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¿De regreso a la CAN?

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El anuncio de la vicepresidenta Delcy Rodríguez sobre la disposición de Venezuela a negociar el reingreso del país a la Comunidad Andina de Naciones da lugar a más de una pregunta, pero especialmente a más de una expectativa.

Se trata no solo de precisar “las condiciones, los nuevos términos”, a los que alude la vicepresidenta, sino, muy especialmente y de manera más constructiva, de analizar el cómo, las dimensiones, las etapas, la normativa, la base institucional indispensable para garantizar la viabilidad de los posibles acuerdos. La memoria histórica y el estudio de estos elementos terminará por evidenciar el alcance deseable de la integración, que, lejos de reducirse a lo comercial, se proyecte a la totalidad y contemple formas como la integración humana, educativa, cultural.

Para el diseño de esquemas de integración con posibilidades de éxito cuentan especialmente la experiencia, el conocimiento de la dinámica de las relaciones comerciales, el pragmatismo, la planificación, la capacidad de diálogo y negociación, fortalezas de las que dispone en buena medida el sector privado venezolano y que le han hecho merecedor del más alto porcentaje de credibilidad y de aceptación en la opinión pública venezolana. En sus filas se concentra un equipo humano capaz de formular programas, de avalarlos con estudios técnicamente llevados, válidos para sustentar decisiones que trasciendan la politiquería y el partidismo. Sería un aporte a tono con su responsabilidad.

El desiderátum de la integración arranca con el conocimiento de la realidad, de las capacidades o potencialidades, de los riesgos y de las oportunidades. Se impone pensar la integración, definirla, dibujarla. Los estudios en torno a las posibilidades y condiciones de esquemas de integración es algo que los países no solo necesitan, sino que agradecen. Para el desarrollo de estos estudios, Venezuela y Colombia cuentan con la Corporación Andina de Fomento, un banco multilateral que tiene como misión impulsar el desarrollo sostenible y la integración regional en América Latina, mediante el financiamiento de proyectos de los sectores público y privado. La proyección de la CAF como banco de desarrollo más allá de los países andinos abre, además, para Venezuela y los vecinos de la región nuevos escenarios y nuevas proyecciones.

Con los cambios de todo orden que afectan la economía mundial, el mandato de la integración toma nuevas formas y nuevos alcances. Las fronteras no determinan necesariamente los socios, pero ponen en evidencia el valor de la cercanía, las oportunidades, las necesidades, la complementariedad. Están para unir, no para separar. Venezuela y Colombia parecen estas conscientes de esta necesidad. Así pueden ser interpretadas las declaraciones de la vicepresidenta venezolana y la del canciller de Colombia, Álvaro Leyva, durante su intervención en Lima en el XXII Consejo Presidencial Andino. El anuncio de la posibilidad de negociar esquemas de integración es alentador, aun a sabiendas de lo largo que estos procesos pueden ser. La aspiración, en todo caso, es a que en su formulación pesen más el conocimiento y la visión integradora que los intereses políticos o los radicalismos ideológicos.

Para el caso de Colombia, lo primero es, desde luego, volver a institucionalizar la relación fronteriza, recuperar la confianza y la normalidad a partir de la seriedad de las instituciones, de su estabilidad, de la claridad de sus funciones, de su independencia y de su respetabilidad, de su cercanía a la gente y a las organizaciones. La conexión de gas hacia Colombia, por ejemplo, se impone como parte de la agenda inmediata en beneficio de ambos países.

Apostar por la integración tiene la virtud de hacernos conscientes de nuestras potencialidades y de nuestras debilidades, pero sobre todo de la urgencia de fincar nuestra esperanza menos en los recursos que nos vienen dados y más en el desarrollo de una sociedad con ciudadanía, con organizaciones confiables, con propósito compartido.

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