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El peso de la Iglesia Católica

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The Scarlett Letter

“Your tongue knows no rules, Mistress Prynne» (1) (Nathaniel Hawthorne)

A finales de noviembre habíamos quedado en vernos. Hablábamos de cómo nos iba en el trabajo y en la vida. Nos pusimos al día con las noticias que leímos y vimos en los medios de comunicación. De repente, salió el tema reciente de la muerte de una escritora. Nos preguntamos qué habíamos leído de ella, si nos había gustado o no y acabamos entrando en detalles personales y amorosos de su vida (de la vida de la autora, quiero decir). Mi amigo contaba que el ahora viudo, también un conocido hombre de letras, se había casado con ella estando ambos comprometidos sentimentalmente. Los dos tenían descendencia de la relación anterior. Uno de ellos había sellado esa unión bajo el sacramento del matrimonio. Con todo, se enamoraron y decidieron casarse. Entonces, mi amigo dijo literalmente esto: ‘¡cuánto daño ha hecho la Iglesia católica!’. Esa frase es el leitmotiv de esta columna hoy.

Acompañó la sentencia con principios, doctrinas y casos en los que, a su parecer, la Iglesia Católica entorpecía la libertad o libre albedrío de los hombres. Argumentó en contra de la institución el incumplimiento de los votos de caridad, los casos de corrupción de la Iglesia, la falta de transparencia en los escándalos sexuales conocidos de ciertos sacerdotes, la rigidez de la norma, y no recuerdo bien si citó además las torturas a los herejes llevadas a cabo por la Santa Inquisición, remontándose al siglo XV. Supongo que quiso decir más cosas, pero no debía de estar muy inspirado.

Nos encontramos ese día en un restaurante al que solemos ir a menudo. Por extraño que parezca, el sitio en el que mi amigo dice estas cosas es un antiguo convento reconvertido en restaurante. En fin, que no está bien decir que odias la hípica mientras cabalgas a todo galope, feliz y dicharachero.

Tomé la palabra yo cuando pude hablar, -porque mi amigo a veces me recuerda a Miguel Ángel Revilla- y declaré una vez más mi apego a la doctrina de la Iglesia católica, aunque se trate de un apego sui generis. Creo en la conciencia del bien y del mal, en la idea del amor fraternal y creo en el arrepentimiento y el perdón. Tengo dudas de casi todo, como muchos, supongo. Admito otros modos de pensar (sigo quedando con mi amigo); sin embargo, no entiendo la vida de otra manera ni mejor ni superior a esta que me enseñaron mis padres. Estoy agradecido. No me veo atado ni esclavizado. Sé escuchar al que piensa distinto, no siento odio por eso por nadie. No es cobarde defender lo razonable o lo bueno: lo contrario, callarse y no decir nada, a mí me parece mezquino.

John Proctor, El Crisol

Sería incapaz de entender muchas obras de literatura desconociendo estos principios religiosos. Pienso en ciertos escritores irlandeses y en mis lecturas favoritas. Pienso en La letra escarlata de Hawthorne. Pienso también en la sufrida conciencia de John Proctor (The Crucible, 1996) interpretado por el actor Daniel Day-Lewis en el cine. Esta película se basa en una obra de Arthur Miller, Las brujas de Salem.

Mas volviendo a la frase de mi colega, «¡Cuánto daño ha hecho la Iglesia!», me atrevo a pedirle una aclaración. Quiero saber a qué se refiere concretamente. Y responde que la humanidad no necesita el matrimonio. Apunta que la idea de encadenar a dos personas para siempre es un hecho antinatural. No se queda ahí, añade que los animales son libres sin caer en esta trampa.

Me río. Me río, pero el tertuliano me deja pensativo, a pesar de que está claro que la organización de los animales no supera a la nuestra. No he visto a ninguna cebra cogiendo un libro y poniéndose a subrayar frases, por ejemplo. Las creencias pertenecen a un ámbito personal y yo no voy a convertir a mi amigo. Mi amigo no me va a convencer tampoco de ninguna manera. Nos decimos adiós, hasta la próxima. De regreso a casa le sigo dando vueltas al tema de la poligamia animal. Hay estudios realizados por hombres-animales racionales-sobre los animales. Los científicos (animales racionales) se dedican a estudiar las relaciones «sentimentales» de los animales y aseguran que la mayoría de las especies animales ejercen la poligamia, es decir, gozan de relaciones con varias parejas. Citaremos a las ranas, los calamares y las lagartijas. («La poligamia de las aves, el adulterio de los calamares y otras estrategias sexuales de los animales», Agathe Cortés; El País, 6.04.2020).

Por otro lado, sí existen animales monógamos («La monogamia animal tiene mucho de supervivencia y nada de romanticismo», Juan Pedro Chuet- Missé; La Vanguardia, 19.08.2016). Entre otros animales monógamos se encuentran el castor, el pingüino y el lobo gris. Bueno, y también algunos hombres y mujeres

 

 

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