Simone Biles, la reina indiscutida de la gimnasia y figura que trasciende el deporte en Estados Unidos, es una de las superestrellas más esperadas en los Juegos de Tokio, donde podría despedirse con un legado olímpico para la eternidad.
La explosiva atleta posee un total de 30 medallas (23 de oro) entre los Juegos Olímpicos y los Campeonatos del Mundo y necesita cuatro más para superar al bielorruso Vitaly Scherbo como el gimnasta, en categoría masculina o femenina, más laureado de la historia en estas grandes competiciones.
Cinco medallas de oro en Tokio, una hazaña que ya logró en el Mundial de Stuttgart-2019, la empatarían con Larisa Latynina en el récord de nueve triunfos olímpicos.
Biles competirá en sus segundos Juegos como una veterana a sus 24 años —la mayor edad para una gimnasta olímpica estadounidense desde 2004— después de un complejo trayecto personal marcado por el escándalo de abusos sexuales en la federación nacional, del que fue una de las decenas de víctimas.
Desde su difícil infancia, la gimnasta ha saltado sobre numerosos obstáculos hasta convertirse en una poderosa voz contra los abusos en el deporte y asumir sin complejos su dimensión histórica como atleta, al punto de lucir en su maillot la silueta de una cabra (‘goat’ en inglés, las iniciales de La Mejor de Todos los Tiempos).
Deslumbrando al mundo
Nacida en 1997 en Columbus (Ohio), la pequeña Simone y sus tres hermanos tuvieron que ser enviados a un centro de acogida ante los problemas de alcohol y drogas de su madre, quien pasó temporadas en la cárcel.
«Nunca pude contar con mi madre biológica. Recuerdo que siempre tenía hambre, miedo», relató la gimnasta en una entrevista televisiva en 2017.
«Mis abuelos me salvaron», afirmó sobre Nellie y Ron Biles, a quienes considera sus padres y que cambiaron el destino de su vida, adoptándola junto a su hermana pequeña, mientras los otros dos fueron recibidos por otros miembros de la familia.
Biles descubrió la gimnasia a los seis años por casualidad durante una excursión escolar. En una visita a un centro de gimnasia comenzó a imitar a las atletas llamando inmediatamente la atención de una de las entrenadoras, que le entregó una carta para solicitar a su familia que la permitieran inscribirse.
Un año después conoció a Aimee Boorman, la entrenadora que la aupó hasta la cima y a quien consideró su «segunda madre».
Bajo su ala irrumpió como un vendaval en su primer Mundial, el de 2013 en Amberes, instaurando su dominio casi absoluto de este deporte con sus dos primeras medallas de oro.
Tres años después asombró en los Juegos de Río con una portentosa actuación que le valió cuatro oros (equipos, general, salto y suelo) y un bronce (barra), y con su nombre en la lista de leyendas olímpicas reconocidas alrededor del mundo.
«No soy la próxima Usain Bolt o Michael Phelps: soy la primera Simone Biles», afirmó entonces la atleta, rehuyendo las comparaciones.
Prodigio atlético, elástica y elegante, la menuda y sonriente gimnasta (1,46 metros y 47 kg) ha dejado su sello en este deporte bautizando incluso con su nombre a cuatro acrobacias, dos en suelo, una en la viga de equilibrio y otra en salto.
Su éxito olímpico cautivó a millones de estadounidenses que pasaron a seguirla en sus competiciones y en redes sociales, donde se celebran con furor sus acrobacias en los entrenamientos.
Una de ellas, el doble salto Yourchenko, no había sido vista en una competición oficial hasta que Biles la ejecutó con éxito el pasado mayo en su regreso estelar tras la pandemia de coronavirus.
«No nos protegieron»
Tras Río-2016, Biles se tomó un año sabático en el que estalló el escándalo de agresiones sexuales a gimnastas en el seno de la federación estadounidense.
En enero de 2018 la propia Biles reveló que fue una de las alrededor de 200 víctimas, la mayoría menores de edad, del médico del equipo nacional Larry Nassar, condenado en 2018 a entre 40 y 125 años de prisión.
Biles alzó la voz para denunciar la pasividad de las autoridades deportivas frente a los abusos, cometidos a lo largo de dos décadas, y reclamó una investigación independiente para determinar si hubo otras autoridades responsables.
«Nosotras hicimos todo lo que nos pidieron para lograr el objetivo y ellos solo tenían un único maldito trabajo, que era protegernos, y no lo hicieron», subrayó entre lágrimas.
La atleta compartió sus experiencias en un libro autobiográfico, Sin miedo a volar: El movimiento de un cuerpo, el equilibrio de una vida, y en numerosas publicaciones en su cuenta de Instagram (más de 4 millones de seguidores), donde, entre otras batallas, ha cargado contra la imposición social de los cánones de belleza.
«Creo que he encontrado mi voz y la estoy usando para bien en el mundo y en las redes sociales», declaró. «No solo puede beneficiarme a mí, al equipo y a la gente a la que defiendo, sino a todo el mundo. Permite que la gente vea cómo eres más allá del deporte».
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