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El mundo patas arriba

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Ucrania a Rusos

 

Introducción

La pandemia parece que nos ha pasado en vano. A pesar del susto inicial y de los discursos épicos que generó, no nos hizo más conscientes de la situación del mundo, convertido en metáfora de una enorme crisis, de la que el coronavirus se suponía que funcionaría como alarma para llamar la atención sobre la necesidad de examinar los parámetros que gobiernan la actual civilización.

El desmadre planetario

El mundo hace agua por todas partes. No hay necesidad de extenderse en la lista, por demás conocida, de los problemas que lo agobian: la contaminación ambiental y el cambio climático, el aumento notable de la pobreza y de la desigualdad, la expansión del terrorismo en sus diversos formatos, el desplazamiento masivo de migrantes en busca de refugio hacia lugares en donde esperan que su cotidianidad pueda fluir de manera más amable, no obstante, los muros (religiosos, raciales, culturales…) que buscan impedirlo. Una lista larga, como dije, a la que habría que añadir los dilemas que se desprenden del surgimiento de tecnologías disruptivas que cambian radicalmente todos los escenarios y sumar, igualmente, la existencia de un mundo armado hasta los dientes gracias a enormes presupuestos que en en demasiados casos, rebasan escandalosamente los recursos orientados hacia la educación o la salud.

Estamos hablando, así pues, de asuntos que conciernen a toda la humanidad. El confinamiento al que nos vimos obligados sirvió para que recordáramos que hoy en día lo que ocurre en un lugar del planeta, ocurre en todas partes, consecuencia de la globalización. Sin embargo, aún no salimos de la pandemia y ya volvimos a mirar las cosas desde el ombligo nacional, como lo muestra, por citar apenas un ejemplo que resulta emblemático, el reparto inequitativo de las vacunas.

El mundo se encuentra partido en pedazos de distintos tamaños, bajo la creencia de que las rayas dibujadas en los mapas, los hace ajenos los unos a los otros. La solidaridad y la fraternidad se han convertido en palabras vacías, de uso meramente retórico, a pesar de queel planeta manda señales cada vez más claras que tienen visos de ultimátum, dicho se esto sin exagerar.

La nostalgia de Putin por la URSS

En medio del complicado contexto descrito, hace pocos días y luego de conversaciones que en algún momento insinuaban la esperanza de una negociación, Rusia invadió a Ucrania, mostrando el rostro de un evento que excede el conflicto entre los dos países y despliega su sombra a lo largo y ancho del mundo, en medio de una gran incertidumbre respecto a su alcance e implicaciones y de un gran susto colectivo, recuérdese que hay armas nucleares de por medio, al lado de las que la bomba lanzada en Hiroshima semeja la bala disparada por un revolver. Estamos, así pues, frente a un episodio que coloca en segundo plano las causas que han ido desvertebrando el planeta.

Los entendidos indican que las varias décadas que cubrieron el período de la llamada Guerra Fría, no faltaron los pleitos bélicos parciales (“conflictos de baja intensidad”, se los calificaba), originados dentro del marco de una bipolaridad trazada por discrepancias ideológicas (capitalismo vs comunismo, por decirlo de manera simple), mezclados con los intereses políticos y económicos de las grandes potencias.

Sin necesidad de consultar su decisión con nadie, para eso es un dictador que se ha mantenido en el poder alrededor de dos décadas y con experiencia de varios años como jefe de la KGB (además de cinta negra en judo), Putin, preso de su nostalgia por la antigua URSS, declaró que “a cualquiera que considere intervenir desde afuera, enfrentará consecuencias más grandes que las que haya enfrentado en la historia. Todas las decisiones relevantes ya se tomaron. Espero me hayan escuchado”.  Y, para que no hubiera duda alguna respecto a sus propósitos, remató afirmando: “No habrá ganadores y ustedes serán arrastrados a un conflicto contra su voluntad. No tendrán tiempo ni de pestañear”.

Señalado lo anterior resulta justo decir que el escenario anterior también es producto de los desatinos cometidos desde de organismos como la Unión Europea y la OTAN. En este capítulo nadie está libre de culpa, nadie puede lanzar la primera piedra, aun cuando las responsabilidades puedan considerarse de diferente calibre.

No es absurdo imaginar que pudiéramos estar ante la posibilidad de una guerra mundial, la primera interconectada, vista por millones de personas, como leí en alguna parte. El asalto ruso a territorio ucraniano ha involucrado directamente a la Unión Europea y a Estados Unidos, al igual que a China, que lo hace con cierta discreción, manteniendo un equilibrio con el fin de preservar su rol como una de las tres grandes potencias mundiales y cuidando, de paso, sus vínculos comerciales con Ucrania, más fuertes que los que tiene con Rusia. Todos los países han fijado posición, la mayor parte repudiando los intentos de ocupación. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó a los rusos. Y la Asamblea General decidió discutirlo, pero no lo ha hecho al momento de escribir estas líneas.

El desgobierno de la globalización

Como apunté antes, el mundo se ha globalizado. Expresado en pocas palabras, las relaciones internacionales se han multiplicado; hay una mayor interdependencia entre los Estados; se han acortado las distancias físicas; los espacios se han vuelto comunes; la economía no tiene fronteras y emerge una nueva división internacional del trabajo; la comunicación es inmediata y está generando patrones comunes de conducta que en cierta forma asoman una identidad global.

Dentro de este cuadro el Estado-Nación pone cada vez más en evidencia sus limitaciones y debilidades para mantener las condiciones básicas de la convivencia y la seguridad, de allí que cada vez se asome con mayor fuerza la ideade repensar el siglo XXI, en una perspectiva, incluya las “lógicas transnacionales”, que dicho en cristiano significa que “a problemas globales, soluciones globales”. Se trata, entonces, de tejer una red de intereses comunes que fijar una agenda pública compartida. No hay mejor prueba del progreso de la civilización que el progreso del poder de la cooperación, escribió John Stuart Mill antes de que el mundo fuera el que es hoy en día.

Ciertamente se han creado nuevas instituciones internacionales, se han ideado nuevos esquemas para cooperación internacional y hay sin duda un conjunto de iniciativas relevantes, pero no alcanzan para la gobernanza del planeta. El conflicto entre rusos y ucranianos lo pone de manifiesto. Varios días caracterizados por daños de diversa índole, por migraciones y por muertos cuya muerte no pareciera doler. Toda guerra es una estupidez, señaló el escritor uruguayo Eduardo Galeano. Esta también, pero más que ninguna otra, porque en su despliegue podría envolvernos a todos.

Especie en extinción

Así se refiere a los humanos Jeremy Rifkin, analista de la crisis de la sociedad actual y asesor en el tema del cambio climático en la Unión Europea y varios países. ¿No será también una especie “autosuicida”?

Estoy decidido a pensar que no. A pesar de todo, creo que todavía quedan grandes reservas de cordura y sentido común. Ojalá que la disputa entre Rusia y Ucrania se resuelva mediante la política que, como predica el filósofo vasco Daniel Innenarity, a quien cito con frecuencia, es la manera de hacer cosas con la palabra.

 

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