«Solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente» (LEÓN GIECO)
A veces hay días en los que la vida de verdad pasa por encima de nuestra idea de la realidad. Todos somos víctimas de un monólogo interior que no se apaga salvo cuando perdemos la conciencia y eso solo sucede en el sueño nocturno o si nos rendimos al engaño de algún tipo de droga.
El pasado jueves era un día más del calendario hasta que la muerte de una reina golpea nuestra rutina. La reina Isabel II de Inglaterra muere en el castillo de Balmoral en Escocia; «the queen, my lord, is dead».* Y todo cambia de repente. Acabábamos de ver cómo esa misma semana, el martes 6 de septiembre recibía a la recién elegida primera ministra del Reino Unido, Liz Truss. El jueves 8 de septiembre de 2022, la reina de todos los ingleses, Queen Elizabeth II -Elizabeth Alexandra Mary- deja este mundo.
Qué extraño es todo. Por un instante se nos olvida el resto de las cosas. Esta noticia nos entristece como si fuésemos también nosotros hijos de la Gran Bretaña. La prensa y la televisión captan las imágenes de gente emocionada, con los ojos llorosos ante la pérdida. Por un instante se nos olvida la guerra en Ucrania, el hambre, la mala política, la crisis internacional y todo lo malo que nos pasa. Como escribió Elie Wiesel, «Lo contrario del amor no es odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte».
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