Oscar Jiménez Rodríguez, venezolano, cédula de identidad 7.555.284, oficial de Marina Mercante con rango de capitán, de 58 años de edad, remitió a la redacción de El Nacional una denuncia en forma de artículo, que tituló «Perdimos Los Roques, señor presidente«. Manifestó que desde entonces ha recibido gran cantidad de llamadas y mensajes de apoyo. Agradeció también a Aporrea, donde publica desde hace años.
«Pero no todo ha sido color de rosa, también recibí llamadas de manera extraña e intimidatoria de gente que supuestamente no podía contactarme desde hace años porque no tenían mi número de teléfono», indicó.
Jiménez quiso explicar cuál ha sido su historia y cómo llegó a comprar el buque: «El barco Los Roques es una maravilla con la que me tropecé en la vida para detenerme en el embeleso de un espejismo; mi profesión, oficial de marina mercante, mención cubierta, con una especialidad en pesca, tiene su propia historia que comienza en la lucha por salir de un pueblito llamado Nirgua, en el estado Yaracuy, y hacerme marinero a pesar de haber crecido entre sembradíos de café y naranjales, para llegar a la Escuela Náutica en Catia La Mar, con el costo que eso significaba para unos padres, ella maestra de escuela y él obrero de Cadafe, con nueve hijos».
Contó que migró a Margarita, donde recibió apoyo de gente desconocida que se hizo su familia. También la Fundación La Salle le abrió las puertas y lo puso al lado «de unos increíbles capitanes de altura, de conocimientos y capacidad didáctica impresionantes», que lo formaron para cosas grandes en su profesión.
«Así me fui a navegar -continuó-, primero, apenas posadolescente y bisoño, en aquellos barcos de pesca de arrastre, miserables máquinas de esclavitud humana y de destrucción del medio ambiente que el comandante Chávez eliminó para siempre de nuestros mares y que jamás volverán, doloroso trabajo para nosotros los egresados de la naturista Fundación la Salle».
Los atuneros
Jiménez indicó que luego fueron los atuneros, primero en el océano Pacífico, otro mundo más humanista, según dijo. Luego estuvo e los cañeros, en el Caribe, primero la Santa Rita y luego la Santa María II, igualmente pesca de atún, pero a la caña, en la empresa Cannavo, en Cumaná.
«Esa, que fue una excelente empresa, es la llamada ahora Pescalba, después de que el Estado se la compró a los hermanos Cannavo ya ancianos. La verdad es que Pescalba no es ni el uno por ciento de lo que fue Cannavo; los talleres, que eran reconocidos a nivel nacional, ahora son galpones oscuros llenos de telarañas y piezas viejas; y de los barcos mejor ni hablar», manifestó.
De la Santa Rita, rebautizada como Luisa Cáceres de Arismendi, dijo que la dejaron convertir en chatarra hasta que se hundió en extrañas circunstancias hace pocas semanas.
«El hundimiento de la Santa Rita me destrozó el alma pues la habían amadrinado justamente al costado de Los Roques y me dije, ahí están mi primer y el último barco», manifestó.
«Pasado un tiempo en esa empresa -expresó Jiménez- decidí compartir parte de la vida con la mujer y las dos primeras hijas que casi no me conocían (bueno, la mujer sí, pero a las hijas me refiero), salí de la pesca al turismo, regresando a Margarita como capitán de yates, barcos de buceo (también soy buzo certificado PADI) y minicruceros y avancé a gerente de operaciones en la entonces empresa más grande de turismo náutico en la isla. Ahí nació la idea de Los Roques, ahí nació el germen del proyecto turístico que me hizo cambiar mi vida y la de mis hijos».
Los Roques
Explicó que Los Roques era en ese entonces un buque de crucero entre la isla de Margarita y el archipiélago de Los Roques, con salón de baile, casino y hospedaje para 70 personas en habitaciones dobles. Luego, dijo, sus dueños dieron un paso al lado y enviaron la nave como buque hotel para el proyecto Costa Afuera, en Pedernales, para la empresa Conoco Philips.
«Antes de terminar ese contrato el dueño cayó en quiebra porque Conoco no le pagó, ya que dependía de la Exxon Movil, que había sido expulsada del país, y el barco quedó amarrado en un muelle de Pampatar por un largo tiempo, hasta que la capitanía de puerto ordenó su fondeo en la bahía del Guamache, zona natural para embarcaciones de ese porte», dijo.
«En esos días me llama el entonces dueño de Los Roques, cuya amistad sigue hasta el día de hoy, y me dice: ‘Estoy quebrado, toma’. Y me entregó un boceto de un proyecto turístico. ‘Consigue esos reales, te quedas con el barco y parte de la plata y me das el resto a mí’. ¿Qué hice con eso? Invertí, vendí carro, vendí una lanchita, amplié el proyecto y logré que me aprobaran la factibilidad técnica de Mintur. Con ella fui a la banca en busca de esos reales y regrese con los bolsillos en blanco y deudas en la tarjeta de crédito y con el banco», recordó.
No hay capacidad para recuperarlo
Los Roques terminó en Pescalba, luego de 10 años durante los cuales Jiménez invirtió buena parte de sus ahorros y de su vida: «Me dejó la casa con el techo cayéndose a goteras, el carrito andando cuando le da la gana, las muchachas sin universidad; para el hijo menor afortunadamente las monjitas del colegio que los han visto pasar a todos lo becaron en 70%; y, bueno, mi esposa con un cáncer de seno diagnosticado desde el año pasado y un presupuesto de 10.000 dólares para comenzar y quién sabe cuánto para terminar que no puedo cubrir».
Jiménez señaló que no tiene capacidad para recuperar Los Roques, aunque sea bueno y rentable el proyecto que lo llevó a él.
«Me enfrento al gigante llamado gobierno, que tanto apoyé, cerrándome tantas puertas en mi empeño, pero que mi esposa y yo seguiremos apoyando a pesar de ciertas personas», dijo.
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