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Caza de amor y recuerdos (i)

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Por CARLOS SANDOVAL

En la historia de la literatura venezolana la narrativa de Alfredo Armas Alfonzo ocupa lugar protagónico. El suyo, sin embargo, ha sido un caso curioso: sin afiliaciones grupales, sin los aspavientos que a veces cometen los autores prolíficos para ganar una fútil visibilidad pública, sin aparentes rasgos vanguardistas su obra fue tejiendo un universo personalísimo que andando los años devendría mitología arraigada en la toponimia de una extensa zona del nororiente del país. Con disciplina y rigor “Triple A”, como lo conocían sus compañeros periodistas y muchos de sus amigos, iba desgranando pequeñas piezas conjuntadas en libros que al principio de su carrera de cuentista sumaron títulos discretos que la crítica recibía con recatado beneplácito desde finales de la cuarta década del siglo veinte (Los cielos de la muerte —1949, La cresta del cangrejo —1951, Tramojo —1953, Los lamederos del diablo —1956, Como el polvo —1967, P. T. C. Pto. Sucre. Vía Cristóbal —1967, La parada de Maimós —1968) hasta cuando en 1969 aparece El osario de Dios, volumen que vino a constelar la búsqueda iniciada un lejano 21 de abril de 1945 (en esa fecha había publicado su primer relato con ilustraciones de Carlos Cruz Diez en la legendaria revista Élite). En el ínterin, luego de varios intentos meritorios (tercer y segundo puestos), había obtenido, en 1954, el prestigioso premio anual de cuentos del diario El Nacional.

Abunda la bibliografía respecto del impacto que el Osario de Dios causó en la trayectoria creativa de Armas Alfonzo y, sobre todo, en la historia de la ficción en Venezuela relacionada con la práctica de un específico sub-género narrativo: el minicuento. El Osario… constituye para un importante sector de la crítica el inicio de este tipo de materializaciones en el país, aun cuando no se desconozcan ilustres antecedentes —tal vez involuntarios— como algunos de los textos de José Antonio Ramos Sucre recogidos en La torre de Timón (1925) (ii). Domingo Miliani estudió parte del tránsito latinoamericano de este modo composicional dejando entrever que aquella humilde edición de la Universidad de Oriente contentiva de 158 relatos cortos o brevísimos de Armas Alfonzo representa un imprescindible aporte estético que debe figurar en todo recuento que busque establecer los orígenes de ese formato vivaz y eficiente para transmitir el fulgor de un trazo que libera potentes fuerzas simbólicas e imaginales con una puntillosa economía de recursos (iii).

Si esta pionera incursión en el minicuento no basta para cifrar la trascendencia de la obra de Armas Alfonzo en la historiografía literaria quizá convenga recordar otros de sus pormenores artísticos: el uso de una suerte de «trozos de una posible novela infinita» o, más bien, «de una novela a trozos», según caracteriza Julio Miranda (iv), con el fin de elongar la memoria de unos afectos familiares y de una tierra y un tiempo remotos contados a través de la evocación de mínimos episodios «municipales» (el adjetivo es del propio AAA), con el fin de darle espacio a los tenues y en ocasiones relegados destinos de gente verdadera: la que batalla contra los elementos y resulta pasto de la incuria de las autoridades, la que ríe desvaríos amorosos y sufre los rigores de los alzados en armas, la que se cuenta penas y goza en una fiesta al día siguiente del velorio. Ese mundo detenido por la magia de una prosa donde la poesía socava la tristeza y nos hace creer, gracias al espléndido calco de la oralidad, que el pasado nos habla en la presente voz de unos personajes cuasi humanos que ahora viven en las páginas del cantor de la cuenca del río Unare y de los alrededores de Píritu, Clarines, Barcelona. Un mundo fragmentado en varios tomos, en cientos de historias que se traslapan o fusionan, que recorren caminos intemporales marcados por la nostalgia y el deseo: por la necesidad de convertirse en huella.

O podríamos detenernos en la oscilante constatación de que esta narrativa se mueve por entre los porosos límites de realidad: ¿cuánto de esto que nos relatan puede tomarse como pasaje vivido, como prueba de hechos consumados en el entorno mostrado? Anota Jesús Sanoja Hernández: «Cuando uno lee a Armas Alfonzo de golpe el cuento es una crónica o la crónica puede ser un cuento» (v), esto es, las acciones pudieran tomarse como un acontecimiento verídico, no ficcional, en virtud del sutil esfumado del estilo y de las tramas. Un asunto que Milagros Mata Gil resume del siguiente modo: «Alfredo Armas Alfonzo es un cronista, fundamentalmente, un almacenador de recuerdos, uno que resguarda la palabra y sus misterios para conservar “la memoria de la tribu”». Más adelante, continúa: «Estas historias familiares son elementos de conjuntos mayores: elementos sociológicos, culturales, políticos, que conforman la estructura histórica de la aldea, de la región, del país». E insiste: «Armas Alfonzo es un cronista. Su trabajo literario entronca (…) con la tradición más antigua: aquella que rescata la narración de hechos, costumbres o aspectos olvidados, recrea el paisaje íntimo de los recuerdos y reivindica la historia de los pueblos…» (vi). Todo, por supuesto, en el empaque del minicuento o del cuento breve.

Pero no agotemos las posibilidades del análisis general de la obra y detengámonos un instante en el libro póstumo —y hasta el momento en que escribo estas líneas, inédito— El tiempo que no consiente recorrerlo. Otras tres historias de amor.

Enamorarse

En 1989 Monte Ávila Editores publicó Cada espina. Tres historias de amor. El pequeño volumen —integrado por «El ramito de trinitaria», «La niña de cundiamor» y «La rosa ajena»— desarrolla argumentos que ocurren en las típicas localizaciones en las que se mueven casi todos los personajes de Armas Alfonzo. Tal como indica el subtítulo, en torno de relaciones amorosas de pareja (o en el intento de cristalizarlas) giran las peripecias, un poco trágicas, de los textos. Meses después de la salida del tomo muere el autor. Sus herederos encontrarían, sin editar, otras tres historias vinculadas con el tópico amoroso: «El vuelo inmóvil», «Mal de amor» y «Luz sagrada»; con el nombre El tiempo que no consiente recorrerlo. Otras tres historias de amor. Oscar Todtmann Editores y la Fundación Alfredo Armas Alfonzo las presentan en ejemplar único en el marco de las celebraciones a propósito del centenario del nacimiento del escritor.

Se trata de exploraciones narrativas en las que nunca es posible anudar las esperanzas amatorias ni satisfacer los apetitos pulsionales que atizan a los amantes. Así, en «El vuelo inmóvil» un periodista queda hechizado por una argentina, miembro de la troupe de Fu Manchú ―mago inglés que por entonces tenía domicilio en Buenos Aires y que alcanzó inusitada celebridad por los años treinta-cuarenta (siglo XX) en Centro y Suramérica, España y Portugal—. Ambientado en la aún amable Caracas del período administrativo del general Isaías Medina Angarita, en el relato se recrea el tráfago de varias calles y lugares del centro de la ciudad, se detallan espacios internos del Teatro Municipal, se describen comportamientos idiosincrásicos tanto de la dama sureña como del caballero de Anzoátegui. Justamente, el territorio nativo del hombre permite establecer, a través del recuerdo, correspondencias con su lar de infancia; de ese modo la pieza encaja, con tino y plasticidad, en el tejido regionalista al que nos tiene acostumbrado Armas Alfonzo.

Dividido en dos «actos», el primero nos introduce en el conocimiento del ilusionista y su solícito oficio, quien le propone al joven reportero que se una al equipo visto su tendencioso interés por el grupo. Hacia el remate de esta escena Golondrina, objeto del deseo del periodista, se nos dibuja sensual y excitante ya tatuada en el alma del joven. El «segundo acto» abre con la corroboración de que será imposible olvidar a la bailarina y con el breve pero pleno disfrute del amor de dos enamorados que debaten en qué tierra galvanizarían su pasión. Un efímero anhelo por cuanto ambos saben que hay ataduras tónicas que no pueden desligarse sin riesgo de aniquilar el espíritu.

En «Mal de amor», por su parte, una joven guajira viene a Caracas para convertirse en cantante. Ha dejado a su madre en Maracaibo, a quien le escribe cartas donde le informa los escollos y avances de su proyecto. Como en el relato anterior, hay referencias a la cultura pop: la radio, la música de Billo Frómeta, el Teatro Capitolio. Y es que en estos cuentos Armas Alfonzo deja claro —como en toda su narrativa— que en el ámbito de lo popular (sin distingo entre mass media y folclor) descansa la auténtica expresividad de las nacionalidades.

La estrategia de las cartas se combina con la voz de un narrador que hace las veces de amigo muy cercano —un posible enamorado— de la aspirante a la fama, el cual tendrá nítido rol en el desenlace anecdótico. Destaca, asimismo, la cruda topografía sobre las condiciones de vida en la barriada de Agua Salud (en el oeste de la metrópoli). Por lo demás, aquí el amor tiende a confundirse con el instinto sexual o con el aprovechamiento del otro debido a sus carencias materiales y a sueños —quizá frívolos— de grandeza.

Cierra la colección «La luz sagrada»: relato en el que el coordinador de un taller literario, un hombre maduro acaso cerca de la edad provecta, recuerda un suceso de su juventud con una chica de catorce años. La remembranza llega de manera abrupta cuando el literato observa, sentada a su lado, a una niña que atiende con candor sus ideas sobre el proceso creativo. El cuento se convierte en terreno de reflexión ante la imposibilidad del viejo de dar paso al logro de sus expectativas sexuales. Las imágenes traídas por la memoria del protagonista se hallan ambientadas en algún recodo de la cuenca del Unare.

Texto de densos matices sígnicos y de complejo diseño, «La luz sagrada» emana un halo metafísico que pudiéramos considerar una declaración: la poética de un fabulador para quien sueño y vigilia, historia y fantasía se entremezclan en el torbellino de los recuerdos para transmutarse en ostensible testimonio, es decir, en cuento, en verdad, en literatura.

Pronto hará cien años que en Clarines abrió por primera vez los ojos Alfredo Armas Alfonzo; entretanto, comienza la andadura de estas tres nuevas historias suyas sobre el amor y la melancolía.


i Este texto es una síntesis del prólogo que acompañará al libro El tiempo que no consiente recorrerlo. Otras tres historias de amor, pronto a publicarse por Oscar Todtmann Editores y la Fundación Alfredo Armas Alfonzo en el marco de las celebraciones por el centenario del nacimiento de Alfredo Armas Alfonzo.

ii Armando José Sequera: «Alfredo Armas Alfonzo, iniciador del cuento breve en Venezuela», en Varios, Una valoración de Alfredo Armas Alfonzo, Cumaná, Centro de Actividades Literarias “José Antonio Ramos Sucre” / Consejo Nacional de la Cultura, 1987, pp. 89-94. (También en Edda Armas (selección y notas), Alfredo Armas Alfonzo ante la crítica, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana / Fundación Alfredo Armas Alfonzo, 2002, pp. 83-87).

iii Domingo Miliani: 1) «Alfredo Armas Alfonzo: los fuegos de la imaginación», prólogo a Alfredo Armas Alfonzo, El osario de Dios y otros textos, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1993, pp. IX-XXXVI. 2) «Poesía, humor y brevedad en El osario de Dios», en Edda Armas, op. cit., pp. 189-202. 3) «Alfredo Armas Alfonzo: maestro del minicuento», en Varios, op. cit., pp. 17-25.

iv Julio Miranda: «Si yo escribiera una ponencia en serio», en Varios, op. cit., pp. 53-60.

v Jesús Sanoja Hernández: «Nueve maneras de ver la obra de Armas Alfonzo», en Varios, op.cit., p. 128.

vi Milagros Mata Gil: «Armas Alfonzo: la vocación de la memoria», en Varios, op.cit., pp. 71, 72-73.

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