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Enciclopedia Venezolana de la Destrucción: tercera entrega

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Insilio: Agosto 2015

Transito por calles desconocidas, forastera en los lugares donde siempre he vivido. Sobre el fondo inmutable de la montaña los edificios adquieren la triste pátina gris de las urbes estalinistas; incluso los nuevos, los que surgieron ayer con los ojos y la firma de Chávez, ya se desdibujan en el deterioro general. Todo cambia en un lento apuro por degradarse. Especialmente movedizas son las tiendas que se vuelven chapa de hierro, polvo y grafiti, o se vuelven otras, expendios fugaces de productos, bodegones sin nombre ni letrero. Y más grave aún es la sensación de que suelen borrarse de inmediato de mi mapa mental provocando apenas un perplejo fruncir de cejas al preguntarme ¿qué es lo que estaba aquí ayer y no lo recuerdo? Acuciando la memoria recupero a veces el nombre de aquellos letreros faltantes, pero mi inquietud no se disipa al descubrir  que  algunos resurgen con fachadas nuevas (y probablemente dueños nuevos también).

Es como si me estuviera yendo sin rumbo ni destino, mucho antes de hacer mis maletas, antes de tener deseos ni intención de irme, ni siquiera la posibilidad material para viajar. O peor: como si nunca hubiera vivido aquí más que un actor de reparto vive entre las fachadas de cartón del set de una película y, dejándose llevar por la ilusión de una calle o de una vida, olvida que detrás solo hay unos andamios desmontables.

No hablo de eso con nadie, ¿para qué? Bastante me reprochan mis distracciones, mi perpetua falta de atención. ¿Será posible que las calles, tiendas y avenidas tan solo reflejen mi extravío interior?

Pues, no. No soy yo. Definitivamente, es la ciudad.

Krina Ber


Joe regresó

A Joe, colega que emigró a México hace 2 semanas

Cómo no iba a regresar a Venezuela si el CNAC está financiando por lo menos 50 proyectos anuales entre esos más de 20 largometrajes. Joe tiene una pila de guiones y con el historial que tiene su casa productora seguro consigue financiamiento para cualquiera de esas historias. Además, la Villa del Cine no para de producir todo tipo de películas, incluso seriados que tanto le gustan a Joe. Ahora mismo la Villa está haciendo una mini serie sobre la vida de Oscar Pérez y tiene una coproducción con Netflix sobre el Coqui, imagínate. Además, finalmente entró en vigencia el artículo 57 de la Ley de Cine, ¿qué te puedo decir? Joe ya puede financiar sus películas de forma privada sin intervención del Estado. ¿Sabes cuántas empresas en este país quisieran donar parte de sus impuestos a alguna película de Joe? Joe tenía que regresar, y conociéndolo, seguro está metido con Edgar en el grupo de gente que está montando el súper estudio en Margarita.  Leí en THR que será el estudio de cine más grande de América Latina. Además, a Joe le encanta esa isla, sino pregúntale a Suniaga.

Ignacio Castillo Cottin


Orfandad

Piensan por vos, te conducen al concomitante vertedero donde reverdecen las injurias. No intentes respirar, resguarda más bien la asfixia para la cola y alégrate si un puesto llegas a avanzar. El sol no sale para muchos, aunque se diga lo contrario, y así debe seguir siendo. Cada torturado refleja su rostro sin importar la ingenuidad o más bien la ignominia de la rueda asignada. Duerme, sin erguirte, aunque creas estar en vigilia. Morir sin haber soñado, menos aún despertar, mientras las bolsas negras se acarrean en extraviadas calles. El hambre es la medida de la equidad. Cada ser ido es desmembrado, al quedarse, resulta un logro mantener todo desigual. Las estadísticas se llevan al rigor del neón, ajeno a cualquier soplo silvestre. Vuelve a la cola y alégrate. Nunca será de día, sin embargo la esperanza alumbra la simulada rendición. Dices mejor es no existir, y quién dice que vos cuentas. ¿Qué pregunta o en realidad acción, despojada de heroica vanagloria, vale la pena plantearse?

A lo lejos, un zumbido huérfano, algo que aún no ha llegado a ser, pero se sigue creyendo que en alguna república prevaleció.

Héctor Caldera


Lo emocional

Perdidos los referentes inmediatos y temporales, el suelo que recoge las cenizas de nuestros ancestros, las ágoras secuestradas por la barbarie, y profanados los símbolos de nuestro culto compartido, nos resta lo más importante. Es lo atemporal, son las lágrimas vertidas por quienes de entre nosotros más han sufrido y perdido, y que han de bautizar nuestra resolución de vivir, otra vez y juntos, en tierra prometida, de alcanzarla pasado nuestro largo desierto.

Si algo resta de nuestra identidad, real, ficticia, o falseada con desmedro de otra distinta, eventualmente subyacente, concordante y libertaria, es en efecto lo emocional, lo que deja como hendidura el trauma del señalado ostracismo colectivo que nos rasga a piel abierta en el presente que avanza. Es la marcha por legiones de nuestras gentes hacia destinos inciertos o la muerte en vida de los que se quedan o han acabado en las mazmorras del oprobio. Todo se nos confunde hoy con la nostalgia por el tiempo de los mayores o con el tremolar de la bandera patria que se hace símbolo de despedida para quienes se van o talismán protector para quienes se quedan”

Asdrúbal Aguiar


Otras definiciones

Dictador Militar

Deseo húmedo nacional.

Dignidad

Dícese de personas poco empáticas y encerradas en sí mismas que creen que el mundo no les debe nada ni piden limosna por las redes sociales. Caen muy mal, son odiados.

Homo chavistus

No ciudadano (a). No libre. No.

Intelectual

Persona que hace reír en radio, televisión y teatros. Véase “Ignorancia”.

Ignorancia

Si todos somos iguales todos sabemos de todo. En caso de dolor de muelas, favor acudir a la consulta de un albañil o un ingeniero.

Lástima

Emoción favorita del “homo chavistus” de todos los géneros, orientaciones sexuales, posturas políticas y clases sociales. Forma de demostrar en redes sociales la propia bondad.

Pobresor

Término para designar a personas con doctorado, veinticinco años de experiencia docente, premios de investigación, idiomas y publicaciones. Regalan su trabajo y si no lo hacen son llamados egoístas. Algunos aceptan harina Pan como parte del pago por sus clases. Suelen emigrar y les va bien en otros países.

Gisela Kozak


Paraíso, El

Crecí en uno, pero cada día lo recuerdo menos.

Voz proveniente del bajo latín paradīsus —según el diccionario de la Real Academia— y esta, a su vez, del griego παράδεισος, es decir, jardín. Aparentemente, los antiguos latinos no tenían jardines. Solo empezaron a cultivar plantas inútiles luego de adoptar el vocablo griego. Antes, todo era tierra cultivable o tierra baldía, polvo para ensuciar la boca de los muertos.

Crecí en uno, pero no era mío. De hecho, tampoco era de quienes lo habían poseído, grandes familias de otra época. Quedaban algunas de sus casonas, con muros punteando los recorridos de mis pies niños.

Παράδεισος, parádisos: un parque cerrado, un espacio elegido para el ocio vegetal. Proveniente del avéstico pairidaēza: los jardines reales, siempre enclaustrados.

Crecí en uno, pero ya no era de nadie. A pocas cuadras de mi casa, sin embargo, estaba la Comandancia General de la Guardia Nacional. Un cuartel en el paraíso. Siempre me asombró la contradicción.

Pairidaēza: solamente la realeza persa tenía derecho a sentarse entre árboles y flores a no pensar. A mirar, sin más, esas hojas como planetas perdidos.

Crecí en uno que guardaba secretos. En la esquina de mi casa, entre la calle Sanabria y la Avenida Principal, había una vieja estación ferroviaria. De niño, nunca había visto un tren. Para mí, eran animales míticos, bestias de ficción. Alguien me dijo que las vías aún estaban bajo el asfalto, frente a la estación. Fue como si me hubieran contado que, bajo la tierra, aún se pudría el cuerpo de un animal prehistórico.

Paradīsus: siempre perdido, nunca recobrado. El primer uso en nuestra lengua que registra Corominas se acerca al año 1140. Probablemente, antes no teníamos paraísos. Pensándolo bien, ahora tampoco.

Adalber Salas Hernández


Sombras de muerte

Nunca he sabido por qué se llama la carretera del indio.

En la soledad del camino y su horizonte un guirigay. Allí, en la única sombra, la de un árbol moribundo que regalaba sus estertores y arriba en lo más alto un zamuro (pájaro y hombre). En algunos lugares de Venezuela usamos ese remoquete para referirnos a los trabajadores de funerarias que esperan en las morgues a los familiares del difunto —a veces siento que Venezuela es una gran morgue—.

Olor a muerte de antier; discursos de alas agitadas, la grima me recuerda las peleas de sables que solo imaginé. Tantos zamuros hay que apenas se distinguen dentro esa mancha negra de color o sombra.

Un animal descuartizado, vejado y humillado, despegado de la vida a punta de piedras y palos ensangrentados con la maldad, hambre y “sinvergüenzura” espera ser devorado, en realidad, lo que queda de él.

Los arbustos y ramas se muestran como gradas de coliseo romano, esperan la orden del zamuro alfa, intuyo, el que me reta, el objetivo de mi lente.

Cascos y cachos, solo quedan de testigos, la tierra cambió su color y este zamuro, ya comido y satisfecho, me recuerda un cuento de Ednodio Quintero, publicado en 1995 y titulado “Sombras en el agua” (Cuando el rey hace su entrada en escena, los súbditos se agitan, intercambian miradas golosas, se colocan en sus marcas como atletas disciplinados e impacientes. Ninguno se atrevería a dar un paso en falso, mantienen hacia el jefe una actitud reverencial).

El más fuerte se impone sobre el más débil dejándole a este tan solo los restos del festín  (por ahora).

Héctor Padula

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