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Se apagó Zuckerberg

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Se apagó Zuckerberg, (a) Facebook y las redes sociales dejaron de funcionar cerca de seis horas, una eternidad en la que más de 3.000 millones de terrícolas, esparcidos alrededor de todo el planeta, no pudieron comunicarse por donde habitualmente lo hacen para informarse y conversar en torno a un menú casi infinito de cosas. Fue la debacle de un espacio en el que la humanidad pasa cada vez más tiempo y en el que, además, se desenvuelven cada vez más actividades (educación, trabajo, entretenimiento, comercio, finanzas, política, ciencia, en fin), sobre todo en esta época de pandemia.

De inmediato, se iniciaron las especulaciones sobre sus causas, aunque Facebook no demoró mucho en informar que la caída no estaba relacionada con un ciberataque ni nada por el estilo, pero sin lograr impedir que quedara al aire la debilidad de un sistema que parecía a prueba de todo. Por otro lado, y como cabía esperar, la mano invisible e inmisericorde del mercado castigó a la empresa, reduciendo de manera importante el valor de sus acciones, mientras los competidores sacaban provecho de su desgracia.

Lo peor no fue la desconexión

Frances Haugen, ingeniera informática, exempleada de Facebook, fue quien filtró los documentos internos de la empresa que ahora provocan un gran escándalo. Habiéndose mantenido en el anonimato tras su renuncia, reveló su identidad la madrugada de este lunes en un programa de televisión, señalando que “…. la compañía era consciente de que Instagram, su red social de fotos, era tóxica para muchas adolescentes, que “…siempre escogía optimizar su propio interés, ganar más dinero” y denunciando que “…oculta buena parte de los males que provoca”.

Por si no fuera suficiente lo anterior, la prensa dio a conocer que la Fiscalía norteamericana inició una investigación criminal sobre su práctica de compartir la información de los usuarios sin contar con su autorización, tema que se encuentra sobre el tapete desde que la empresa admitiera que fueron extraídos los datos privados de 87 millones de usuarios.

Por su parte, Edward Snowden, exfuncionario de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, hoy en día residente en Rusia, le echó más leña el fuego manifestando, ironía de por medio,  que «Facebook e Instagram se desconectan misteriosamente y, durante un magnífico día, el mundo se convierte en un lugar más saludable».  Expresó también que lo ocurrido “parece un ejemplo fácilmente comprensible y popular de por qué dividir cierto monopolio en al menos tres partes podría no ser una mala idea…”, haciéndose eco de iniciativas y denuncias cuyo objetivo es disminuir el poder de los llamados “gigantes tecnológicos”.

Un porrazo a la utopía digital

La actual fascinación por las redes sociales ha recibido un rudo golpe. Como lo ha escrito el filósofo Daniel Innenarity, es muy humana la ilusión que alimentan las nuevas tecnologías. Así, “Marx creyó que el ferrocarril disolvería el sistema de castas en la India; el telégrafo fue anunciado como el final definitivo de los prejuicios y las hostilidades entre las naciones; algunos celebraron el avión como un medio de transporte que suprimiría, además de las distancias, también las guerras; sueños similares acompañaron al nacimiento de la radio o la televisión”.

A propósito de lo anterior cabe apuntar que desde hace un buen tiempo se ha establecido que el desarrollo tecnocientífico tiene lugar en un determinado contexto social, que obviamente influye en la manera en que se utilizan las innovaciones. La gobernanza de la tecnología se ha convertido en un problema ineludible en la agenda humana y debe arrancar, por tanto, de esta premisa. Continuamos, sin embargo, con instituciones y normas inadecuados para orientar los propósitos y usos de los avances digitales y en general del nuevo paradigma tecnológico, integrado, además, por las nanotecnologías, las biotecnologías y las neurotecnologías, al que se han incorporado las ciencias sociales y humanas, de acuerdo con un formato que dejaré pendiente para otro artículo.

Qué dirá Zuckerberg

Progresivamente ha ido aumentando el consenso respecto a la idea de que el entorno que emerge de la digitalización es un espacio de relación compartido y común.  El mismo no puede estar en las manos, prácticamente libres, de empresas que manejan sus propios códigos, dándose incluso el lujo de cancelar cuentas, como hizo Facebook en el emblemático caso de Donald Trump, alegando que sus mensajes a propósito del asalto al Capitolio estimulaban la violencia, infringiendo las reglas establecidas en su “política de integridad cívica«.

El asunto es, entonces, disponer de procedimientos públicos, transparentes y democráticos, fundamentados en los derechos humanos, para evitar esa suerte de anarquía digital que hoy en día enfrentamos.

Dicho sea de paso, aparte hablar de la falla técnica, que a uno le suena a algo así como que es solo cuestión de unos cablecitos que se desenchufaron, ¿qué dirá Zuckerberg de lo que salió a la luz después del apagón de su compañía?

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