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Avatares del concepto de democracia

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“La tragedia de las democracias modernas consiste en que ellas mismas no han logrado aún realizar la democracia”. Jacques Maritain

La sorprendente frase del eminente pensador francés al que Paulo VI, quien se consideraba su discípulo, le confió el mensaje a los intelectuales al finalizar el Concilio Vaticano II, me sirve de pórtico para intentar contestar, así sea de modo esquemático, una gran pregunta: ¿qué entiende el común por democracia? Decía Nietzsche que sólo puede definirse lo que no tiene historia, pues los conceptos, y de manera muy particular los conceptos políticos, cambian su significado con el paso del tiempo, que los modifica y altera de acuerdo con los deseos, ideas, pasiones y aspiraciones de los pueblos que los viven y padecen , y en suma les dan su sentido existencial. El controvertido jurista Carl Schmitt completa la idea al afirmar que los conceptos políticos, y la democracia lo es en grado sumo, son conceptos polémicos, utilizados como armas de lucha entre amigos y enemigos, la distinción crucial que distingue específicamente la acción y decisión propiamente política de otros fenómenos humanos.

Partamos de la Grecia clásica y su manifestación más genuina, la Atenas democrática en su esplendor bajo Pericles el siglo V antes de Cristo. Se trató de una democracia directa, pues el pueblo, es decir los ciudadanos, ejercían directamente, sin intermediación de ninguna naturaleza, el poder en sus asambleas con la participación de todos, guiados por dos principios intraducibles: la “isonomia” o igualdad de los ciudadanos sin distinción de fortuna o nacimiento; y la “isegoria”, el derecho de todos por igual a hablar en la asamblea ciudadana. Esta idea de democracia, que funcionó moderadamente bien por cerca de 150 años, fue cuestionada mayoritariamente por los filósofos más influyentes de esa época, Platón y Aristóteles, que por añadidura han extendido su influencia de tal forma que los consideramos hoy como factores cruciales en el desarrollo de la civilización occidental. Para más añadidura Polibio desprestigió la idea de democracia al considerar su inevitable degeneración en lo que llamó la oclocracia, guiada por el populacho y demagogos inescrupulosos, donde las pasiones más bajas, los vicios y el desprecio a la ley, hacen naufragar las más nobles intenciones.

La otra relevante forma política de la antigüedad occidental, la República romana, aunque pudo tener algún componente democrático (particularmente en las asambleas plebeyas y pálidamente en los comicios) , fue en lo esencial un régimen oligárquico, sin duda de superior influencia que la democracia ateniense, dada su atractiva forma mixta, que nos legó con nitidez Polibio en una espléndida reflexión, sino también por haber gozado de la admiración de destacados pensadores, entre los que cabe señalar a Maquiavelo.

La democracia, salvo algún leve vestigio aquí o allá, solo reaparecerá con las grandes revoluciones liberal burguesas de la segunda mitad del siglo XVIII. Primero, como siempre sucede, el concepto comenzó a usarse con interés en tanto una revolución en las ideas, surgida de las cabezas de los hombres que se dedican a pensar y escribir, el movimiento intelectual que llamamos la Ilustración. Valgan tres ejemplos de autores ilustrados tomados al azar: Kant, Voltaire y Rousseau. Así, Kant consideró que el eje de la paz perpetua entre las naciones era la forma de gobierno republicana, no la democracia, entendida por él como democracia directa, pues ésta conducía inevitablemente al despotismo; Voltaire, a diferencia de Kant, valoró con cautela la democracia, limitada a naciones pequeñas donde podrían tomarse con cierta armonía sus decisiones colectivas; por último Rousseau, considerado por muchos como el padre de la democracia moderna, fue un adversario irreductible de la representación y diseñó un concepto complejo, debatido e influyente, la voluntad general, donde algunos han avizorado el origen del totalitarismo. No obstante, el mismo Rousseau concebía la democracia como una forma política compleja de operar en la práctica, y por sobre todo fue un confeso admirador de la antigua República romana, cuya constitución se atrevió a estampar en el capítulo final de su Contrato Social, tanto para llegar a proclamar que “el pueblo romano es el modelo de todos los pueblos libres”.

Los revolucionarios franceses asociaron el concepto de democracia con la antigua experiencia del gobierno directo de los ciudadanos reunidos en asamblea, y la llamaron “democracia pura”, un baluarte de los jacobinos que terminó siendo derrotada por inviable, dado la extensión territorial de la nueva república y el número de sus habitantes, muy superior al de las antiguas polis, terminando por aceptar como inevitable el gobierno representativo, tal como en plena revolución lo había diseñado Sieyes. Por otro lado, la revolución norteamericana, creadora de una nueva nación, identificó la democracia más asertivamente con la idea de igualdad, como el derecho de todos sus ciudadanos (con la exclusión de los esclavos, pesada losa en la historia de esa nación), a llevar una vida activa, consecuencia de la amplitud de la participación, tanto en la sociedad civil y la pluralidad de sus organizaciones (que Tocqueville denominó como democracia social) , como en las esferas institucionales del poder, sea en lo local, regional o nacional.

El siglo XIX fue una época conflictiva en nuestro tema, sufriendo una fuerte tensión el concepto de democracia. Por una parte, Marx y sus seguidores la rechazaron, identificándola como democracia burguesa al servicio de la clase dominante, pues el  proletariado no tenía patria, un remedo de explotación, confiando entonces en una dictadura, la dictadura del proletariado, como una forma de transición violenta hacia una nueva sociedad sin clases. Por la otra, la exigencia creciente a favor del sufragio universal, y el consiguiente despliegue de la sociedad de masas y su profeta apocalíptico, Gustavo Le Bon, promovieron un miedo que todavía no ha cesado, pues se reproduce de variadas formas, el miedo a la democracia, que encontraría su paroxismo en la experiencia de la Comuna de París el año 1871.

(Los avatares de la democracia continuarán en las dos próximas entregas, la primera dedicada al siglo XX y la andadura del siglo XXI, y la segunda a la experiencia de la democracia venezolana).

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