Apóyanos

Poesía y prosa sobre Caracas

Francisco Catalano (Caracas, 1986). Actualmente reside en Buenos Aires. Licenciado en Comunicación Social (UCAB). Ha publicado “I” (Libro 0 y Libro 1, 2010) y “Libro 3”, que recibió el Premio Fernando Paz Castillo (2016). Desarrolla “Revital”, una propuesta personal de recital poético multimedia. Aquí, un poema inédito y una crónica urbana de su autoría

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Caracas

Caracas mi Caracas: Caracas nuclear: Caracas punto desbordando un valle a 1KM del agua: Caracas célula: Caracas sopa de letras de esquinas deslenguadas: Caracas burbuja: Caracas explosiones de oxígeno: Caracas aldea: Caracas de mi palabra peatonal: Caracas sofocada y sofocante: Caracas… y un cielo de puntos suspensivos: Caracas poniente en la Fajardo amparando soledades ahumadas al 20%: Caracas furiosas Cotas aladas: Caracas papel milimetrado de mongólico ahuecado a tiros: Caracas del Lord Motorizado: Pontificia Caracas de entierro e’ malandro y policía: Caracas niña esquizofrénica con menstrua psíquica y una hojilla en la mano: Caracas madre Lionza sacrificando su pelvis hacia el cielo: Caracas “toque y vaya”: Caracas Pedagógico, Jachico y Distrito: Caracas de emigrantes sin turistas: Caracas y padres del interior: Caracas y abuelos europeos: Caracas infancia del timbo al tambo: Caracas 462-0886: Caracas el Cuadrito de San Juan: Caracas Torre C, Piso 8, Apto 84: Caracas Valle de balas: Caracas Rotten Town: Caracas Ultrafunk: Caracas Sentimiento Muerto: Caracas Zapato 3: Caracas Desorden Público: Caracas Greenwich Pub: Caracas La Belle Époque: Caracas El Maní es Así: Caracas monte cúbico a la potencia y a la potencia: Plastificada Caracas de “Caracas, Caracas… cómo me gusta esa ciudad”: Caracas selva de bestias que repiten y repiten “lo demás es monte y culebra”: Caracas de “Vamos, vamos, Caracas / regálame otra estrella”: Caracas ola-Ávila amurallándonos como un tótem-brújula: Caracas Guacamaya tragaluz: Caracas infinita luz paleolítica: Caracas de zamuros arcángeles: Caracas poemas gordos y volátiles de smog: Caracas uno más uno igual uno y siempre uno: Caracas Cromosaturación: Caracas Bola de Soto: Caracas mural chimbo de Bolívar llorando en El Paraíso: Caracas ultra de los 50: Caracas ultra de los 2000: Prometida Caracas ambidiestra que aún sueño: Caracas olla de presión superpoblada: Caracas de mis nativos anti-caraqueños tan adictos a Caracas: Caracas sin centro, pero adentro: Caracas Cabrujas: Meneses: Grupo Tráfico: Techo de Ballena: República del Este: Caracas de techos rojos, hoy inconcebible: Mítica Caracas de Leones, con melena invicta: Caracas de espíritus Caciques, aún señores del valle: cabeza de un país acéfalo: accidente urbanístico legalizado: palimpsesto de naufragios que borras y escribes y re-escribes todos tus nombres: coño: que en tu valle me sepulten y que sobre mí planten un gran Araguaney.

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El Lord motorizado

La única manera de dominar una ciudad sin espacios comunes es adueñándote de sus intersticios: el motorizado caraqueño es el nuevo dueño vial de Caracas.

Lo es por una simple razón: es el único totalmente libre en la calle capitalina. Caracas no detiene al motorizado, esta es la mayor prueba de su libertad y señorío. En la cola, todos excepto ambulancias, policías o convoyes políticos, se aguantan (*). Pero malhumorados o no, están atrapados…y se lo aguantan. Autobuses, taxis y carros particulares están sometidos a un protocolo vial y a una infraestructura (o a su falta). Si hay tráfico o un choque triple, nada avanza, así de simple; es lo normal para todo el mundo y está bien que así lo sea. Pero ellos son los mortales y el Lord Motorizado es una deidad: el jefe, el presidente, el arrecho de la vía. El Lord Motorizado, al igual que la vasta mayoría de caraqueños y venezolanos en general, no es, ni se cree, ni realmente quiere ser igual que los demás. ¡¿Qué venezolano quiere ser igual a los demás y no el más arrecho de la partida todo el tiempo?! Quizá de este macho-complejo, tan común como un juego de chapitas, vengan nuestros vicios democráticos

Entonces, sin infraestructura o protocolo víal que lo contenga –quizá solo la lluvia lo retrasa– la moto pasa entre los carros, zizagueando, entre buses, taxis y otras motos, se sube a aceras, sale por entradas y visceversa, agarra la “U” rapidito sin que lo vean o persigan, mientras toca atorrantemente su corneta “pan, pan, pan”, “Quítate que voy, quítate que voy”, una y otra vez marcando, sin saberlo, una cartografía, un pulso, un latido, una arritmia: el electrocardiograma de Caracas. Esa exaltación sin compás, ese jadeo impredecible de la corneta, que también hay que aclarar: es la única defensa del motorizado; se parece al respirar de un delantero o un alero en pleno sprint de contragolpe, cuando busca llegar al gol o a la cesta fintando su entorno mientras lo lee: lee la grama, el ángulo de tiro, el desnivel de la autopista que se sabe de memoria, la cola, el defensa que se barre, el otro carro que quiere meterse, la trocha para llegar más rápido, la alcabala de policías martilleros, las tetas de la chama pegadas a su espalda, el aire rudo que lo bautiza y refresca cuando va a 80 Km/h por donde los otros estacionan sin salida.

Es el discurso de la libertad; o al menos de cómo la ponemos en práctica. Hoy. Aquí. En esta despiadada Venezuela de comienzos del tercer milenio. El Lord Motorizado no es un opresor: él solo está, por fin, ejerciendo su libertad mientras los demás tan solo estamos atravesados en el medio. Por esto, el Lord Motorizado, al igual que algunos “culpables” sueltos por ahí, no son la causa ni el origen de nada, sino el síntoma de un problema más viejo y más grande. Pero por sobretodo, aquí quisiera quedarme más que con personajes –de los cuales ya tenemos demasiados para fácilmente culpar en nuestra Historia– con sensaciones, sentimientos y emociones: con la experiencia. Debemos empatizar con esa experiencia, absorberla, asimilarla, leerla, verla, conocerla, re-conocerla y reconocernos en ella; si no total, al menos parcialmente. Quien lea esto y aún no se haya montado en un mototaxi en Caracas, por favor vaya y hágalo; quien lo haya hecho sabrá de lo que hablo; y quien no quiera hacerlo, recuérdese o intente imaginarse (apelar a la imaginación siempre salva de la culpa) en una situación cotidiana similar: en ese yo-puedo/tú-no-puedes diario de la panadería, la farmacia, el trabajo, etc.; pero no cuando haya sido la víctima –al país también le sobran víctimas– sino el yo-puedo. Debemos comernos lo que supuestamente deberíamos rechazar. Tomemos como nuestra esta experiencia, al borde de la libertad y del abuso, y no la leamos solo como la experiencia de ese siempre peligroso pronombre social: el ellos.

Nunca olvidemos cómo hemos sentido y practicado la pulpa del poder desnudo de ser libres. Ojalá que cuando leamos –o escribamos– la Historia no borremos el hecho de que estos años han sido donde más sinceramente practicamos nuestra primitiva naturaleza pirata. Pues esta libertad del Lord Motorizado es solo aparente: fruto de las costuras sueltas de un sistema en ruinas, como un barco hundiéndose, el Lord Motorizado no goza de su libertad por derecho, como un ciudadano, sino de la única libertad posible dentro de un sistema en crisis: la libertad arrebatada, por fuera o encima de la regla o de los otros, la libertad del pirata. Es fácil comprar la ilusión de ese cheque histórico aparentemente pago, aunque ese pago sea tan sabroso como un banquete imaginario de Peter Pan; pero es más fácil odiar criticonamente esa fantasía y ser Garfio, aún cuando tengamos un innegable, real y pesado cheque histórico, aun rebotado, entre las manos.

Sin embargo, al final, quizá por una especie de balanceo sistémico incomprensible, Caracas los iguala a todos… y son absolutamente todos, abusados y victimarios, mosquitas muertas y gorilones por igual, quienes bailamos este drible cotidiano con Caracas, siempre adobado por la suerte, que pinta esta ciudad, este valle, esta paila electrificante donde nada es fijo ni mucho menos parejo, excepto estas mismas mugrientas uñas –aun bañadas en oro– aferradas a las venas de la moto, que es la última metáfora de la libertad en esto que nos dignamos en llamar vida capitalina.

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(*) Porque así lo vemos nosotros, como aguantarse. Porque queremos pasar y “¡Qué arrechera esta mierda de cola!”. Porque queremos pasar y “¿por qué la autopista no tiene dos pisos?” (bis)… y “¿por qué no hay más metro-cables, metro, o transporte público 24 hrs?”, (bis)… y “por qué no puedo caminar a mi trabajo (bis)… y “¿No somos la capital de una vaina llena de petróleo? ¡Qué bolas! Somos la puerta de América, cuna del Libertador”… etc., etc., (bis), (bis).

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