces por doquier. Aparte de la tumba de Bohr, otras personalidades de Dinamarca están sepultados allí, como el filósofo Søren Kierkegaard, el escritor de cuentos infantiles Hans Christian Andersen y la pintora Anna Petersen entre muchos otros.

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Daneses caminando por el cementerio Assistens. / Kristoffer Trolle.

La mejor descripción del lugar, la hizo el poeta sueco Karl August Nicander:

«Para disfrutar de otra celebración menos ruidosa y más suave, salí una tarde a través de la puerta norte hasta el llamado cementerio de Assistens. Sin duda, es uno de los cementerios más bellos de Europa. Árboles frondosos, senderos oscuros, espacios abiertos y floridos, templos sombreados por álamos, tumbas de mármol cubiertas por sauces llorones y urnas o cruces envueltas en bandas de rosas, fragancias y cantos de pájaros, todo transforma este lugar de muerte en un pequeño paraíso».

Luego de dos horas mágicas recorriendo Assistens, regresé a la estación del tren y tras saborear otro hot dog, continué mi viaje a Suecia.

Tumba de Hans Christian Andersen. / Kigsz.

Campo de Batalla de Verdún (Francia)

Cuando hablo sobre el paracaidismo con personas que nunca han saltado, un comentario común es: “Nunca lo haría, pues le tengo pánico a las alturas”. Siempre procedo a explicar que cuando uno se asoma a la puerta a 4.000 metros de altura, mágicamente desaparece la acrofobia. Personalmente, cuando salgo al balcón en el apartamento de un amigo que vive en un piso 23, me da vértigo y no me acerco a la baranda. En cambio, cuando voy a saltar, me asomo a la puerta del avión sin ningún temor. La razón es simple. La parte reptil de nuestro cerebro está condicionada por millones de años de evolución para identificar la altura como “peligrosa” y por eso reacciona instintivamente en mayor o menor medida. Sin embargo, de cierta elevación en adelante hay una desconexión con la experiencia. Ninguno de nuestros antecesores animales u homínidos se enfrentó a escarpados de miles de metros. La experiencia es surreal, a gran elevación, las casas y los accidentes del terreno parecen una maqueta e instintivamente no “sentimos” la altitud. Con las cifras sucede lo mismo. Si alguien nos dice que la meta está a 23 kilómetros de distancia, fácilmente imaginamos las largas horas y el esfuerzo que nos costará la caminada, en cambio cuando se menciona que la Vía Láctea tiene 100.000 años luz de extensión, encogemos los hombros sin perturbarnos, a pesar de lo descomunal de la cifra.

Siempre procedo a explicar que cuando uno se asoma a la puerta a 4.000 metros de altura, mágicamente desaparece la acrofobia.

Entre 1914 y 1918 aconteció la Primera Guerra Mundial. Las cifras de muertos nunca serán realmente conocidas, pero la Enciclopedia Británica habla de más de ocho millones de soldados y trece millones de civiles que perdieron la vida en el conflicto, números que no caben en la cabeza.

En el nordeste de Francia, cerca de las fronteras con Bélgica, Alemania y Luxemburgo, junto a la ciudad de Verdún, se encuentra el campo de batalla del mismo nombre. En este lugar, en 1916, durante 302 días, se libró la más larga batalla de la Primera Guerra Mundial.

Verdún, a orillas del río Meuse, es un pueblo de menos de 20.000 habitantes, a tres horas y media de París, en carro. El ambiente es decididamente provincial, uno de esos sitios que viven a un ritmo menos agitado. Tras pernoctar en un pequeño hotel local, sencillo pero cómodo, nos dirigimos junto a mis acompañantes con la intención de aprovechar el primero de tres días que dedicaríamos a explorar la zona.

Entre 1914 y 1918 aconteció la Primera Guerra Mundial. Las cifras de muertos nunca serán realmente conocidas, pero la Enciclopedia Británica habla de más de ocho millones de soldados y trece millones de civiles que perdieron la vida en el conflicto, números que no caben en la cabeza.

Nuestra expectativa era la de encontrar algo similar a lo que se puede experimentar en Waterloo en Bélgica o en la zona del día D en Normandía; un par de museos, muchos monumentos y seguramente algunos cañones y casamatas. Si bien hallamos todo lo anterior, ello quedó eclipsado por la esencia misma del lugar, un campo santo de casi 100 kilómetros cuadrados de extensión.

La batalla se dio debido a una ofensiva alemana con el objetivo declarado de diezmar al ejército francés por medio de la artillería masiva y la atrición. Aproximadamente dos millones y medio de soldados, sumando ambas partes, se batieron por más de nueve meses. En total se dispararon alrededor de 60 millones de proyectiles de artillería. Murieron más de 300.000 soldados, sumando las dos partes. De estos, cerca de 130.000 fueron recuperados como esqueletos sin identificar y reposan en un gran osario y frente a este se encuentra el cementerio donde descansan 16.000 soldados franceses que sí fueron identificados. Se calcula que los restos de más de 80,000 soldados aun yacen, desaparecidos, en la zona circundante.

Osario de Douaumont, Verdún. / Stephan Brunker.

Varios poblados fueron totalmente destruidos: Fleury, Beaumont, Haumont, Louvemont, Cumières y Bezonvaux. En vista de la contaminación por restos humanos, animales, explosivos y químicos, el gobierno prohibió la reconstrucción de los poblados y declaró una “zona roja” de 10.000 hectáreas con acceso restringido, alrededor del cementerio, la cual se plantó en partes con 36 millones de árboles. Calculan que en promedio hay 300 proyectiles sin detonar, por hectárea.

Siluetas de familia en donde antes estuvo su casa en Haumont, pueblo borrado por la batalla. / Ketounette.

Me es muy difícil explicar los pensamientos y sensaciones que surgen al recorrer este campo de batalla/cementerio. Tal vez el más agobiante es la impresión de futilidad. Millones de hombres jóvenes, viviendo y luchando en un área reducida, un infierno, donde cientos de miles de ellos encontraron la muerte. Esa guerra tuvo dramáticas consecuencias históricas, pero el tiempo pasa. Hoy, con excepción de un puñado de centenarios, no queda nadie que siquiera estuviera recién nacido entonces, mucho menos que haya luchado en ese conflicto. La arquitectura del osario incluye una torre central que funciona como faro. Todas las noches se enciende en este una luz blanca y verde que baña los campos y el bosque adyacente. Un faro para indicarle el camino de vuelta a casa a todos los soldados muertos que nunca fueron encontrados.

Impactos de artillería, Verdún. / Dominio público.

Cimetière du Père-Lachaise (Francia)

Entre todos los cementerios del mundo, sin duda el más famoso es el Père Lachaise en París. He tenido la oportunidad de visitarlo en diferentes ocasiones y cada vez descubro nuevos aspectos. Tengo muchas anécdotas de mis recorridos, como la vez que pasé un par de horas charlando con un grupo de desconocidos en la tumba de Jim Morrison, compartiendo Arak a pico de botella; o la ocasión en que encontré a un hombre de unos 35 años de edad, elegantemente vestido con corbata, de rodillas llorando frente a la urna de Isadora Duncan; o cuando vi a una pareja de recién casados, ella de blanco y él de frac, colocando una ofrenda floral en la tumba de Abelardo y Eloísa, los amantes medievales.

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Camino interior – Père Lachaise. / Gzen92.

Más allá de la multitud de residentes ilustres, el protagonista es el propio cementerio. Père Lachaise engloba a cabalidad el término necrópolis, ciudad de los muertos, pues sus ondulantes senderos enmarcados por criptas y monumentos, semejan las avenidas de una ciudad con edificios neoclásicos, renacentistas, art nouveau y góticos, en miniatura.

Otro atractivo de este recorrido, es la cantidad de bares y restaurantes que se encuentran en los barrios circundantes. A cinco minutos a pie de la entrada del cementerio, se puede escoger entre muchas opciones para hacer una pausa y tomar un vino o comer algo, que viene muy bien cuando se dedica el día entero a la visita.

Urna de Isadora Duncan (la placa actual es de mármol negro). / Archivo personal.

Inaugurado en 1804, el cementerio tiene 44 hectáreas de extensión y entre tumbas, osarios y urnas cinerarias, contiene más de tres millones de moradores. La lista de personalidades enterradas allí es extensa y notable. A continuación, menciono algunos como ejemplo, entre muchos otros:

Amadeo Modigliani

Frédéric Chopin

Marcel Marceau

Edith Piaf

Jim Morrison

Sarah Bernhardt

Isadora Duncan

Oscar Wilde

Gioacchino Rossini

Rufino José Cuervo

Miguel Ángel Asturias

Honoré de Balzac

Georges Bizet

Molière

Marcel Proust

Georges Méliès

Mi primera visita la hice con mi hermano en invierno. Compramos el mapa del lugar y pasamos todo el día paseándolo de arriba abajo. Caminamos como locos, para ver lo más posible y para mantenernos calientes en el frío parisino. Posteriormente he regresado con calma, sin prisa, dándole su tiempo a cada sección. Los poemas napoleónicos de Byron tienen una nueva dimensión cuando se leen junto al panteón del mariscal Murat o la tumba del mariscal Ney. Otro factor determinante es el clima, pues el cementerio cambia de carácter con las estaciones. Circunspecto y majestuoso en otoño e invierno, mientras que vibrante y concurrido en primavera y verano. Un lugar especial.

Tumba de Jim Morrison. / Bogdan.

Cementerio Militar de Durnbach (Alemania)

Muchos pensadores han planteado analogías para dimensionar la vida y sus consecuencias (o la ausencia de las mismas). Personalmente me atrae cierta visión budista-zen. Shunryu Suzuki, monje de la secta budista Soto Zen, planteó que:

«La vida es como subirse a un barco que está a punto de zarpar mar adentro, para naufragar».

El escritor Alan Watts solía comparar la vida con un barco y la estela que deja tras sí. Señalaba que, visto desde arriba, el surco indica el recorrido anterior del barco, pero a cierta distancia este se desvanece, volviendo el agua a su estado natural, caótico y sin señales. La similitud con la vida es notable. En nuestro momento, otros se percatan de nuestro recorrido y a la muerte, nos recuerdan. Sin embargo, el tiempo pasa y rápidamente no queda nadie con memoria de nosotros. El último vestigio puede ser una lápida con escasas palabras, que igualmente desaparecerá en un lapso relativamente corto. En cualquier fracción de tiempo geológico, todo rastro de nuestra existencia será inexorablemente borrado. En el gran esquema de las cosas, nuestra irrelevancia es absoluta. Dicho lo anterior, la vida es lo único que tenemos y por consiguiente vale la pena aprovecharla como mejor nos parezca y celebrarla, cuando concluya la de los nuestros.

Los poemas napoleónicos de Byron tienen una nueva dimensión cuando se leen junto al panteón del mariscal Murat o la tumba del mariscal Ney.

A partir de ese domingo que paseamos por Baviera, Simonetta y yo entramos en una relación que habría de durar unos pocos meses. Un amor de juventud, sin expectativas ni responsabilidades. La mayor parte del tiempo libre lo dedicábamos a esquiar, pero también hacíamos cortas excursiones a destinos llamativos. Algún fin de semana fuimos a visitar Salzburgo, la bella ciudad donde nació Mozart. Al regreso paramos en Berchtesgaden para conocer el infame “nido del águila”. Ya en la tarde, manejábamos por una reducida y solitaria carretera rural, en medio de la nada, cuando de repente vimos un pequeño cementerio a un lado. Nos detuvimos a explorar, con mucha curiosidad, pues el sitio era verdaderamente aislado, podría decirse, remoto. Se trataba del cementerio militar de Durnbach, que contiene los restos de casi 3000 aviadores aliados que perecieron en los cielos de territorios controlados por los alemanes, en la Segunda Guerra Mundial. Empezamos a recorrer el fosal nevado, observando que varias tumbas tenían flores, a pesar de estar en pleno invierno, lo que sugiere que fueron recientemente visitadas por parientes de Norteamérica o del Reino Unido. Nostalgia, tristeza, añoranza, desasosiego. Las palabras no son suficientes. Sentimiento inefable.

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Cementerio de Guerra de Durnbach. / Commonwealth War Graves Commission.

Diez días después, Simonetta viajó de vuelta a Italia, tras mutuas lágrimas de despedida y promesas de mantenernos en contacto. Intercambiamos algunas cartas, pero al cabo de un año habíamos perdido la conexión. Aún conservo el encendedor Caran d’Ache que me regaló. Una década después, traté de localizar el hotel de su familia en Como, sin éxito. La recuerdo con cariño y le agradezco el que me enseñara a apreciar los cementerios, importantes espejos de nuestra condición humana y de nuestro destino ineludible, pues, enterrados o incinerados, nuestros átomos volverán a mezclarse con el cosmos que nos contiene.

Mención honorable

A continuación, listo varios cementerios que vale la pena visitar por sus atributos históricos o estéticos y de los cuales también tengo recuerdos y anécdotas, pero que no he podido incluir en este escrito por una cuestión de espacio:

Cementerio de Highgate (Londres). Empotrado sobre una colina, a veces da la sensación de ser un laberinto. Lugar donde reposan los restos de Karl Marx.

Cementerio de la Recoleta (Buenos Aires). Con sus filas de panteones y mausoleos, es visita obligada de turistas en Buenos Aires, que buscan la tumba de Eva Perón.

Cementerio de la Chacarita (Buenos Aires). Extenso y lleno de arte, este es el lugar de descanso de muchísimas personalidades argentinas, incluyendo a Gardel y a Cerati.

Monte de los Olivos (Jerusalén). De cara a la ciudad vieja, partes del Monte de los Olivos han funcionado como cementerio por más de 3000 años. Un lugar con una fuerte carga mística judeo-cristiana.

Cementerio de Arlington (Virginia-EEUU). Impresiona por su tamaño, orden y pulcritud. Vale la pena asistir al cambio de guardia de la tumba del soldado desconocido, una ceremonia imponente.

Necrópolis Cristóbal Colón (La Habana). Cementerio ubicado en el Vedado, donde reposan grandes de la cultura cubana como Tomás Gutiérrez Alea, José Lezama Lima y Dulce María Loynaz.

Cementerio Morumbi (Sao Paulo). Lugar de peregrinación para los aficionados al automovilismo, por ser el sitio donde descansa Ayrton Senna da Silva.

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