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Una vez más, el régimen hace lo que mejor sabe hacer. En esta ocasión la víctima fue el presidente de Colombia, Iván Duque, quien, aunque bien dijo que no hay que caer en la trampa de los cantos de sirena ni de prestarse para jugar al papel de tonto útil, no tuvo más remedio que soportar la nueva provocación de Nicolás Maduro.

El anuncio hecho la semana pasada por Delcy Rodríguez sobre la reapertura de la frontera comercial entre Táchira y el Norte de Santander, aderezado posteriormente por la “chocante” invitación de Nicolás Maduro a empresarios colombianos para que retomasen sus inversiones en Venezuela, forma parte de esa permanente estrategia del régimen de imponer su conveniente agenda política.

Mientras las miradas han estado dirigidas recientemente hacia las “negociaciones” en México, los procesos de extradición de Alex Saab y el Pollo Carvajal a Estados Unidos, así como en dirección a las polémicas elecciones regionales del 21 de noviembre, otro elemento más de confusión le agrega el régimen al debate nacional con el propósito de generar percepciones favorables a su imagen.

Por supuesto que en el plano interno el anuncio persigue un rédito político-electoral, teniendo presente la importancia del estado Táchira como bastión fronterizo y principal epicentro del intercambio humano y comercial con la vecina Colombia. La retirada de los contenedores de los puentes que comunican a venezolanos y colombianos, y el engañoso anuncio de la apertura fronteriza, servirían al régimen para tratar de imponer la matriz de opinión de que la esperada normalización del flujo binacional se habrá dado gracias a su buena voluntad e iniciativa.

Pero más allá del componente electoral y de la imagen de niño bueno que Maduro quiere proyectar, tanto a nivel interno como para las galerías extranjeras, existen otras motivaciones que mueven al cambio de política del régimen.

Por un lado, el obvio beneficio económico que la restauración de la libertad de movimiento y de las transacciones comerciales en la frontera implicarían para las quebradas arcas del gobierno de facto. Pero ¡atención! No hablamos aquí de las ganancias propias de un esquema corriente de economía formal e informal a lo largo de la dinámica frontera colombo-venezolana. Se trata de la potencial oportunidad que se le presenta al régimen de seguir reforzando su vocación como promotor de estructuras de economía ilícitas y delincuenciales en un espacio limítrofe caracterizado por el fenómeno de la criminalidad transnacional al cual este ha contribuido indiscutiblemente.

Uno se puede imaginar al “connotado” protector del Táchira, Freddy Bernal, afilando ya sus cuchillos ante la suerte que pudiera estar a punto de tocarle.

Asociado a lo anterior están los planes permanentes del régimen de Nicolás Maduro de permear los espacios fronterizos -hoy día relativamente controlados por los cierres oficiales- con propósitos meramente desestabilizadores. La reapertura de la frontera con Colombia supondrá nuevamente un desafío adicional para la seguridad de ese país, gracias a la tantas veces confirmada presencia de factores desestabilizadores, entre otros, los grupos históricos insurgentes: el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las ahora disidencias de las FARC, que se movilizan libremente del lado venezolano de la frontera con la descarada anuencia y apoyo del régimen madurista.

Por otra parte, a pocos meses de las elecciones presidenciales de Colombia, gran parte de los planes provocadores de Miraflores se centrará en generar debates polémicos que involucren al mandatario colombiano, Iván Duque, con la finalidad de desgastar su imagen y la de la institucionalidad democrática vigente en Colombia. No hay que olvidar que el triunfo de la izquierda comandada por Gustavo Petro es uno de los objetivos geopolíticos de La Habana y Caracas.

De allí las advertencias hechas por el presidente colombiano acerca de la “intencionalidad política” del anuncio del régimen venezolano, y sus reservas respecto a la apertura precipitada de la frontera que, según comentó, debe responder a un proceso gradual y bien supervisado con la colaboración de las autoridades migratorias colombianas, e incluso, de instancias sanitarias como la Organización Panamericana de la Salud, debido al peligro potencial que representa para Colombia la deficiente gestión de la pandemia de la covid-19 por parte del gobierno de facto en Venezuela.

“¡Venid a mí, venid a nosotros con vuestras inversiones!” Así le dijo la semana pasada Nicolás Maduro a los colombianos, cual payaso que sin ser muy profesional desempeña su papel con bastante desparpajo.

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