Simón Bolívar es una figura omnipresente en Venezuela. Casi todos los estados del país tienen una plaza con su apellido. Bustos, estatuas y vallas de su cara hay por doquier. Citas de sus palabras en las paredes de la Caracas. En la formación secundaria hay una asignatura en su honor: Cátedra Bolivariana. El nombre del país hace referencia al del prócer. Hay películas y series basadas en su vida. En las últimas dos décadas, el chavismo se apropió de su discurso: Hugo Chávez no perdía oportunidad de citarlo y su figura, idealizada desde siempre, estuvo más presente que nunca. Para bien. Y para mal.
La de él, un hombre reconocido por haber liberado a seis países del yugo español.
¿Pero es sólo eso Simón Bolívar?
La última obra del Grupo Actoral 80 plantea una aproximación diferente. En Mi último delirio, que se estrenó el viernes y tendrá cinco semanas en la cartelera de Trasnocho Cultural, hay una advertencia apenas comienza la obra: “Son sus palabras, sus pensamientos”, dice una voz después de recordar que los celulares deben estar apagados.
Y, entonces, en escena aparece un Simón distinto, interpretado por Héctor Manrique. No está montado en un caballo ni dirigiendo un contingente de personas. Está enfermo, en una hamaca, tosiendo. La tuberculosis ha minado su cuerpo. Tanto que es la última hora y quince minutos de su vida. No hay más nadie en la habitación; quizá en su cabeza escucha las voces de sus afectos: su hermana María Antonia, su maestro Simón Rodríguez, su tío Esteban Palacios, su única esposa, María Teresa del Toro; su gran amor, Manuela Sanz.
Le cuenta entonces al espectador su vida, su empecinamiento por la unión y la libertad, su dilema con Napoleón Bonaparte, sus críticas al general José Antonio Páez y a Manuel Piar. También está presente la relación con su hermana, la herencia familiar y sus viajes a Europa. Aunque también aparecen sus pensamientos políticos, lo que lo impulsó a tomar el camino que tomó, no solo se trata de El Libertador, sino del hombre de carne y hueso, Simón.
No es una exageración que son sus palabras. El monólogo se sostiene en una selección crítica de cartas y textos que Bolívar escribió durante su vida, que fueron escogidos, revisados e hilados bajo la asesoría de la historiadora Inés Quintero, quien, entre otras cosas, se ha dedicado a estudiar la instrumentalización de la imagen del prócer.
La semilla provino de un proyecto previo, El nacimiento de la República, una obra teatral con textos de Juan German Roscio, María Antonia Bolívar, José María Vargas, el Marqués del Toro y Simón Bolívar que se presentó en función privada en la Quinta Anauco el año pasado, y en el que Quintero y Manrique trabajaron juntos.
“A mí me impactó mucho la fuerza y la contundencia que tenía cuando tú sabes que eso que estás escuchando lo escribieron ellos, lo dijeron ellos”, explica Manrique. Así que era hacer eso, pero en la figura de Bolívar. “Si tú me preguntas para qué lo he hecho, pues fundamentalmente en mi caso para conocer al Libertador. La gente habla bien de Bolívar, habla mal de Bolívar, y no sabe quién es”, agrega.
“Lo tenía como en una estatua borrosa. Tampoco le paraba mucho al ver la manipulación que se ha hecho de su figura. No sé, hemos llegado a cambiarle el rostro. Yo he procurado rechazar todo eso que han hecho con él. Uno es lo que hizo y ¿qué hizo Bolívar? Escribió cartas. Lo primero que hice entonces fue leerlas”, continúa el actor.
Agrega: “La obra me ha permitido encontrarme con un hombre con contradicciones, con una pasión desmedida, pero incluso desde el punto de vista afectivo, erótico, amoroso. Es muy interesante descubrir sus angustias, su profundísimo amor a sus gestas, su ego, un ego inconmensurable también. El dilema que tiene con Napoleón, que lo plantea en sus cartas, habla maravillas de él, pero no lo dice públicamente. Ojalá que este espectáculo estimulará a la gente a leerlo a él”.
Héctor Manrique, de hecho, ya en el pasado ha representado personajes exigentes. En 2014 se estrenó el monólogo Sangre en el diván e interpreta a psiquiatra Edmundo Chirinos. Tuvo recorridos nacionales e internacionales y ha permanecido en las carteleras. En abril de este año tuvo cuatro funciones en Trasnocho Cultural. Si bien el papel de Chirinos era retador, representar a Bolívar tenía algo más.
Comenzó a memorizar el texto incluso cuando aún él, Pilar Arteaga y Pedro Borgo hilaban las cartas y documentos que les enviaba Inés Quintero. “Yo sabía que me estaba enfrentando a un texto muy difícil, muy difícil de memorizar, de hacerlo orgánico, vívido. Necesitaba empezar lo más pronto posible”, cuenta sobre el proceso de creación y ensayos que duró entre cinco y seis meses.
Añade: “A mí lo que más me interesa es que lo veamos como un ser humano con sus angustias, sus incertidumbres, sus placeres, sus alegrías, pero también con sus tristezas, sus angustias. Eso nos puede dimensionar de alguna manera a un Bolívar más humano, amable, con el que nos podemos reconciliar, pero a partir de lo que él dijo, no lo que el otro dijo que dijo o hizo, o lo que el otro hace con él”, señala Manrique.
Humanizar al mito
Usar las palabras tal cual como fueron escritas por Bolívar no fue una decisión al azar. “Lo que ha pasado con Bolívar es que se han utilizado sus textos para darle un contenido político en una dirección o en otra. No estamos haciendo un uso de esa palabra, sino ofreciéndosela al público y que cada uno haga su propia interpretación. Por eso me parece tan valioso e importante este esfuerzo”, explica la historiadora Inés Quintero.
La figura de Bolívar en Venezuela, de hecho, siempre ha sido instrumentalizada a lo largo de los años. Pero el chavismo exacerbó aún más su uso. Quintero lo ha explicado antes en ensayos y conferencias: el uso político por parte de Hugo Chávez pretendía establecer una ruptura histórica y justificar su proyecto político, la “Revolución Bolivariana”.
Más allá de su maleabilidad, Quintero cuestiona su permanencia: “Cualquier figura es maleable. En el caso de Bolívar, tiene que ver con la extensión de esos usos, que desde el siglo XIX hasta el presente ha tenido distintas maneras. Es un lapso temporal tan abierto, sucesos muy diversos. Lo usó Guzmán, lo usó Gómez, lo usó Pérez Jiménez, lo usó la democracia, lo usó Chávez. Eso forma parte de un proceso histórico complejo que también nos cuestiona como sociedad: ¿por qué Bolívar tiene que haber estado presente durante 200 años?”.
Finaliza: “Yo creo que lo más importante es humanizarlo y des-idealizarlo como figura. Ninguna persona es eterna ni permanente. Ninguna persona, por mucha importancia histórica, tiene las respuestas para todos los problemas. Si no se entiende eso, tú vas a pensar que en Bolívar están las respuestas del pasado y del presente. Hay que salirse de la trampa del culto”.
Mi último delirio
Del 2 de septiembre al 2 de octubre
Trasnocho Cultural
Viernes y sábado: 7:00 pm
Domingo: 6:30 pm
Entradas en taquilla o en Ticketmundo
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