Por SANTOS LÓPEZ
Mi palabra es la tribu que ahora habito y descubro para tocar el poema,
la fuerza para alcanzar la magia.
Hacer nuestro lenguaje equivale a dominar palabras
más poderosas todavía, disponer de una magia más fuerte.
Hasta ahora, he logrado conocer los secretos de muy pocas palabras.
No más de los que descubrí en mi infancia.
Pocas son las tribus a las que pertenezco.
Aún recuerdo la primera vez:
Cuando yo era niño, vivía todo el tiempo jugando en el Monte.
Me desaparecía de la casa horas y horas. Un día mi abuela me reprendió
y me dijo que no iba a jugar nunca más en el pajonal…
Aquella palabra destelló en mis oídos. Jamás la había escuchado.
—Pajonal, pa jo nal, pa-jo-nal… me repetía con asombro y maravilla.
No sabía, hasta ese momento, que aquello acogedor que me divertía,
me hacía soñar, ser un niño, tenía nombre: era un pajonal.
Emocionado, salí corriendo hacia el Monte, repitiendo incansablemente
aquella palabra; eran tales la felicidad y la prisa, que tropecé
y me golpeé la cabeza.
Cuando desperté, no me acordaba de nada, tampoco de aquella palabra.
Busqué incansablemente entre el arenal y no la conseguí.
Registré entre el pasto seco y la chamiza, y por ningún lado la vi.
Y los pájaros y lagartos ningún augurio me dieron de ella.
Un extraño que pasaba a un lado del camino, me observó desesperado
y me preguntó:
—Muchacho ¿qué se te perdió en ese pajonal?
(Caracas, 1990. Fragmento de El libro de la tribu)
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