El hotel Humboldt se ubica en lo alto del Ávila, la montaña y parque nacional que rodea a la ciudad de Caracas.
Se requiere un recorrido en teleférico de más de 20 minutos para llegar allá arriba, a más de 2.000 metros desde el nivel del mar.
Ahí espera al visitante un «buggy» que lo lleva por lo alto del cerro hasta una impresionante construcción de cristal y aluminio, rodeada la mayor parte del día por masas de nubes que se abren de repente para mostrar la vista más asombrosa.
El hotel se levantó en 1956. Concluido en menos de 200 días, fue el proyecto estrella de Marcos Pérez Jiménez, el gobernante autoritario que mandó en Venezuela entre 1950 y 1958.
En una época marcada por la riqueza petrolera, el hotel era una muestra de pompa y modernidad.
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Un ícono nacional
El Humboldt funcionó como hotel tan solo unos años, antes de caer en el abandono, pero desde su construcción ha permanecido como un ícono, y el fallecido presidente Hugo Chávez quiso devolverlo a su pasado esplendor. Tras su muerte en 2013, su sucesor, Nicolás Maduro, ha intentado terminar la restauración.
«Este edificio significa mucho para el pueblo venezolano», afirma Carlos Salas, uno de los gerentes.
Me guía por el hotel, que acaba de comenzar a recibir huéspedes después de nueve años de obras de renovación.
«Es un modelo de la época dorada de Venezuela».
Pero esa época terminó hace tiempo.
La economía está en crisis; los precios del crudo, de los que Venezuela dependió históricamente, se desplomaron, igual que lo ha hecho la producción; y un 60% de los venezolanos son pobres, de acuerdo con los investigadores de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas.
¿Un hotel de lujo? No exactamente
Una noche en el Humboldt renovado cuesta alrededor de US$300.
Resulta evidente que se ha dedicado mucho trabajo a restaurar esta joya arquitectónica, pero no es el típico hotel de cinco estrellas que uno esperaría.
De hecho, ha recibido esa calificación de parte del gobierno, que lo promueve, pero el hotel aún muestra detalles que pulir, a pesar de que fue inaugurado hace ya un mes.
La cadena de hoteles Marriott recibió la concesión para explotarlo en 2018, pero no duró mucho como socio.
El equipo que ahora lo gestiona está claramente orgulloso de sus logros, pero en la Venezuela golpeada por la crisis del presente, la restauración del hotel puede parecer un sinsentido impulsado por un presidente que no quiere ver la realidad.
«El precio de un banano aquí es el triple que en cualquier otro lugar», dice Salas, para explicar los desafíos logísticos que implica llevar los suministros a la montaña en la que se encuentra el hotel.
Afirma que los sueldos de los empleados, el mantenimiento del edificio y los suministros de agua y electricidad elevan los costes. «Es realmente difícil», señala.
Le pregunto cuál es la demanda para un hotel como este en un país en el que el salario mínimo ronda los US$2 al mes.
Responde sin arrugarse, y arguye que en ningún lugar del mundo están los hoteles de 5 estrellas al alcance de cualquiera. Venezuela no es diferente, dice.
Nuevos ricos
Muchos ven el hotel como el símbolo del auge de una clase de nuevos ricos en el país, sobre todo de los que se han hecho ricos gracias a sus estrechos lazos con el gobierno.
Y el hotel no es el único indicio de una recuperación económica en Venezuela.
Ante las sanciones de Estados Unidos, la inflación rampante y una crisis económica descontrolada, el presidente Maduro respondió eliminando los controles de precio y suavizando los controles de capital introducidos por su predecesor y compañero socialista, Hugo Chávez.
Con la moneda local cada vez más difícil de encontrar, debido a una tasa de inflación por las nubes, que llevó a que una taza de café con leche te cueste casi 1.500.000 bolívares en Caracas, Maduro también aceptó a regañadientes el uso de la moneda estadounidense.
El resultado de la suavización de los controles económicos es visible en todo Caracas, donde por todas partes han abierto nuevos comercios popularmente conocidos como «bodegones», donde se vende toda suerte de artículos de importación a gente que estuvo mucho tiempo acostumbrada a la escasez de productos básicos.
La Bolsa de valores de la capital venezolana es otro de los beneficiados, con un «boom» de emprendimientos privados, que, sin embargo, sigue siendo pequeño si se compara con otros países.
Eso ha hecho la vida un poco más soportable para muchos, especialmente en este año tan duro, pero no todo el mundo ve bien estos cambios.
«El gobierno está construyendo de una manera muy desordenada sobre las cenizas de este modelo económico arruinado», afirma la economista Tamara Herrera.
«Este reacomodo de la economía es amorfo, desorganizado y es difícil juzgar los resultados positivos. Esto no reparará la tragedia que se ve entre la población», sostiene.
Y no hay duda de que, aun cuando pueda haber una clase emergente que empieza a conjugar el verbo poseer, hay todavía muchos que no pueden hacerlo: los que tienen poco o ningún acceso a dólares y a servicios básicos.
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