«Alone, in my castle, I could see more clearly what loneliness was» (Robyn Davidson)
La vida de un profesor tiene cosas buenas. Habrá quien piense que los profesores viven de lujo porque ganan un sueldo decente y, sobre todo, disfrutan de muchos días de vacaciones. Es cierto. También es verdad que quien elija una profesión como esta para no tener que trabajar o para trabajar menos, no parece honesto ni inteligente. Uno elige un trabajo que le gusta, un trabajo en el que cree que puede aportar algo bueno. El auténtico profesional no busca un trabajo motivado exclusivamente por el sueldo o las vacaciones, sino porque le gusta realizar esa tarea y se le da bien. Yo diría más: porque sabe que es bueno de verdad. El buen profesor está cómodo en el aula, aunque también necesita relajarse.
Los profesores disponemos de una ventaja sobre otros profesionales: el doble calendario. Por un lado, el año empieza en enero como para todo el mundo. Un mes antes nos prometemos cambios y nos oímos decir en voz alta «El 1 de enero dejo de fumar, ese vicio tan feo, me apunto al gimnasio, acabo ese libro que llevo a medias«. Mas, por otro lado, a lo largo de los meses de verano empezamos otro año extra del que no gozan el resto de los mortales. Los profesores en el periodo estival podemos romper hábitos, dejar el tabaco y la cerveza para siempre -volver a intentarlo- mientras nos mantenemos aislados del entorno laboral, viajar lejos, divorciarnos, casarnos, leer, iniciarnos en el yoga. Los docentes gozamos de esta oportunidad y podemos empezar la vida dos veces el mismo año.
Estos meses, como sucede todos los veranos, me he propuesto hacer algunos cambios. Leo la historia de Ángela Maxwell que dejó atrás su vida para echarse a andar y conocer mundo en un reportaje de BBC News publicado en El Nacional el mes pasado («Angela Maxwell, la mujer que decidió darle la vuelta al mundo a pie sola -y qué aprendió en el camino–«; BBCNews, 25.07.2021). Hace falta coraje para caminar tantas horas, tantos días, y tanta soledad. Una mujer sola, Angela Marie Maxwell, natural de Oregon (Estados Unidos) da un giro a su vida el 2 de mayo de 2014. Si lee la narración le sorprenderá descubrir que ella confesaba por entonces creer ser feliz. Cualquiera entiende a las mujeres. Se fue animando, preparó el viaje leyendo los relatos de otras mujeres que habían cumplido ese sueño de caminar solas por el mundo (Robyn Davidson, Ffyona Campbell). No todo lo que vivió fue agradable, pasó miedo en algunos lugares y tuvo malas experiencias. La imagen que compartía El Nacional en su cuenta de Twitter (@ElNacionalWeb) me recordó la fotografía del cartel de la película The Road -dirigida por John Hillcoat en 2009 y basada en la novela homónima de Cormac McCarthy. En este caso se trataba de una lucha por la supervivencia, y el fin del mundo era posible. Angela Marie busca la paz interior, la lentitud. A mí, la historia de este viaje me hace pensar en el Camino de Santiago aquí, en España. Unos dicen que les mueve un motivo puramente físico, un reto de fuerza y resistencia. Otros, afirman que caminan con un leitmotiv religioso o espiritual. El caso es que el caminante que cumple su itinerario en la Plaza del Obradoiro no es el mismo que era. Ahí pasa algo.
#26Jul | Angela Maxwell, la mujer que decidió darle la vuelta al mundo a pie sola (y qué aprendió en el camino) https://t.co/XiEmQz5sxh
— El Nacional (@ElNacionalWeb) July 26, 2021
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