Ya es un lugar común decir: “La vida ha cambiado”. Pero hay que decirlo porque es verdad. Pareciera que una maldición extraterrestre y desconocida nos ha caído encima. Pareciera que todo lo que aprendimos de nada nos sirve hoy. Somos personajes de una película de ciencia ficción hecha realidad. ¿De qué vale tener experiencia si lo que ocurre no tiene antecedentes?
Nos hemos convertido en indefensos recién nacidos. Algo tan normal como respirar que prueba que estamos vivos, es ahora una novedad anhelada. Medio respiramos a través de incómodos filtros, mascarillas y cascos plásticos. Esa no es la vida que conocíamos hasta ayer, cuando exhalábamos y el aire simplemente estaba allí, intangible, como todas las cosas importantes del ser humano. Ahora, el aire que respiramos es una novedad, un elemento escaso y tangible que nos da miedo perder.
Añoramos la vida libre que teníamos, aquella en la que saludábamos y tocábamos a la gente querida y no querida. Añoramos un apretón de mano, un abrazo o un beso, aunque sea en el cachete o en el dorso de la mano. En lo personal, deseo agarrar los pasamanos de las escaleras, abrir sin temor las puertas de los automóviles, empujar sin desinfectar la barra de agarre de un carrito de supermercado, montarme en un avión o en un tren y poder compartir libremente una conversación con un desconocido.
De pronto, no salir nunca de tu casa es ahora llevar una vida normal. El club, el restaurante, la playa, el gimnasio, la piscina o el bar de tu preferencia, es un sitio peligroso y te conviertes en un ser antisocial e irresponsable si los visitas. Los cumpleaños de tu familia, de tus amigos, la torta y las velas, son ahora aburridos videos que ves en solitario con tristeza. Asistir a la fiesta de una boda es un delito mortal gravísimo. El velorio o la misa de un ser querido junto a los dolientes se ha convertido en una arriesgada práctica, por eso el llanto y las oraciones deben hacerse por Zoom.
Nuestros niños y adolescentes se han transformado en seres tristes y huraños que pasan todo el día encerrados en el cuarto haciendo tareas fantasmas, con profesores fantasmas, en un misterioso colegio, escuela o universidad que existe solo en ese oscuro cuarto en donde el día es la noche y la noche es el día. Ya no importa.
Es imposible que un joven vaya a la cantina a comer una empanada o a practicar deportes en el patio con sus amigos. Ya nadie llega tarde al salón. Ya no existe la rochela en el autobús escolar. Ya papá o mamá no están haciendo una cola fastidiosa para esperar que sus hijos salgan del colegio. Ya no hacen falta los certificados médicos que justifiquen la razón por la que el estudiante no asistió a clases. Ya no hay citaciones por mal comportamiento ni porque el muchacho habla mucho en el salón.
Este año no vamos a ver ninguna celebración de bachilleres, ni una misa, ni una fiesta, ni un padrino, ni una entrega de diplomas y medallas. Qué triste para los estudiantes universitarios no poder lanzar el birrete al aire mientras cantan el himno de su universidad después de tantos años de estudio.
Lo que todos los padres tenemos encerrados en los cuartos ya no son nuestros alegres hijos con sus defectos, sus virtudes y sus talentos. Ahora, en ese cuarto, hay una cosa con forma humana que se fundió en una computadora, un híbrido cuyas manos son un celular y un mouse. El papá y la mamá de esos que eran nuestros hijos ahora se llaman Google y Netflix.
Este drama está pasando y ojalá no nos acostumbremos a vivir en emergencia, aunque, ciertamente, estamos en una emergencia que tenemos que afrontar responsablemente. Vivimos en un enorme e inédito caos que ha trastornado nuestras vidas y que aún no sabemos manejar. Todos nos sentimos culpables e inocentes a la vez. La noción de que la vida y la muerte están entrelazadas es un hecho tangible al que antes no dábamos importancia.
Sin embargo, la vida sigue siendo bella por el sólo hecho de existir. Piensen que en contra de todas las posibilidades nacimos y tenemos la oportunidad de ser conscientes de la realidad que nos rodea, aunque esta sea mala como está ocurriendo ahora.
Ojalá podamos cuidarnos mucho para ver el renacer de la humanidad que seguro está a la vuelta de la esquina, pero que ahorita no podemos ver porque somos personajes de esta historia de terror.
No perdamos de vista a nuestros jóvenes, ojalá pronto los rescatemos. Añoramos de ellos la algarabía, la temeridad, el desorden, el talento y hasta la malcriadez. Ellos están hoy en una especie de estado de hibernación en todos los cuartos en todas las casas del mundo. Sin embargo, la vida bella existe, nos pertenece y nos espera, vamos por ella.
@claudionazoa
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